Tras el fracaso del catalán, el Estado Plurinacional

Por pactar, el Gobierno y Puigdemont pactaron hasta la respuesta al fracaso del catalán en Bruselas. El fiasco se veía venir, por eso prepararon toda la artillería contra el Partido Popular, Vox solo de acompañante, para justificar un fiasco que, de antemano, ambos tenían muy metabolizado. Tanto que uno de los panfletos de Junts lo anunció el día anterior sin cortarse un pelo. Saben ahora que «lo de la lengua» —como dice un profesional barcelonés singularmente ilustrado— se ha quedado para las calendas grecas, o sea para cuando Dios quiera, que no parece que vaya a querer por ahora desde que no cuenta con la presión de un Papa, como Francisco, siempre cariñoso con los separatistas catalanes, y agrio con los españoles en general.
Así que, ante el país entero, Sánchez tiene que resolver otras dos exigencias sine qua non del fugado de Waterloo. Una, importante, decisiva, la aprobación en el Tribunal Constitucional de la amnistía urbi et orbi, es decir, de todo y para todos, y básicamente para Puigdemont, que está harto de tragarse mejillones en Bruselas. Otra, más delicada, la articulación de una nueva forma de relación política entre España y Cataluña.
Sobre la primera, la impresión es que el sanchista Conde Pumpido, convertido ahora en un leguleyo a las órdenes de un psicópata, se está encontrando más dificultades de las previstas en el grupo llamado «progresista» del Tribunal Constitucional. Alguno/a de sus magistrados/as tiemblan ante la sola posibilidad de que Pumpido les obligue a votar favorablemente una Ley rechazada en el Supremo y que, con seguridad, terminaría con la vida profesional y prestigio de los firmantes de ese imponente bodrio.
Pumpido, claro está, no ceja, entre otras cosas porque le ha prometido a su baranda Sánchez que antes del 20 de junio tendrá lista la amnistía para presentarla a Puigdemont y, en consecuencia, asegurarse un tiempecito más en la Moncloa, la única casa —entiéndase esto muy bien— que le puede guardar de un panorama judicial que le sentaría no en un banquillo, sino en varios banquillos.
Puigdemont ya le ha comunicado a su interlocutor español, ¡fíjense!, que no va a esperar más allá del día 1 de julio, que si para entonces no se han cumplido sus exigencias, dejará tirado para los restos a Sánchez. Ahora bien: ¿Eso supondrá que abjurará del felón y se echará en brazos de Feijóo? De ninguna manera. Hay que esperar que en el venidero Congreso del PP quede negro sobre blanco que con esta ralea de Junts no se puede ir ni a recoger una herencia. Así que una cosa es romper y otra ahogar para siempre al hasta ahora presidente del Gobierno español.
Por eso, en la ardua tarea de seguir engañando a los separatistas catalanes, el Gobierno tiene que medir la muleta en los bajos y confiar en que estos morlacos embistan. Saben cómo hacerlo. Y está publicado porque no hace ni siquiera un mes que lo anticipó Zapatero, el conocido indigente intelectual, ahora multimillonario, gracias entre otros al criminal Maduro. Este tipo dejó escrito en la colaboracionista La Vanguardia que el próximo porvenir institucional de España, se llama «Estado Plurinacional».
Naturalmente que no dejó dicho en esa entrevista cómo se hace eso, cómo se transita desde una situación constitucional perfectamente homologable a la más limpia de las democracias, a un caos suprafederal en que no queda nada de la Nación más antigua de Europa. Es lo que, en alguna parte del PSOE, empiezan a denominar la «transitoriedad».
De esta pirueta parece que ya se han enterado en Europa, han sabido allí estados perfectamente poblados como Alemania y Francia, también Italia, que el paso previo de la aceptación del catalán como idioma oficial de la Unión, no era otra cosa que el embrión de ese Estado que podría suponer la desmembración de España.
Por eso, según me advertía este martes un eurodiputado, parece que la Unión no hace nada, pero sí lo hace, sin estridencias y sin enfrentamientos, dejando todo, como el catalán, para la próxima pantalla. Para el maléfico dúo compuesto por un psicópata (Sánchez) y un fugado (Puigdemont) la bofetada de Bruselas ha supuesto una pequeña avería, una grieta en su proyecto conjunto, pero solo eso, una grieta política a la que no van a hacer ni caso.
De lo que se trata en este momento crucial para la historia de España, es de engatusar con el juguete de una plurinacionalidad que sería tanto, de tanta trascendencia como una auténtica independencia. En esta situación, nadie se extrañe si en los próximos meses comienza Sánchez a dibujar los entresijos, los zarajos, de ese Estado plurinacional con el que pretende seguir robando a Puigdemont los siete votos que le son absolutamente imprescindibles para continuar okupando (con «k» por favor) los jardines de La Moncloa en los que, al parecer, únicamente le falta construir una pista de baile para deleite de la imputada forajido
Claro está que ciertos, entre los que nos lean, advertirán que lo antedicho es una barbaridad sin ningún anclaje en la realidad nacional, ni tampoco en los planes de este Gobierno tan mafioso como Frank Nitti, ejecutor de todas las penas que ordenaba su mecenas Capone. Siempre quedan los artificialmente «juiciosos» que terminan por negar. «No, no se atreverán a eso». Pues bien, ¿cuántas veces «se han atrevido a eso»? Entonces. Se atreverán solo a lo que convenga a la permanencia de un personaje que carece de escrúpulos, de principios o fundamentos, lo escribirá así para él que, según se dice, ha jugado al baloncesto. Es capaz de la mayor iniquidad y ésta que vengo relatando es la peor que se le puede ocurrir a un nacional nacido en España. Un traidor que está superando con creces a Fernando VII y al pobre tonto que se alzó contra la Monarquía y gobernó —es un decir— la II República, Niceto Alcalá Zamora, de alias «El Botines».
PD- La convocatoria de Feijóo para la manifestación del día 8 no es una sugerencia, es una exigencia. Moral. Es la oportunidad para que la derecha española abandone su letargo y se lance contra esta tribu de salvajes corruptos que está destrozando España. No hay excusas: el día 8 todo el país a la calle.