Moción sin censura

mocion de censura

La Transición marcó un antes y un después en la historia, no sólo de España, sino de Europa, y parte del mundo. El proceso de reconciliación nacional, todavía recordado e imitado en otros países y de común recuerdo dentro de nuestras fronteras, sobreviene al debate cada vez que la convivencia social se constipa y el decoro político amenaza derrumbe.

En la progresiva y progresista deconstrucción nacional, hubo un punto de partida (Zapatero) y una continuidad manifiesta. La degradación de las costumbres comenzó cuando Podemos participó del devenir parlamentario. Sus referentes y referencias ideológicas presagiaban un deterioro constante de la vida pública cuyos efectos seguimos sufriendo. La incorporación a las decisiones legislativas de formaciones sin calidad política ni democrática y la asunción autocrática del poder por parte de un personaje peligroso convierten al sistema en un laboratorio liberticida en sesión continua. Hoy no somos más que cobayas en manos del iletrado arrogante que con bótox de hierro nos gobierna.

Y en estas, llega al Congreso otra moción de censura, diferente en fondo y forma a la que catapultó al mismo hombre que ahora será mentado como culpable de la deriva institucional y política del país. La impulsa Vox, pero la podía haber liderado perfectamente el PP, si no estuviera más pendiente de la ventana de Overton que de los principios que soportan sus votantes. Dicen que no la apoyarán. Como Ciudadanos, que hace tiempo que, en su liberalismo soviético, dejó la batalla de las ideas en manos de druidas palomiteros. No lo harán «porque no dan los números», «porque está abocada al fracaso», «porque no cambiará la presidencia», «porque la verdadera moción es la de las urnas». Sentencias de argumentario senil, compatibles todas ellas en su cobardía. Le acompañan en la palabrería los mismos medios de comunicación que aplaudieron, por regeneración democrática, la moción de censura que llevó al poder a Sánchez en 2018, los mismos que condenaron a Rivera por no entregarse a los designios de su Sanchidad. Ya no cuela la unanimidad exigente en el proceder a seguir cuando lo dictan los escribas subvencionados de siempre.

Sin embargo, confieso que yo también albergo dudas sobre la necesidad de la moción en estos momentos, como lo hago de todo razonamiento, propio y ajeno. Hay sobrados argumentos morales y existenciales para organizar una censura política al hombre que está destrozando la democracia, ley a ley y BOE a BOE. Presentar al mundo las costuras bolivarianas de un Gobierno al que sólo mueve la poltrona y el dinero, el suyo, en beneficio propio, que diría Mariano, es una decisión acertada. Las mociones de censura están configuradas para promocionar el hecho (asalto a la democracia) y no al sujeto (Ramón Tamames), para retratar una realidad mientras se genera una percepción. No es lo mismo que Europa vea a más de 150 diputados censurando al presidente del Gobierno que observar sólo un tercio de esa cantidad. La mitad del hemiciclo mandando a paseo al burócrata autoritario es un mensaje ganador, aunque se pierda.

Mi zozobra está en los tiempos, en la pertinencia del momento, en la falta de reacción al relato perverso que se articulará desde la contraparte. Se someterá a examen a un antidemócrata -y a sus socios-, que aún lo son menos, frente a su incierta alternativa. En el espejo de la opinión pública, se verá a una oposición dividida en el turno de palabra y voto y ahí va a residir la primera victoria de quien preside, con felonía, España. No sólo elegirá los tiempos del debate (a escasos días de la primera contienda electoral importante del año) sino que marcará, con tino impertinente, que la nación de la que abjura regresa a las cavernas porque un grupo parlamentario quiere hacer al alguacil, alguacilado, y plantea con osadía y en la casa de la soberanía común, la misma iniciativa que convirtió en presidente a quien ahora desprecia esa vía constitucional.

En esas paradojas e hipérboles se moverá el argumentario del PSOE. Y por ello no hay que esperar a mayo para, día tras día, explicar el por qué la moción de censura es de irreprochable necesidad. Bien lo resume Finkielkraut, «lo que está en juego es tan existencial como intelectual». En época de intelectuales ambiguos, nos jugamos la continuidad como nación. España está por encima de Vox y Tamames. También de cálculos y complejos. Y por supuesto, de Sánchez y su banda.

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