Garzón, un problema y una solución
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Sin duda Alberto Garzón es un problema para los españoles, pero paradójicamente, es la solución para uno de ellos. Las dos afirmaciones son incontestables: desde hace mucho es evidente que Garzón no tiene preparación y experiencia para ocupar cualquier cargo de relevancia, y por eso, sus escasas actuaciones se cuentan por melonadas; pero, en la medida que tiene sitio fijo en el cogobierno podemita de cuota, forma parte de la solución para un Pedro Sánchez que quería y quiere ser presidente del Gobierno.
Ahora bien, el problema de tener un Gobierno B de ministerios inverosímiles, por ser inservible su propia existencia y por ser quienes son los titulares de los mismos, podía quedarse únicamente en la inconveniencia de soportar el gasto de su mantenimiento. Bastaría con que esos ministros tomaran conciencia de su incapacidad y de su naturaleza interina para reconocer que sentarse en el banco azul y en el Consejo de Ministros es su estación termino, sin mayor exigencia presupuestaria que la de costearse a ellos mismos y a sus colaboradores. Tendría, eso sí, grotesco parecido con lo que parodiaban Tip y Coll en aquel divertidísimo sketch en el que un jactancioso funcionario reclamaba un trabajo y un salario equivalentes al de una persona que no sabe hacer nada, y resuelven satisfacer esa petición incluyéndole en el Gobierno.
Pero, lamentablemente, la prueba del nueve de la inutilidad y de la ignorancia es, confirmando a contrario sensu la aserción socrática, el no reconocimiento de la misma, y de ahí que se empeñen en ejercer el poder que se les ha conferido, no en beneficio de unos españoles que no les votaron y cuyos problemas no entienden ni quieren entender, sino en beneficio de una agenda con todos los mantras del neo-comunismo. Ya apuntó el eminente médico canadiense William Osler que «cuanto mayor es la ignorancia, mayor es el dogmatismo».
Volvamos entonces a Garzón, al que poco le importa la situación del sector cárnico o de la ganadería, intensiva o extensiva, y que no quiere que la problemática real contradiga su sectario discurso pseudo-ecologista. Al igual que le ha pasado con los jugueteros o con los hosteleros, el ministro también vive de espaldas al quehacer o a los intereses del entorno rural, para el que le gustaría diseñar un mundo de yupy en el que, como decía Jardiel Poncela de las dictaduras, «la mitad de las cosas estén prohibidas y la otra mitad sean obligatorias». En el fondo, a toda esta caterva de iluminados les fastidia enormemente que las personas que viven en el campo se organicen su propia vida, que sean refractarias a los dogmas progre-ecologistas y que consigan que todas sus estupideces les caigan tan de refilón. Porque en su arcadia feliz de diversidad humanoide, en la que incluyen animales y hasta vegetales, no contemplan que una familia crie sus animales y mate sus chones, que un paisano cultive su huerto y haga vino u orujo para autoconsumo o que los aficionados a la caza celebren sus batidas de jabalíes, en las que además aprovechan para reducir el número de predadores que atacan las cabañas ganaderas.
Ojalá estas actuaciones sectarias de Garzón (que lo son de todo el Gobierno, ya que no cuela lo de ser ministro part-time) fueran una humorada, pero son verdad y son consecuencia de una engreída ignorancia que, por no ser capaz de disimularla como exigía Plutarco, debería incapacitarle para gobernar. Pero tristemente no es así, el ministro Garzón, y el resto de ministros comunistas, continúan actuando, dentro o fuera de su incumbencia, sin atender a lo que interesa o conviene a los españoles y comportándose como aquel niño que, catequizado en que era una buena obra, cruzó, sin él pedírselo, la calle a un ciego que tomaba tranquilamente el sol, dejándole jodido y a la sombra en la otra acera. Pero estos ministros además dejan al ciego sin bastón y sin perro, ya que a este lo han personificado y lo han sindicalizado.
¡Claro que es un problema! La inmensa mayoría de los españoles, entre los que está el propio presidente, sabe que tener cuatro o cinco comunistas ignorantes y dogmáticos en el Gobierno solamente nos puede traer calamidades, pero Sánchez no tiene otra que mantenerlos hasta que, para enfrentar el proceso electoral, llegue el momento de fingir la ruptura de la coalición. Así de sencillo, por ahora el problema de todos es la solución para él.
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