“Manolo, ‘tranki’, serás alcalde” (Bolaños en Mojácar)

Bolaños Mojácar
  • Graciano Palomo
  • Periodista y escritor con más de 40 años de experiencia. Especializado en la Transición y el centro derecha español. Fui jefe de Información Política en la agencia EFE. Escribo sobre política nacional

¿Hay algo limpio, decente, cristalino en la España de Sánchez? ¿Algún asunto serio de la gobernabilidad sobre el que podamos tener certeza? ¿Habrá algún tema del que se pueda estar seguro? Porque, el fútbol –desde el Barçagate a Tebas, pasando por Rubiales (todos multimillonarios y aprovechados) sabemos que es una cloaca- y las cuentas del Gobierno, un engañabobos, sus promesas vacías como una campana de celofán.

A este paso, además de que la Unión Europea investigue, de verdad, oigan, de verdad, a Marruecos por su más que descriptible injerencia en la política de un Estado miembro, vamos a tener que llamar junto a los países del Tercer Mundo donde los déspotas llenan las urnas a su antojo, rodeados de observadores internacionales. Es lo que está, según parece, este Gobierno de Sánchez y sus socios chapoteando en un esperpento fatídico de Gobierno.

Lo del ministro de la Presidencia, el pobre Bolaños, rasputín de medio pelo, en Mojácar es para pasar al Guinness de los récords. ¡No escarmienta el muchacho! Su arenga a Manolo, «tranquilo, serás alcalde», se produce en medio del fango oscuro de la compra de voluntades, por precio. Han pasado 100 horas y está tan atemorizado, le tiemblan tanto las canillas, que ha ordenado borrar el vídeo que le acredita como un molinete movido por todos los vientos.

¿Le mandó su jefe a pasar revista a los manejos de presuntos delitos electorales? ¿Fue al mismo tiempo a comprobar si está en orden y lista para habitar la antigua casa de veraneo del hombre que le ha dado el poder para el que no está capacitado? ¿A qué fuiste, Bolaños? Responde como un político demócrata y persona que por los pies se viste.

Este pequeño ministro desde luego guarda secretos en su cuaderno de bitácora que merecen una imprenta. Mientras el leviatán que le absorbe tenga capacidad para mantenerle en el coche oficial, permanecerá en el silencio. Luego, cuando se arrepienta delante del espejo, es muy probable que intente recitar aquella oración tan cara a los felones constitucionales en forma de prosa: ¡Yo sólo fui un mero mandao’!

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