El farol de Guardiola

El farol de Guardiola
El farol de Guardiola.

Hay una España cuyos principios están en el origen. Esa España que madruga con ganas de matraca y para la que el sentido común no es una opción elegible porque admite vivir cómoda en la batalla del carajillo, donde los compadres del oficio sueltan sus odios y aficiones mientras desayunan en el bar de toda la vida. La política que se lleva ahora es la de ser llanote para que el populacho se sienta cómodo en votar a uno de los suyos, un alguien tan cercano que le huelas el aliento, tendente al abrazo y con la galantería suficiente como para pisar la calle sin parecer un cacique gañán. Mientras construye su imagen en torno a lo que nunca fue pero le han dicho que tiene que ser, se dedica a largar por la boca argumentarios repetidos en trescientas campañas anteriores, eslóganes mal conjuntados, dos ideas de sintaxis pobre y una sonrisa o mueca según el medio al que le ría las gracias. Eso es la política hoy, una forma de hacer a la que muchos nos resistimos porque siempre creímos que era o debía ser otra cosa.

El problema de ciertos políticos no está en lo que hacen sino a quién escuchan. Les preocupa más el consejo de su asesor que las consecuencias de sus ocurrencias. Lo de María Guardiola en Extremadura es la quintaesencia del complejo ignorante, que te lleva a despreciar a tu votante sociológico para contentar las ínfulas ideológicas de tu asesor in pectore. El mismo complejo que se llevó a Monago por delante, por querer ser más socialista que el socialismo que lleva arruinando Extremadura (como hizo también en Andalucía) décadas. Es lo que sucede cuando buscas la satisfacción de los que nunca te van a votar, que acabas perdiendo a los que siempre te han votado. Y en el PP tienen una querencia inexplicable por contratar a quienes en privado escriben y pergeñan en conciliábulos de discoteca la destrucción de la derecha. Mientras a la izquierda le dirigen las campañas activistas de pedigrí y profesionales de carnet socialista, el PP ha dejado en demasiadas ocasiones su futuro electoral en manos de vendemotos cantores de la Internacional.

Guardiola es la Yolanda Díaz de Extremadura, indistinguible de una candidata de Podemos o Sumar a la que con gusto votaría la izquierda más pija y señorial. No sólo, por consejo áulico y plural de su Rasputín, repite los marcos y mensajes de su rival, despreciando votos y escaños, sino que, con manifiesta soberbia, busca erigirse en la Ayuso campestre de tierras eméritas, poniendo en peligro el resultado electoral de su partido, y, por tanto, facilitando la pervivencia institucional del sanchismo. No es valiente una postura cuando, con desdén condescendiente, sólo te la aplauden aquellos que mañana te escupirán porque representas lo que más odian.

Los interminables complejos de la derecha acaban por hacer de la propia derecha un misterio complejo. Esa mentalidad que le hace gobernar con ideas ajenas a costa de prometer a sus votantes férrea oposición a su oposición. Un menosprecio a las bases que defiendes tarde o temprano se paga en las urnas que con tanto esfuerzo ganaste.

Deben darse cuenta en el PP que las elecciones ya no tratan del eterno y nunca superado binomio dialéctico entre rojos y azules. España no necesita un cambio de siglas que no altere las políticas que le ha llevado a la actual decadencia, ruina y conflicto social. Para eso ya está el PSOE. Requiere de un rumbo más allá de ese sanchismo que se ha cosificado en instituciones y mentalidades, esto es, romper con esas cadenas morales y serviles. Y para ello se necesita una derecha con remedios y sin complejos, con principios y sin escrúpulos. Y el guardiolismo viene a ser una variante moderna y nini del arriolismo que tanto perjuicio causó al PP post Aznar. No se puede ganar unas elecciones con el programa de la izquierda cuando el mandato ciudadano te ha avisado del hartazgo a las políticas de siempre. Y lo de siempre es el socialismo evidente. Hay demasiado aspirante a Miguel Ángel Rodríguez en feudos en los que la política tradicional no requiere de maquiavelos que inventen la rueda. Para ir de farol, hay que tener luces.

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