El método Sisu
Sisu es ese concepto de origen finés que sirve para definir el gen de la constancia frente a la adversidad, que retrata bien a quien sabe gestionar el estrés y resolver los conflictos de forma calmada, aquel cuya virtud principal es la resiliencia, desde la que persevera ante la inmisericorde actividad de la crítica apasionada, que es la menos sensata de las pasiones. Al actual entrenador del Madrid, un trasunto exacto del modelo de banquillo que un día instauró Molowny y después continuó Del Bosque, le viene el término como sus trajes: con precisión detallada. Nadie como Zidane hace del sisu una forma de vida.
Un tipo tranquilo, de mirada felina, que escudriña la pregunta antes de respirar con hondura y soltarte esa respuesta de manual de autoayuda bienqueda que hace sonreír incluso a sus adversarios. Es como Mariano, pero sin gafas y zapatillas de deporte. Dicen que sabe gestionar el tiempo y que su pachorra no es más que una pose ante la prensa. Se gane, pierda o empate, su buenismo acaba por ser la crónica de la marmota madridista. La flema del francés, que lo hace modélico en las ruedas de prensa, deviene en caos táctico cuando de llevar la iniciativa en el juego se trata. Es un CEO moderno, de esos que escuchan y luego toman decisiones, aunque sean decisiones percutidas en el error constante. Desde que sucedió al infausto Benítez, apenas si se le han vislumbrado hechuras de entrenador capaz de variar el rumbo de un partido con genialidades tácticas. Las victorias, como la de ayer frente al Betis, son fruto de la inercia de un club que siempre ganará aunque no sea su época, que siempre será campeón hasta cuando no le apetece serlo.
Porque este Madrid ya jugaba mal durante el récord. Vencía —y vence— por la increíble profundidad de una plantilla plena de talento, por la tumbada pendiente que sus individualidades provocan, por ese escudo que les chuta de heroicidad ante cada reto. Pero no busquen detrás de todo ello la figura de un entrenador. Cuando tu recurso constante es la épica es que no confías en un método mejor para llegar a la victoria. Si la apelación frecuente al denuedo es tu única esperanza, acabas por convertirte en rehén de un éxtasis esperado que no siempre llega. Salvo que tengas once Ramos en tu equipo. Él, que ejemplifica la resistencia frente al ‘imperio anti’ que espera la derrota del Madrid como forma de justificar su felicidad semanal. No saben que Napoleón perdió en Bailén porque no pasó por Camas.
Leo las crónicas, escucho al Bernabéu, miro a Zidane, y espero que la autocrítica sea algo más que un reclamo ah hoc. No es capaz de decirle a Marcelo que se tome los partidos de forma más seria a como lo haría en una playa de Copacabana, que guarde su posición y cuide más su aspecto físico. Marcelo es ese tipo de jugador protegido por las plumas y micros de cierta prensa, propensa a los halagos cada vez que el lateral hace tres aportes ofensivos, pero despistada en las críticas cuando hace de su banda un socavón que perjudica notablemente al equipo. Sucede igual con Toni Kroos, un excelente pasador en horizontal pero que apenas aporta equilibrio defensivo y desequilibrio arriba —salvo a balón parado—. Dos ejemplos —hay más— de que los medios deportivos, devenidos en ágoras de barra de bar constantes, no tienen tiempo para menudeces. El fútbol es ruido. Sólo ruido. Da igual cuando nos despertemos. Porque siempre seguirá ahí.
Es verdad que al Madrid siempre le han venido mejor este tipo de entrenadores sisu: calmados, inactivos, animadores, casados con los guardias de corp del vestuario. El Madrid del mito Zidane ha pasado de la epopeya mágica de la temporada pasada y principio de ésta a una regurgitación de voluntades cansadas. De mito a vómito, una pesada digestión que sólo arreglará la visita a la consulta Cibeles de rigor. Es el único calmante que los madridistas aceptamos sin receta.