La mesa de la vergüenza
La mesa de negociación entre los Gobiernos de España y el Gobierno independentista de Cataluña revistió, por orden expresa de Pedro Sánchez, un formalismo claudicante, vergonzoso e indigno. El Ejecutivo de una nación con siglos de historia rendido ante un grupo de sediciosos que, para mayor escarnio, insiste en su estrategia de ruptura constitucional. Torra, un delincuente condenado por desobediencia e inhabilitado por la Justicia, recibido como un jefe de Estado de una superpotencia. Toda la escenografía era indecorosa, nauseabunda en cuanto trasladaba la idea de rendición del Estado a un grupo de golpistas.
En el fondo, ese es el problema: que el Gobierno socialcomunista de España es rehén de un partido cuyos líderes fueron condenados por un delito de sedición. Los que se levantaron contra el Estado de Derecho y la unidad nacional son quienes mandan en España. Y el Gobierno de Pedro Sánchez es un pelele en sus manos. Las condiciones que le impuso Oriol Junquera al jefe del Ejecutivo están siendo aceptadas, una tras otra, por Pedro Sánchez, ignominioso presidente del Gobierno que ha entregado la dignidad de España y de los españoles a quienes insisten en quebrar la unidad nacional. Sánchez es cómplice necesario de la indisimulada estrategia rupturista de unos sediciosos que se han arrogado la representación de Cataluña, convertida en una dictadura independentista que ha robado la voz y la representación a millones de catalanes constitucionalistas.
Por eso, la mesa de Gobiernos es la expresión más palmaria de la vergüenza, la constatación de que Sánchez ha traspasado todas las líneas rojas y emprendido un viaje sin retorno hacia la obscenidad política. Por asegurarse los votos de ERC al techo de gasto, paso previo a la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado, Sánchez ha entregado a un grupo de sediciosos la sala de mandos de la gobernabilidad de España, que es tanto como entregar la unidad nacional a los enemigos declarados de la Constitución y el modelo del 78. En suma, bajo la apariencia de una democracia asentada, el Gobierno está actuando contra la propia democracia.