Minister homini lupus

Minister homini lupus

Una tarde de abril de 2019, en una explotación de cabras situada muy cerca de Fuente De, en la comarca cántabra de Liébana, preguntaba al ganadero por el elevado número de mastines que dormitaban perezosamente alrededor de los apriscos y cercados de la explotación.

-¡Los lobos!- me respondió, cargado de indignación. -Y pocos tengo ahora ¡hace unas semanas me mataron cuatro en una noche!

Los ataques de lobos a la ganadería extensiva en Cantabria, Asturias, Galicia y Castilla y León pone en jaque esta actividad, que es esencial en estas regiones. Las ayudas para prevención y defensa, y las indemnizaciones son completamente necesarias, pero siempre insuficientes: la certificación de los daños es muy complicada (no se encuentran los restos de los animales atacados o no se puede determinar el origen de los daños, entre otros motivos por la sobrepoblación de buitres), y los ataques frecuentes desmotivan completamente la continuación de la actividad, ya que los ganaderos, además de perder dinero, tienen la sensación de estar produciendo alimento para las alimañas y se ven obligados a estar siempre ocupados en los procesos de reclamación.

En este escenario la caza regulada es imprescindible para el control de la especie, y, en consecuencia, para reducir los ataques a la ganadería.

Es evidente que el ministro Luis Planas conoce perfectamente estos factos, y así lo ha manifestado en numerosas ocasiones, sin embargo el pasado viernes 27 de febrero, en la comparecencia conjunta en el Senado junto a la ministra Teresa Ribera, no fue capaz de apoyar el mantenimiento del actual modelo de gestión, que combina apoyo a la actividad ganadera, protección de la especie y aprovechamiento cinegético. Enfrentado a la difícil tarea de soplar y sorber al mismo tiempo, no es creíble su vocación de ayudar incondicionalmente a los ganaderos si a la vez ratifica la intención de incluir el lobo en el Listado de especies silvestres en régimen de protección especial (LESPRE), lo que determina la prohibición completa de su caza al dejar de considerarse como especie cinegética.

Otro tema aparte es el de la ministra y vicepresidenta cuarta del Gobierno. Poco podemos esperar de Teresa Ribera que, con dramática metáfora de otra de sus fobias, nos lleva dadas demasiadas tardes nefastas. Envuelta en su ideología de ecologista contumaz es incapaz de atender a razones y evidencias.

Qué más le da que sea unánime el clamor de ganaderos y administraciones interesadas; para contrarrestarlo se rodea de tendenciosos informes técnicos de supuestos conservacionistas, o introduce en la discusión a otras administraciones que sólo han sabido del problema del lobo cuando leyeron el cuento de Caperucita Roja.

Qué más le da a ella que se dañe económicamente a unas regiones que tienen en la ganadería extensiva una actividad económica esencial -en algunas de las comunidades afectadas también lo es la caza-, que además es fundamental para la conservación de los montes y para la lucha contra la despoblación rural. ¡Ya podría acordarse de que en el nombre de su ministerio se incluye también el Reto Demográfico!

En fin, es especialmente lacerante la soberbia con que estos ministros responden a todos los afectados. ¡Qué sabéis vosotros “lobocidas” asquerosos!, vienen a decir. ¡Ya os diremos nosotros como hacerlo! Y sin embargo son estos sempiternos prohibicionistas, que se creen que el mundo ha empezado a girar cuando ellos lo empujan, los que ignoran los efectos de las prohibiciones radicales de otras épocas. Cuando acompañando a las pérdidas económicas aparezcan las matanzas furtivas o los envenenamientos masivos, que no discriminan especies y entornos, ellos ya estarán dogmatizando a otro colectivo y nadie les culpará de haber dañado a todos los interesados mucho más de lo que lo hace el magnífico lobo ibérico.

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