La izquierda vuelve al lenguaje del 34
La izquierda ha vuelto al lenguaje del 34: belicoso, engañoso y tortuoso. Haciéndose víctima de aquello para la que nació verdugo. Lleva media vida insultando y descalificando a quienes disienten de sus ideas políticas, imitando a esa izquierda de la II República que provocaba, con su dialéctica y acción, a una derecha cuyo pecado capital fue ganar democráticamente las elecciones. Ya entonces, se acusaba a los diputados que no eran de izquierdas de liderar desórdenes sociales (proyectando falsamente una realidad, pues es de sobra conocido a quién pertenece el patrimonio de campeonar las calles, ayer y hoy) cuando se defendían de la agresividad, amenazas y adjetivos poco amables de la bancada siniestra. El espíritu belicoso de los socialistas Prieto y Largo Caballero prosigue en el PSOE sanchista, que se acuesta en su involución de libertades con los mismos acompañantes de entonces.
En 2022, se repiten los mismos esquemas. Tras inaugurar hace años una etapa de acoso y derribo al adversario político mediante el uso continuado de epítetos descalificativos (fascista, machista, casta, facha, ultraderecha, etc.) y a todo aquel que no se arrodillaba ante sus normas y criterios ideológicos y caprichos normativos, ahora, ya en las instituciones y como gobierno, montan una campaña urbi et orbe acusando al adversario de impulsar y, fomentar la violencia política por contarles y cantarles las verdades del barquero desde el hemiciclo. La izquierda extrema, indistinguible en Moncloa y asociados, tiene la piel tan fina como pétreo el rostro y el verbo acusador.
Violencia política no es lo que dice Irene Montero, ni el Gobierno de Sánchez y sus satélites mediáticos y plumillas a buen sueldo. Violencia política es pactar y acordar con los hijos de ETA, herederos de los asesinos de ciudadanos inocentes. Violencia política es legitimar golpes de Estado y susurrar a los golpistas que sigan intentando asesinar la democracia, porque tienen en Moncloa un Gobierno que les protege. Violencia política es impulsar y aprobar normas y leyes que sacan delincuentes a la calle y dejan desamparadas a las víctimas de dicha delincuencia. Eso, y no lo que dice Montero y sus plañideras, es violencia política. No es casual que Irene llore justo la semana en que las mujeres víctimas salen a la calle para pedir su dimisión.