Felipe González era franquista… ¡y Zapatero también!

Felipe González era franquista… ¡y Zapatero también!

Cuando en mayo de 1979 los socialistas celebraron su centenario, en plena Transición, echaron mano de un lema que a corto plazo se tomó a cachondeo y que apenas 15 años después se demostró una fake news de campeonato: “Cien años de honradez”. Los comunistas se pusieron todos a una a reescribir los carteles del puño y la rosa con una desternillante puntualización: “Cien años de honradez… y 40 de vacaciones”. Aludían, obviamente, al hecho de que mientras los socialistas ni estaban ni se les esperaba en la lucha antifranquista, los comunistas del interior se jugaban el cuello y los del exilio se pasaron cuatro décadas en tierras lejanas.

Aunque luego Felipe González gobernó con innegable éxito en lo social aunque no tanto en lo económico, el PSOE era una farsa en su centenario. Los verdaderos héroes del antifranquismo fueron tipos como Simón Sánchez Montero, que se pasó la friolera de dos décadas en cárceles españolas, y un Marcelino Camacho que entraba y salía de prisión como Pedro por su casa. El resto es historia: el PSOE abandonó el marxismo, tornó socialdemócrata y menos de un lustro después se anotó el mejor resultado de la historia con 202 diputados, que se dice pronto.

La farsa de la honradez es una versión cuasiprehistórica del embuste de la exhumación de Franco. Si escuchamos a Pedro Sánchez y no digamos ya si atendemos a los medios de comunicación del pensamiento único, llegaríamos a una falsaria conclusión: los socialistas han arreglado una digresión democrática, ética y hasta estética a la que los demás partidos jamás quisieron hincar el diente. Vamos, que el presidente del Gobierno va a enmendar lo que sus franquistoides o protofranquistoides predecesores quisieron dejar atado y bien atado.

Claro que si echamos cuentas determinaríamos que en las más de cuatro décadas que han transcurrido desde las primeras elecciones democráticas, el PSOE ha gobernado más que nadie: 22 años frente a los casi 15 del PP y los cinco de la UCD. Lo cual invita a colegir algo perogrullesco: Felipe González no se atrevió a tocar la momia en los 13 años y medio que estuvo en Moncloa y Zapatero, el hombre que resucitó el guerracivilismo, se aplicó aquello de “mucho lirili pero poco lerele”.

González era un pragmático y sabía que remover el Pacto de la Transición constituía un riesgo supino que podía acabar muy mal

Felipe González jamás planteó siquiera remotamente la posibilidad de exhumar al dictador del Valle de los Caídos. En privado, no lo sé, en público jamás de los jamases. Ahí están las hemerotecas. Tal vez porque era un pragmático y sabía que remover el Pacto de la Transición, en el que comunistas y franquistas renunciaron a tantísimas cosas para poder mirar adelante, constituía un riesgo supino que podía acabar como ese rosario de la aurora que fue una Guerra Civil que no fue una contienda de buenos contra malos, como nos vende el pensamiento único, sino de malos contra malos.

Felipe, tal vez el político más transversal de nuestra historia, logró atraer de igual manera o casi a tanta gente del bando perdedor como del vencedor. Él era consciente de que un macroproyecto reformista como el suyo sólo podía salir adelante con unas dosis de consenso gigantescas. “Agua pasada no mueve molino”, comentaba repetidamente a quienes le aconsejaban arremeter contra los herederos de los ganadores de tres años de guerra que se llevaron por delante la vida de 250.000 españoles en el frente de batalla y de otros tantos como mínimo víctimas de las más diversas enfermedades y la hambruna.

Las calles dedicadas a Franco y adláteres habían desaparecido en buena medida del callejero capitalino y de cientos de urbes en toda España dos años antes. Si bien es cierto que, por ejemplo en Madrid, fue Tierno Galván el que forzó la vuelta de la Avenida del Generalísimo a su denominación primitiva, Paseo de La Castellana, no lo es menos que durante el felipismo no hubo prácticamente modificaciones de la nomenclatura ni eliminación de símbolos del régimen autocrático que mandó en España con mano de hierro en guante de acero de 1939 a 1975.

Ahí siguió la momia del dictador sin que nadie cuestionase una ubicación elegida por Don Juan Carlos en contra de los deseos del propio protagonista. Al punto que la tumba se tuvo que improvisar en 72 horas. Es más, año tras año, de 1982 a 1996 se celebraban en el Valle de los Caídos los fascistoides 20-N sin ningún tipo de control y con concurrencias multitudinarias. Las marchas sobre Cuelgamuros eran una costumbre que nadie osaba cuestionar. Tampoco se tocaron calles como la de los Caídos de la División Azul, la dedicada al general Yagüe o las que exhibían en sus placas nombres tan inequívocamente franquistas como Millán-Astray, Mola o Sanjurjo.

El caballo dotado con testículos elefantiásicos (eso sí, no llegaba al nivel de los del corcel de Espartero) que a modo de estatua montaba Franco permaneció intocable los casi 14 años de felipismo como si nada en la sede de los Nuevos Ministerios. A González no le hizo falta ni ejecutar una contundente cobra para quitarse el marrón de encima. Básicamente, porque no había demanda social para retirar un símbolo en el que nadie se fijaba, entre otras cosas, porque entre las deposiciones de paloma, el oxidamiento y la contaminación quedó para el arrastre.

A Pedro Sánchez le importa un pimiento Franco, la dictadura, los represaliados y si me apuran hasta reescribir la historia 

Y lo que es incuestionable es que en el inicio del felipismo las monedas de curso legal continuaban siendo las acuñadas con la efigie del dictador. “Caudillo de España por la gracia de Dios”, se podía leer en las pesetas en los días de oro del PSOE en el Gobierno de España. No fue hasta bien entrados los 90 que las monedas con la jeta del general pasaron a mejor vida. Pero lo que es Felipe no fue precisamente Billy el Rápido a la hora de retirar un dinero en metálico que no era lo que ni en su efigie ni en su leyenda se dice un canto a la democracia.

José Luis Rodríguez Zapatero sí se atrevió con la estatua ecuestre. En 2005, sin alevosía pero con nocturnidad, envió un camión y Franco, su jaco y las gónadas de su jaco se esfumaron para siempre. Mucha memoria histórica, basura de memoria histórica para ser exactos, pero jamás tuvo los arrestos para largar de Cuelgamuros al dictador. Por eso me parto la caja viendo cómo pontifican los prohombres socialistas y sus periodistas de cámara: que si se arregla una injusticia histórica, que si es “impresentable” que un dictador esté en un monumento público, que si se lo debían a las víctimas del franquismo, que si patatín, que si patatán. Un cuento chino. Como si fueran nuevos en el poder. Mera y repugnante propaganda electoral de un presidente cuya familia política era en buena parte de Fuerza Nueva. A Pedro Sánchez le importa un pimiento Franco, la dictadura, los represaliados y si me apuran hasta reescribir la historia como pretendía Zapatero. Lo que quiere es que el de El Ferrol sea la foto de su cartel electoral. Veremos cómo acaba todo esto. Pero cuidadín porque La maldición de Francokamon ha sido hasta ahora implacable. Se repite la historia con el PSOE: 44 años de democracia y 44 de vacaciones. Con la momia, al menos.

PD: espero, confío y deseo que la celeridad y el afán por exhumar al tirano del Valle de los Caídos sea idéntico a la hora de prohibir las dedicatorias y los homenajes públicos en forma de calles, estatuas o estadios a gerifaltes y asesinos comunistas o socialistas como Carrillo, Pasionaria, Largo Caballero o Companys. Al fin y al cabo, es lo que ha pedido el Parlamento Europeo. Cumplamos sus dictámenes.

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