La izquierda, en el País de Nunca Hamás
No hay determinada izquierda. Esa exculpación con la que se pretende diferenciar una izquierda desnortada de otra que siempre conservó el rumbo moral en sus hechos y declaraciones se cae con estrépito ante cada posicionamiento conflictivo. Nada les salva de su buenismo perpetuo cuando, ante su enésima oportunidad de condenar el mal, lo abrazan con más fruición si cabe. Sólo nos sorprende la ingenuidad con la que muchos muestran su sorpresa en el momento en que la progresía elige bando. Siempre que tiene ocasión, escoge estar en el lado perverso de la historia. No importa de qué causa se trate. Como enfermedad moral que pasea por el mundo su superioridad buenista y sectaria, estará con las víctimas si pueden rentabilizar su dolor y con los agresores si pueden justificar su lucha. Así gana siempre en la mentalidad peterpanesca de sus acólitos.
La prueba de esa enfermedad moral la observamos en hechos incomprensibles desde una óptica racional, como ver en las calles y plazas de media Europa a ciudadanos homosexuales -en su mayor parte, pertenecientes al colectivo LGTBI- celebrar el terrorismo de Hamás, una organización cuyos integrantes odian tanto la bandera arcoíris como la de Israel. Otra prueba del desvarío es observar en estas concentraciones nada espontáneas cómo se juntan los símbolos comunistas con los de Alá, en un aquelarre de simbolismo tan desconcertante como absurdo. No hay explicación a las causas que se unen por un odio común, salvo que ese odio común define por sí mismo toda una esencia ideológica y su supervivencia ulterior.
La izquierda socialcomunista, experta en nazificar lo que no se rinde a sus patrones de conducta ni a sus reaccionarias y totalitarias formas de imponer sus ideas trasnochadas, justifica su equidistancia y huye de calificar como terroristas a los terroristas, con la misma solvencia con la que califican de terrorismo al sistema capitalista, a Amancio Ortega o a Díaz Ayuso. No hay por dónde coger tanta deficiencia intelectual, de ahí que estén convirtiendo a la víctima, un Estado democrático y un pueblo históricamente perseguido, acosado y castigado, en opresor. No se extrañen, lo hacen todos los días en España, donde entrenan su impostura oportunista en ruedas de prensa, entrevistas y tuits miserables.
Habrá que dejarlo claro una vez más. El principal enemigo del pueblo palestino no es Israel, sino Hamás y aquellos que se erigen en sus líderes auproclamados, cuya aspiración es vivir del sufrimiento de su pueblo, civiles a los que usan como excusa perpetua para eternizar un conflicto, cuando no de escudos humanos con los que tapar su cobardía financiada. Muchos musulmanes huyen a Israel cada año buscando la libertad y democracia que no tienen en la Palestina oprimida. Porque Hamás no quiere gobernar nada que no sea dolor y terror, muerte y control, victimismo y subvención. No habrá Palestina libre ni país en el que vivan y voten libremente sus ciudadanos -como en Israel- mientras Europa siga apadrinando su impostura, Irán financiando su terror y otros estados acogiendo a sus asesinos. Pero sobre todo, no habrá Palestina libre mientras siga existiendo una izquierda en el mundo que entienda que el mejor acto de justicia es echar a los judíos al mar. Esa izquierda, por siempre Hamás, es el bastión moral con el que el terrorismo islámico seguirá justificando sus crímenes.