La izquierda calla, Bergoglio también
El proceso revolucionario sandinista de los 70 fue una mascarada de revolución para implantar la dictadura comunista. No se consiguió entonces, pero se pretende ahora. Más de 320 muertos desde abril, más de 1.300 heridos y más de 500 detenidos. Trágico balance de la brutal represión que Daniel Ortega lleva a cabo contra un pueblo que sale a la calle en defensa de sus derechos. La historia es siempre historia, y tal situación ya se produjo con la revolución castrista en Cuba y décadas después, la bolivariana en Venezuela. Y muchos otros ejemplos de falsos “procesos revolucionarios” que no son más que terribles dictaduras comunistas contempladas en muchos casos desde un miope y ridículo velo romántico. No debería sorprender el comportamiento de la izquierda y su visión acólita hacia las dictaduras de corte marxista. Mientras los gobiernos autoritarios de derecha eran perseguidos hasta la extenuación, con apoyo de una derecha liberal acomplejada, las tiranías comunistas siempre gozaron de la simpatía, el respeto y hasta el apoyo de quienes reparten carnets de demócrata.
Nauseabundo vasallaje, mirada melindrosa que refleja el indisimulado reconocimiento y admiración hacia sus “progenitores ideológicos”. Osan dar lecciones de progreso mientras cuestionan las convicciones de los demás, pero reverencian las dictaduras comunistas y median y esconden, eluden y ocultan, en casos justifican, los crímenes del tirano. Infame esa secular doble vara de medir. Relativismo que hoy, mientras Nicaragua sangra, plasman en la elección de sus héroes y ejemplos. Actos y lenguaje, donde lo peligroso de estos progres es ese lenguaje con el que disfrazan sus verdaderos empeños. Verbo amenazante que no desconcertante, por histórico y repetitivo. Como mancha de aceite ha invadido occidente y de forma imperceptible envilece a los llamados hacedores de opinión y a las multitudes que en Europa no lo sufren pues viven hipócritamente en una sociedad de libertad y opulencia. Infecta y envidiable actitud la que posee esta izquierda maestra en amañar la palabra y empobrecer el pensamiento. Mamando de la misma fuente ideológica, aniquila y dilapida la esencia del individuo, mecaniza su alma y mutila su futuro.
Cuanto mal y que responsabilidad la del marxismo cultural con su arma de corrección política convertida en la sempiterna dictadura del pensamiento único. Ocultan su fracaso ideológico y gran parte de los cimientos sobre los que se sustenta este se encuentran hoy reducidos a escombros sin tapar la doblez y lisonja de quienes haciendo guiños a las dictaduras comunistas jamás se les ocurriría vivir en ninguna de ellas. Una actitud histórica que a nadie debe extrañar. Pero si extraña el silencio de Bergoglio, ese sigilo en manifestar su protesta por lo que ocurre en Nicaragua. O no, como cuando afirmó en una entrevista en el diario italiano La Repubblica que «son los comunistas los que piensan como los cristianos”. Sorprende esa tibieza cuando la iglesia está cada vez más perseguida por Ortega y sus partidarios, cuando es la última institución independiente en la que confía el pueblo.
Gran diferencia con Juan Pablo II, que a lomos de honestidad moral derrumbó los dos principios del socialismo real, el de la internacionalización de la clase obrera y la negación del individuo como tal. El actual morador del Vaticano se supone que está labrando nuevos caminos en la “Iglesia del siglo XXI”, pero desde postulados arriesgados, contrarios al dogma tradicional de la iglesia católica, sin duda desconcertantes y aupado en un peligroso precipicio por quienes no paran ingenuamente de aplaudir. Riesgos de la apariencia y el espectáculo donde está en juego la vida y libertad de millones de individuos. Ya lo dijo Giacomo Leopardi, poeta italiano: “Confía en los que se esfuerzan por ser amados; duda de los que solo procuran parecer amables”.