Fumata ‘made in USA’
No hay nada como un cónclave para recordarnos que la Iglesia no solo es fe: también es coreografía y marketing. Nos llega misterio, pero detrás de todo ese humo blanco y negro hay cálculo. Se vota a puerta cerrada, sin campañas públicas ni promesas, pero detrás del ritual, del incienso y los faldones, se esconden los ingredientes habituales: ingeniería, poder, alianzas… Donde elegir un Papa no es elegir un santo sino un relato… Con sus bloques, lobbies, aspirantes discretos y favoritos. Lo único que no tiene, paradójicamente, son mujeres.
Hombres con faldas y patucos caminando entre frescos de Miguel Ángel como si fueran protagonistas de una ópera o socios de un rancio club inglés solo para caballeros. En realidad, lo que ocurre ahí dentro es una de las operaciones de influencia más complejas, discretas y estratégicas del mundo moderno. Y por eso fascina: porque es medieval y geopolítica a la vez, porque el Papa es una figura que habla con Dios pero desayuna con diplomáticos.
Seamos curiosos: ¿cómo se elige un Papa, exactamente? ¿Es esto una carrera política encubierta? ¿Hay primarias vaticanas, mítines en sotana, juegos de tronos espirituales? ¿Uno se postula como candidato papal con la misma naturalidad con la que Feijóo se lanza al Congreso? ¿Se escoge al hombre o se escoge una ideología? ¿Un Papa es un líder o es un rostro amable tras el que opera un aparato de soberanía y control mucho más cómodo y en la sombra? ¿Es esto más parecido al Premio Nobel o al Planeta: un galardón teóricamente neutral pero profundamente táctico? Las respuestas no son fáciles ni únicas, pero si algo está claro es que, detrás del humo blanco, hay movimientos contenidos, pactos dolorosos y una visión del futuro que busca imponerse.
El nuevo elegido, León XIV, se llama Robert Francis Prevost, nació en Chicago, es agustino (una orden que, si me perdonan la herejía, vendría a ser algo así como la Izquierda Unida del Vaticano: minoritaria, discreta, más comunitaria que jerárquica, y con cero interés en ostentar el poder), y ha sido misionero en Perú durante décadas. Tiene 69 años, cara de buen tipo, y una biografía que no parece escrita por un spin doctor, sino por un cura de pueblo que estudió matemáticas…
Los cardenales —133 con derecho a voto si tienen menos de 80 años— se encierran en la Capilla Sixtina, donde ni el Wi-Fi puede penetrar, y empiezan a votar. Necesitan una mayoría de dos tercios, así que nadie gana sin pactar. No hay debates televisados ni eslóganes, pero todo el mundo sabe quién representa qué línea. Están los progresistas, los conservadores, los de la vieja guardia, los del sur global, los francisquistas, los ratzingerianos (sí, eso aún existe) y ahora, al parecer, los agustinianos, que han pasado de fondo de armario espiritual a titulares en el New York Times.
Cada orden religiosa tiene su estética y su programa. Los jesuitas son la élite, los que piensan, los que enseñan en universidades y escriben columnas. Los franciscanos son la opción humilde, ecologista, casi hippie. Los dominicos son los teólogos serios, y los agustinos… bueno, los agustinos no suelen estar en el foco, pero ahí está el punto: Prevost es un outsider en el sentido más literal. Es como si la Iglesia hubiera elegido a un técnico de provincias para marcar un nuevo comienzo sin romper nada del todo.
Porque, aunque el Papa no gobierna como un presidente, sí edita la línea ideológica de la Iglesia. Como un director de periódico, define qué se tapa, qué se subraya, qué se calla y qué se denuncia. Francisco trajo misericordia y pobreza; Ratzinger, doctrina y orden. ¿Qué traerá León XIV? Una incógnita con acento de Chicago, pero mirada latinoamericana.
Y aquí entra el verdadero elefante en la sala: que sea estadounidense. Durante siglos se evitó conscientemente. Demasiado poder, demasiado capitalismo, demasiado Hollywood. ¿Qué significará que el pastor de 1.300 millones de católicos venga del país que inventó Silicon Valley y la Coca-Cola? ¿Es el inicio de un catolicismo más global o el síntoma de una Iglesia que intenta agradar a su mercado más difícil?
No lo sabemos aún. Pero una cosa es segura: un Papa gringo es un Papa con experiencia en branding. Y quizá eso es lo que hace falta en una Iglesia que compite, más que nunca, con Netflix, TikTok e Instagram. Al final, más que pontífice, el Papa es hoy un editor jefe del alma occidental. Y Prevost, por lo visto, ha sido el elegido para reescribir el próximo capítulo.
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