Hay que ser estúpido

Hay que ser estúpido
Hay que ser estúpido

La delicadeza de las gentes es un indicador evolutivo de la sociedad en la que viven, así como el buen estilo de una persona habla inequívocamente de sus entendederas y su perceptibilidad…

Hace pocos días coincidí en la Gala de los Planeta, en Barcelona, con Yolanda Díaz (mi emocionada enhorabuena a las dos autoras que se alzaron con sendos premios, Luz Gabás y Cristina Campos).

Pues tengo que decir que, a pesar del clima de camaradería y buen humor que caracteriza a la gran fiesta de la literatura española, me sorprendió la vicepresidenta por dos razones: uno, por guapa y la segunda, que es más importante, por su amabilidad, su sonrisa franca y su dulzura, llámenle si quieren cintura política o diplomacia… O mejor: ¡inteligencia!

No es la primera vez, ni será la última, salvo por fallecimiento, que me cruzo con personalidades y políticos, y les aseguro, sin citar nombres, que los hay extremadamente torpes, groseros y vanidosos.

Yolanda fue conmigo (y con todos) extraordinariamente cariñosa, sencilla, y natural, algo que ya había experimentado con otras mujeres brillantes, y en mi personal opinión, adorables, de la política como son: Macarena Olona, Esperanza Aguirre e Isabel Díaz Ayuso.

¿Saben cómo conocí a la presidenta de la Comunidad de Madrid? En la calle, cuando esta, sin mediar palabra, se arrojó al suelo para acariciar y besar a mis perros Butler y Paris:

-¿Son cavaliers?-, preguntó arrodillada junto a ellos.

-¿Y usted? ¿Es Isabel Díaz Ayudo?-, respondí alucinada por tanta espontaneidad. -Verá, soy columnista, escribo constantemente de su persona, para mí este encuentro es como para un moderno que lo saque al escenario Rosalía.

Me dijo que era mi vecina y que, de hecho, había crecido en el portal de al lado de mi casa y su guardaespaldas, que no parecía sorprendido en absoluto, nos hizo unas fotos muy bonitas que casi nunca saco porque estaba horrorosa, yo, que llevaba un chándal de mi hijo Pepe; ella divina, con su cara de beldad del cine mudo.

¡Qué agradable sensación nos produce interaccionar con personas benignas y lúcidas! ¿No creen?

Yo es que estoy convencida: las personas maduras intelectual, espiritual y afectivamente son mansas y generosas. Mostrar enfado e ira es grotesco, primitivo y poco inteligente y no estoy hablando de algo cosmético o fancy… No. Enfadarse denota poca tolerancia, poca paciencia y poca humildad, pero algo mucho más importante, falta de conocimiento… Igual que mostrarse altanero, distante o lucir complejo de superioridad, especialmente en un político.

Si existen tres cualidades morales o actitudes que este siglo convulso, energúmeno y polarizado necesita con urgencia son el dominio propio, el altruismo y la mansedumbre. ¡Y cuidado con la falsa idea de mansedumbre!

En la sociedad agresivísima (aunque pasiva) y egoistona que nos ha tocado, suena raro; y es que ya desde la Biblia la palabra que designa mansedumbre no es fácil de traducir al español, por lo que muchas traducciones comunican cierta debilidad que no se encuentra en el original.

La verdadera mansedumbre es una fuerza interior inmensa y muy difícil de adquirir, pero entrenable. El manso no se mueve por arrebatos ni pequeñas pasiones porque sabe gestionar sus emociones y controlarlas.

La mansedumbre, en psicología, sería lo que llaman asertividad y no nos lleva a la pasividad, ni mucho menos a callar ante lo que está mal, sino que nos ayuda a interponer nuestra postura mostrando respeto aun cuando no estemos de acuerdo en absoluto con los demás. La mansedumbre nos lleva a tratar a los otros como deseamos ser tratados: con ternura y dignidad.

Pablo Iglesias, como ejemplo de lo contrario, este fin de semana ha desplegado su incivilidad (algo que comparte con la Ministri, además de los tres hijes) y su animadversión contra todo el que no le aplauda o le dé la razón. Esta vez ha insultado a Yolanda Díaz, en el último evento Podemita:

“¿Quién piensa que le puede ir bien a una candidatura de izquierda si a Podemos le va mal en las municipales? Hay que ser estúpido”, ha proclamado refiriéndose a la mujer a la que él mismo designó como sucesora.

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