Fin del espectáculo, queda una tragedia bíblica

Fin del espectáculo, queda una tragedia bíblica
  • Carlos Dávila
  • Periodista. Ex director de publicaciones del grupo Intereconomía, trabajé en Cadena Cope, Diario 16 y Radio Nacional. Escribo sobre política nacional.

Tras el debate sobre cómo debió ser el voto de Casado en la moción de censura, las luces de la previsión hay que enfocarlas al futuro, pero no en un porvenir ambiguo, sino en el que se prevé de forma inmediata. Por lo pronto, lo trascendente es fijarse en nuestro gran mal: la pandemia. Y sobre éste, y aún a costa de agobiar con un aluvión de datos, resulta imprescindible detenerse en las grandes cifras porque son estas las que tienen que marcar todas las actuaciones políticas, sanitarias, sociales y económicas. El mejor diagnóstico es el que publica OKDIARIO todas las mañanas: casi 50.000 personas fallecidas y un millón ya muy largo de infectados. Por debajo de estos números, podemos ofrecer el terrible diagnóstico de, sin ir más lejos, el pasado miércoles. Deténganse en la magnitud de la tragedia: 16.973 casos, 5.003 más que hace una semana, y 53 muertos. 13.698 enfermos hospitalizados, 412 más que en la jornada anterior. 1.930 pacientes en UCI, 19 más que en las anteriores veinticuatro horas. Y una tasa de Incidencia Acumulada, la ya tristemente famosa IA, del 332,7 por ciento; el 21 de julio era sólo del 8,08 por ciento. Ninguna región pasaba del 20. ¡Gran triunfo del mentiroso Sánchez!

Es de suponer que, después de la eclosión informativa de estos días, los políticos españoles se dispongan, de una vez por todas, a tomar nota de este drama que supone que, en una población de cuarenta y siete millones de españoles, hayamos sido contagiados por este maldito virus más de un millón. Al decir de los especialistas ya comienzan a diagnosticarse en las consultas los efectos malignos resultantes de esta desgracia, unos patológicos y otros estrictamente psicológicos. Por lo demás, las colas de la clásica “sopa boba”, el alimento gratuito para los más pobres, se está llenando en este tiempo hasta el punto de que las sociedades que están cubriendo esta necesidad, advierten de que ya no dan más de sí, que o se abren otros puntos de acogida a toda prisa, o la hambruna será en este país algo más que un aviso: será una certeza. Este es el diagnóstico de Sánchez, uno de los mayores perillanes de la Historia de España.

Durante más de un mes, unos, los políticos, y otros, los periodistas, nos hemos entretenido en cuestiones que nada tienen que ver con el dibujo antedicho; es más, hemos llegado a creer que, si no se solventaban episodios como el acoso del Frente Popular al Poder Judicial, desde luego, la moción de censura presentada por Vox, las consecuencias de la pandemia, por inacción, se irían agravando día tras día. Y es cierto, por más que parezca que una cosa son las hojas y otras son el rábano, que ambas preocupaciones se hallan perfectamente relacionadas. Por eso, llegado el momento, el momento actual, no es decente abandonar la tragedia del Covid, pero tampoco aplazar más tiempo la solución de unos problemas que han impedido hasta la fecha que nuestros políticos usen sus mejores horas en aplacar la furia del virus. Por fin -empecemos- Sánchez y su cuadrilla del Frente Popular, contentos tras el debate, se han rebajado de su fechoría de asaltar el Poder Judicial, y han retirado el engendro presentado por el dúo impresentable Lastra-Echenique. El Partido Popular ha viajado a Europa con todos sus clamores y ha conseguido que las instituciones comunes advirtieran a Sánchez de que su propósito totalitario no era admitido en la sociedad de Bruselas.

Esta ha sido una de las bazas que Casado ha exhibido en sus intervenciones en la moción de Abascal. Ahora se trata de que el principal partido de la oposición aliente propuestas concretas, eficaces y nítidas no ya sobre el tratamiento de la pandemia que, desde luego, sino sobre todos los grandes conflictos que tiene planteados España. El PP no ha hecho a estas alturas más que empezar de nuevo. Debe explicarnos cuáles son sus recetas, y no sólo judiciales, para domeñar el desafío catalán, para impedir que España se convierta, como sugieren los países de nuestro entorno, en un “Estado fallido”, para aprovisionar de ideas para que la crisis económica no nos arrastre a la ruina, y, claro está, para enfrentarse al demonio político que representa el dúo Sánchez-Iglesias.

La oposición ya no cuenta con el marginal Ciudadanos, que se ha quedado en un práctico bulto sospechoso que hoy no está en la baraja de ninguna carta española. Así es como ha quedado el centroderecha en el país. Al PP -hay que avisarlo- le van a llover chuzos de punta, entre otras cosas porque no es imposible que el nuevo Vox que ha surgido de la moción, en su enfado estratosférico, ensaye la jugada de apearse de su apoyo en los municipios y regiones donde el PP gobierna con sus escaños cedidos. La verdad es que Abascal tiene que preparar adecuadamente esta respuesta. Pero el PP queda advertido de que Vox no se ha ido precisamente por el humilladero. Sus partidarios van a seguir ayudando a Abascal a competir por la primogenitura de la derecha pura, esa que tampoco querrá abandonar Casado. Algo es claro: hoy es más difícil que ayer la reunión de los tres partidos que se alinean en ese espacio mal definido que es el centroderecha. El mentiroso universal Sánchez dice que así se lo pasa pipa pero este cronista tiene para sí que la euforia le va a durar sólo un ratito. La indecencia no puede ser eterna. Tras el espectáculo parlamentarios queda la realidad: una tragedia humana sin precedentes, bíblica sin exageraciones. Sánchez es el tipo más inadecuado para sacarnos de ella. La derecha y el centro lo tienen constatado.

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