Un Gobierno en permanente negociación
Esta semana ha sido el proyecto de ley de la senda de déficit y la pasada la proposición de ley que limitaba los alquileres de temporada. Llevamos así casi un año y nos quedan, en la pretensión de Pedro Sánchez, muchos más, así que podían ir asumiendo que las limitadas aspiraciones legislativas que puedan tener pasan por otra senda, la de la negociación/claudicación ante el resto de socios del régimen y en especial ante los independentistas catalanes.
Las reuniones del Consejo de Ministros son un encuentro de cuadrilla que utilizan para repartirse cargos y prebendas, pero en el ámbito legislativo son una formalidad sin ningún efecto práctico. Antes o después de esos consejos, tienen que centrarse en conseguir apoyos; porque este es un gobierno en constante búsqueda de apoyos y en constante negociación, pero no ya para sacar adelante tal o cual ley, sino simplemente para sobrevivir. Esa es la única aspiración y, en realidad, todo lo demás, ya sea el problema de la vivienda, los presupuestos o lo que venga, pasa a un segundo plano.
Pero si ponemos más zoom en esta situación, comprobamos que la supervivencia del Gobierno, de este Gobierno, no es un objetivo por sí mismo, sino un objetivo en cuanto que sirve para mantener a su presidente. Sánchez no necesita un gobierno para establecer unas políticas y gobernar el país, necesita una plataforma, nominal y formalmente llamada Gobierno de España, que le permita mantenerse en la Moncloa.
Y esa pretensión, que no es solo suya, sino que ya es compartida por su partido, por el entorno mediático y por una parte del electorado, se ha convertido en una obsesión. Necesita que su permanencia en la Presidencia del Gobierno se convierta en un bien de Estado, y que se reconozca esa especie de derecho divino a mandar como el principal bien a preservar, al que se pueden sacrificar cualesquiera otros principios o derechos. Por eso, como único e intransferible titular del mismo, llegó a decirle a Núñez Feijóo (que había ganado las elecciones), que le diera sus votos a él (que las había perdido) para así no verse obligado a permitir la humillación de España ante las exigencias de Puigdemont. Y eso ya no sólo es un desahogo, es un síndrome de superioridad de quien se siente el elegido por el Olimpo.
Asumiendo, entonces, que se trata de preservar un bien superior, que es su permanencia en el poder, hay que aceptar que no haya límite en las concesiones a los socios que la aseguran y en las deleznables condiciones, vicios y vilezas que él mismo tiene que arrogarse. A él no le gustaría ser un falsario y un camaleónico trapisondista, pero, como le ocurría al vizconde de Valmont en la película Las Amistades Peligrosas, «no puede evitarlo».
Y en esta nuestra película, el que Sánchez tenga que hacer lo que dijo que no haría; el que tuviera que convertirse en comunista insomne a requerimiento de Iglesias; el que traicionara al pueblo saharaui, a los canarios o a los ceutíes a satisfacción de Marruecos; o el que se haga confederalista (ignorando que una confederación exige previamente la independencia de los estados que la conforman) por la necesidad de contentar a sus socios, son exigencias del guion.
En esta ocasión ese guion deja el enésimo papelón al superministro Bolaños, que cada vez se parece más a la graciosísima Gracita Morales y que, como ésta en la divertida Atraco a las Tres, anda por ahí repitiendo aquello del «que no se va, que no se va». También hay papel para la presidenta del Congreso, que ha sido pillada pidiendo instrucciones y preguntando a Simancas, secretario de Estado de Relaciones con las Cortes, si ella tiene que firmar algo. Y claro, para la ministra portavoz, Pilar Alegría, que nos contaba, sin apenas poder reprimir una risita tonta por la trola que nos estaba colando, que la culpa de retirar el proyecto de ley es del PP.
Sin embargo, lejos de intentar llegar a un acuerdo con los populares, van a continuar la negociación con Puigdemont. Alguien debería hacerles comprender que el simple hecho de reunirse y negociar con un delincuente prófugo algo distinto de su entrega a la justicia, hace innecesario cualquier comentario adicional para descalificar la reunión y cualquier resultado que salga de la misma.