Florentino o la historia del discípulo que supera al maestro

Opinión de Eduardo Inda

Conocí al presidente con más Copas de Europa, Florentino Pérez, en 1995. Él tenía 48 años y ya era un empresario de postín que capitaneaba OCP, el antecedente de ACS, y yo estaba en los 27 y me dedicaba a la información municipal de Madrid. Más que un encuentro fue un encontronazo. Casi nos chocamos. Él entraba en el ascensor de la sede verdadera del Ayuntamiento de Madrid en la calle Mayor y un servidor salía despendolado a enviar una crónica. Me presenté y lo primero que hizo fue espetarme «¡hombre, tú eres Inda!» para, acto seguido, echarme en cara una información de chichinabo que había publicado y que, naturalmente, él se había leído de cabo a rabo. Costumbre que mantiene intacta 29 años después. Fue el inicio de una amistad que perdura a día de hoy.

No era el Florentino de nuestros días, presidente y accionista de la segunda o tercera mayor constructora del mundo, ni tampoco el número 1 del mejor club de todos los tiempos. Andaba lamentándose de no haber podido cumplir el sueño de su vida que no era otro que presidir el Real Madrid. Apenas tres meses antes, había sido víctima de un atraco a mano armada en las elecciones blancas perpetrado por el tan genial como tramposo Ramón Mendoza, al que no se le había ocurrido mejor idea para mantenerse en el poder que resucitar a decenas de socios muertos al más puro estilo del Thriller de Michael Jackson y hacerles votar.

Aquella noche se produjo otro hecho abracadabrante, más propio de la España caciquil de la Restauración que de la democrática: la luz se fue durante el recuento de las papeletas, apagón obviamente forzado por los machacas de don Ramón que se limitaron a bajar los plomos. Sobra decir las maniobras orquestales en la oscuridad que se consumaron en las urnas. Entre los muertos, el pucherazo y el caballo de Troya que era Santiago Gómez Pintado —el tercero en discordia—, Mendoza pudo mantenerse en un cargo que, según él, genio y figura hasta la sepultura, era «más importante que ser ministro». Eso sí, por tan sólo 700 votos de diferencia: 15.200 frente a 14.500.

Florentino alcanzó la Presidencia del Madrid tras gestar en secreto el mayor golpe de la historia del fútbol moderno: el fichaje de Luis Figo

A la final de Ámsterdam, en mayo de 1998, que llegaba 17 años después de la frustrada de París frente al Liverpool, viajamos juntos en un Airbus A340 que alquilamos a escote 100 amigos. Cuando el árbitro pitó el final, le hice un vaticinio. Larguísimo se lo fie: «Tardarás diez años en ser presidente». Lorenzo Sanz, el sucesor de Mendoza, se había encumbrado contra todo pronóstico con un Real Madrid que llegaba con un entrenador (Jupp Heynckes) cuasidestituido y que se enfrentaba a un rival como la Juventus de Zidane que era el equipo de moda. Se levantó la Séptima y dos años después se conquistaría la Octava, momento que Lorenzo Sanz aprovechó para convocar elecciones pensando que constituirían un paseo triunfal. Craso error: Florentino gestó en secreto el mayor golpe de la historia del fútbol moderno, el pago de la cláusula del crack (Luis Figo) del equipo rival (el Fútbol Club Barcelona), y se llevó las elecciones contra todo pronóstico dejando a su rival compuesto y sin Presidencia del Real Madrid y a un servidor convencido de que carecía de futuro como émulo de Rappel.

Le echan en cara la por otra parte logiquísima recalificación de una Ciudad Deportiva que financieramente representó el gran salto adelante de un club que debía casi 50.000 millones de pesetas de la época, una auténtica salvajada. Los que le imputan ese cambio de usos urbanísticos mienten a sabiendas o por ignorancia supina toda vez que era un proceso que había iniciado Lorenzo Sanz y que él se limitó a culminar. A mí ni me lo van a decir ni me lo van a contar porque era, como digo, el encargado de cubrir la información municipal y esos temas me los conocía al dedillo. El Real Madrid volvió a ser el Real Madrid de don Santiago Bernabéu gracias a la inyección de dinero de la Ciudad Deportiva pero también por mor de un modelo de gestión basado en algo tan elemental como que no se gasta más de lo que se ingresa y que uno no tira de deuda si no está plenamente seguro de que la puede devolver.

La austeridad es una de las características de Florentino, que predica con el ejemplo y obliga a aplicarse el cuento a todos los empleados del club

Lo normal en una empresa moderna, nada que ver con los usos y costumbres anteriores, que pasaban por pegarte viajes en avión privado con la amante de turno con cargo al socio y por comisionar en todos y cada uno de los fichajes. Nada que ver con nuestro protagonista, que no sólo ha avalado dos veces el 15% del Presupuesto, alrededor de 120 millones en la última ocasión (2009), sino que no usa el despacho presidencial del Bernabéu, tampoco tiene tarjeta del club y se paga personalmente todos los viajes con el equipo.

La austeridad es otra de las características del personaje, tanto a nivel personal como en su calidad de presidente del Real Madrid. Nunca le verán con un reloj de tropecientos mil euros, usa siempre camisas y corbatas azules y vive en una muy buena casa pero no en una mansión. Predica con el ejemplo y obliga a aplicarse el cuento a todos los empleados del club. Tanto el Bernabéu, el nuevo y el viejo, como la Ciudad Deportiva son grandes instalaciones pero no ostentosas, se antojan más alemanas que saudíes o qataríes. El oropel brilla por su ausencia. Y a sus 77 años, y con la vida resuelta, continúa trabajando como un animal. Aún lo recuerdo hace un cuarto de siglo recibiéndome en la sede de ACS un sábado por la tarde en lo que no constituía una excepción sino más bien la regla.

La austeridad y esa aversión a los excesos que heredó de su madre —su gran consejera— y la costumbre que le legó su padre de no vivir por encima de tus posibilidades y de trabajar a destajo son los ingredientes de un éxito incuestionable, tanto en ACS como en el Real Madrid. Cuando los clubes-Estado entraron cual elefante en cacharrería a finales de la década antepasada, metiendo toneladas de petrodólares en los City, PSG y compañía, haciendo saltar por los aires el mercado y pasándose por el arco del triunfo el fair play financiero, mantuvo la calma. Lo más cómodo a corto plazo para él habría sido apalancarse compulsivamente para apoquinar a las estrellas en ciernes salarios imposibles como los 75 millones que percibía Leo Messi en el Barça, para haberse traído a Mbappé ya en 2017 y para haber retenido a Cristiano Ronaldo.

La Decimoquinta le convierte en el mejor presidente de la historia del Real Madrid por encima de ese don Santiago con el que empezó todo

Recorrió el camino inverso echándole lógica empresarial y financiera a la cosa, creando un sistema pluscuamperfecto de scouting liderado en la sombra por Juni Calafat y José Ángel Sánchez que ha permitido fichar bueno, bonito y barato o captar talentazos que quedaban libres. A los hechos me remito: Vinicius, Rodrygo, Rüdiger, Militao y Alaba son el paradigma de esta política que antepone la estrategia del sentido común a la táctica del talonario. Y la remodelación de un Bernabéu que es ya por derecho propio el mejor estadio del mundo ha puesto una guinda que garantiza 150 millones de ingresos extras anuales.

Lo más palpable de esta forma de hacer las cosas es la Decimoquinta Copa de Europa que Nacho elevó a los cielos de Londres anoche. Esa verdad insobornable que es la estadística nos aporta otro dato que pasará cuasidesapercibido por el lógico protagonismo de las estrellas del balón: esta Champions convierte a Florentino en el mejor presidente de la historia del Real Madrid por encima de ese don Santiago con el que empezó todo. El de Almansa conquistó seis Copas de Europa y su cuarto sucesor puede presumir, que no lo hará, el exhibicionismo le provoca aversión, de haber ganado siete. Los demás torneos apenas cuentan en un Real Madrid cuyo ADN no se entiende sin la mejor competición de clubes del planeta.

Florentino Pérez ha vuelto a hacer buena, por enésima vez, la máxima de Thomas Jefferson: «Yo creo bastante en la suerte porque he constatado que cuanto más trabajo, más suerte tengo». Un caso que ya es por derecho propio materia obligada en las mejores escuelas de negocios del mundo y que también se enseñaría en nuestros colegios si España fuera Estados Unidos y no el país de envidiosos y cainitas que es. Un éxito que tiene otra culpable: Pitina, su mujer, que seguro que ayer echó una mano desde allá arriba.

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