Antiacoso exprés en Moncloa

Antiacoso exprés en Moncloa
Diego Buenosvinos

En la España del 2025, ese país donde los gestos pesan más que los hechos, Moncloa ha tenido una revelación tardía: los trabajadores —todos— deben hacer un curso antiacoso. Un cursillo exprés, con manual, test y seguramente una infografía color pastel con manos entrelazadas. No por los casos de los que no se habla —como el de Salazar, convenientemente escamoteado bajo toneladas de silencio— sino, nos dicen, «por responsabilidad institucional». Y uno se pregunta: ¿Por qué se impone esta urgencia en Moncloa y no en llevar al juzgado a los presuntos, a los manchados, a los que pueden existir bajo las alfombras?

Lo ha dicho Pilar Alegría, ministra de sonrisa barnizada: «No nos han llegado denuncias». Claro. Porque en esta España anestesiada, las denuncias llegan cuando interesa y se esfuman cuando no. Y mientras tanto, las feministas de pancarta y móvil en ristre, que con razón claman cuando toca, ahora parecen haberse tragado el silbato. ¿Dónde están las ministras socialistas de ahora y de siempre? ¿Dónde las voces que arden de furia contra un machismo que se practica en sus propias filas?

Estamos, para decirlo como Rosa Montero al escribir sobre la violencia contra las mujeres, en un tiempo de cinismo y de cansancio. Porque eso es lo que se respira. Cansancio. Harto hastío. La gente —esa a la que se le llena el carro de la compra de inflación y de impotencia— asiste con una mezcla de incredulidad y resignación a este sainete gubernamental donde se pretende sustituir la limpieza por PowerPoint. España está asqueada. Y no por el curso antiacoso, sino por el teatro que todo lo rodea desde el PSOE, el de ahora.

En un país donde el Partido Socialista, partido de gobierno, arrastra casos de corrupción, donde la prostitución y el clientelismo político han tocado las paredes de los despachos, donde la justicia es un campo de minas por decisión de Sánchez, por su agresión, y el Parlamento un plató de televisión, ¿quién puede tomarse en serio una iniciativa que parece sacada del departamento de marketing de una empresa en crisis?

Europa nos señala con el dedo. Los jueces protestan, los fiscales dimiten, las instituciones tiemblan bajo el peso de un Ejecutivo que ya no gobierna: resiste. Sánchez resiste, como un personaje de Galdós atrapado en la decadencia de un sistema que ya no se sostiene ni con pactos ni con parches. Si Emilia Pardo Bazán levantara la cabeza y contemplara a las feministas oficiales de hoy, calladas cuando el escándalo lleva siglas de partido o apellidos ministeriales… quizá diría que la hipocresía es el homenaje que el vicio rinde a la virtud.

¿Queremos limpiar de verdad? Hagamos limpieza de arriba abajo. Institucional. Política. Judicial -Constitucional-. Que rueden las alfombras. Que no se esconda la mugre bajo eufemismo. Que no se sustituya el coraje con formularios ni la verdad con notas de prensa.

Y ya que hablamos de arte: ¿qué diría Artemisia Gentileschi, pintora que usó el pincel como espada contra los abusos? ¿O Virginia Woolf, que exigía una habitación propia para pensar libremente y sin miedo? Ellas no habrían aceptado un cursillo: habrían exigido justicia.

España no es España ya. Es un decorado. Un país que hace como que gobierna, como que lucha por la igualdad, como que respeta a las víctimas. Pero el escenario huele a cartón mojado. Y el público —la ciudadanía— empieza a abandonar la sala. Porque la obra no cambia. Y los actores ya no convencen a nadie. Porque la cuestión no son los programas antiacoso, es no meter a acosadores. 

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