Magistral clase de geopolítica de Trump a Sánchez

Magistral clase de geopolítica de Trump a Sánchez

Si algo caracteriza a Donald Trump es su capacidad para convertir cualquier asunto en una operación de alto voltaje patriótico. En su última intervención, donde conjugó Groenlandia, el Golfo de México y el Canal de Panamá en un solo soplido de estrategia nacional, queda claro que busca poner la bandera por delante de cualquier negociación. Algo que en nuestras latitudes parece haberse extraviado entre las brumas de la corrección política.

Trump deja claro que Estados Unidos debería asegurar sus “intereses vitales” comprando Groenlandia, defendiendo a capa y espada su rebautizado Golfo de América y garantizando el control del Canal de Panamá. Suena audaz, incluso ambicioso, pero tras esta visión hay una lógica contundente: la defensa inquebrantable de los intereses nacionales. Mientras otros firman cheques en blanco a Bruselas o Rabat, Trump piensa en sus compatriotas como si le fuera la vida en ello.

Comparemos esto con nuestro presidente, Pedro Sánchez, un líder cuya columna vertebral política parece hecha de plastilina. En mayo de 2021, mientras Ceuta vivía una avalancha migratoria sin precedentes, Sánchez optó por la rendición diplomática más bochornosa en décadas. Le entregó el Sahara a Marruecos en un giro que ni siquiera tuvo la decencia de consultar con el Parlamento. El “sé fuerte, Mohamed” que no se atrevió a decir lo remató con una alfombra roja que ni Aladino. Mientras Rabat nos usaba como su patio trasero, Sánchez se paseaba por Europa repartiendo sonrisas de selfie y discursos vacíos sobre “solidaridad internacional”.

¿Se imaginan a Trump en La Moncloa? El peñón de Gibraltar no duraría ni dos tweets. Con un “Make Spain Great Again” en versión castiza, las fábricas de banderas echarían humo. El líder estadounidense haría que los ingleses devolvieran hasta los souvenirs de monos. Mientras aquí seguimos debatiendo si hay que hablar del “problema gibraltareño” o de “la cuestión del peñón”, Trump ya habría instalado un campo de golf en la roca y los llanitos habrían cambiado el bacon por el tocino.

Por supuesto, la izquierda se escandaliza. Que si “el imperialismo yanqui”, que si “la diplomacia agresiva”. Personalmente prefiero mil veces una diplomacia que se atreva a exigir y negociar que una que se limite a recoger migajas. Trump habla de Groenlandia porque sabe que su posición podría reforzar la ventaja geoestratégica de su país. Mientras tanto, Europa debate cómo repartir cuotas de inmigrantes, ignorando que los flujos masivos de personas son un instrumento político que desestabiliza a las democracias.

Y aquí, cuando nos enfrentamos a una crisis histórica de llegada de inmigrantes, Sánchez se apura a agradecer “la cooperación marroquí” mientras los menas ocupan titulares y los vecinos buscan respuestas.
Trump, con una visión pragmática y un ojo afilado para las oportunidades, entiende que los intereses nacionales no son negociables. El Canal de Panamá no es solo una vía fluvial; es la metáfora perfecta de cómo manejar los hilos del comercio global. Groenlandia no es solo hielo y osos polares; es un tesoro de recursos minerales y una pieza clave en la partida del Ártico. Y el Golfo de México, bueno, ese es el patio trasero que cualquier vecino querría tener bajo llave.

Si España tuviera un Trump, quizá seguiríamos teniendo una posición de respeto en el tablero internacional. Gibraltar sería diferente a lo que es hoy y los británicos no se estarían choteando de nosotros; Ceuta y Melilla tendrían un muro que ni el de Adriano; y el Sahara no habría cambiado de manos sin que al menos se escuchara la opinión del gobierno español. Pero aquí seguimos, entre “mesa de diálogo” y “acuerdo histórico”, entregando las llaves de la casa y agradeciendo que no nos cambien la cerradura.

La diferencia entre Trump y Sánchez es que uno juega al ajedrez geopolítico mientras el otro se entretiene al tres en raya con Begoña. Y es que mientras Trump agarra el tablero y lo inclina hacia su lado, Sánchez se limita a aplaudir los movimientos del contrario. Al final, entre Groenlandia y Ceuta, entre el Canal de Panamá y el Sahara, lo que se juega no es solo el control de territorios o rutas; se juega el alma de las naciones y su capacidad para ser dueñas de su destino.

Así que, rían, critiquen, desprecien a Trump los progres, pero tengan claro que en su modelo de líder hay algo que hemos olvidado aquí: la voluntad de ser algo más que un espectador en la historia. Y mientras Sánchez se enreda en sus fastos a la muerte de Franco, Trump, a su manera pragmática y resuelta, nos recuerda que quien no pelea por lo suyo termina viendo cómo otros lo hacen a costa de su futuro.

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