El esperpento de la actual realidad española

El esperpento de la actual realidad española

Si algo no se les puede negar a los sediciosos separatistas de Cataluña, es que cuando quieren hablar claro y con altivez, lo hacen. En un país “normal,” en el que la convivencia social se expresa en términos de una elemental racionalidad, resultaría absolutamente inconcebible que se produjera la situación que vivimos actualmente en España. Sin duda, lo que está pasando entre nosotros es ese fenómeno psicológicamente comprobado que recoge el refranero, y es que «los árboles nos impiden ver el bosque».  Aplicado a lo que nos ocupa, supone que hemos de tomar distancia para apreciar correctamente la dimensión real, la gravedad de lo que nos está sucediendo.

Tenemos un país en el que unos gobernantes ejecutaron desde el poder una estrategia que, violando radicalmente la Constitución de la que emanaba su legitimidad, pretende conseguir el objetivo de crear un nuevo Estado, rompiendo España. La consecuencia lógica de esta actuación en un Estado de Derecho como el nuestro, debía haber sido el juicio de esos personajes, que hubieran resultado condenados y ahora estarían en prisión cumpliendo sus condenas. A partir de aquí, empieza lo que ya no es nada normal, y tenemos que intentar que los «árboles del día a día» no nos impidan ver la perspectiva general, denunciándolo con perseverancia.

Tener un Gobierno constituido con la cooperación necesaria de los condenados por esa actuación, pertenece al mejor género valleinclanesco —el esperpento—, único recurso que podría hacer comprensible el sentido trágico de la grotesca realidad española. Formar un gobierno de 22 ministerios donde antes había 13, y avisar de que «hay margen para nuevas figuras tributarias», es una ofensa a los contribuyentes y a los que buscan empleo. Afirmar que «no podemos pensar, de ninguna de las maneras, que los hijos pertenecen a los padres», como si estuviéramos en la Unión Soviética o el Tercer Reich, parecería una broma pesada de no ser porque hay ministros que proclaman con orgullo su condición de comunistas.

De igual manera, no es de recibo nombrar como Fiscal General del Estado a una persona que ni el propio CGPJ considera idónea para esa delicada función y que, debiendo velar por el cumplimiento de la legalidad desde la autonomía y la neutralidad políticas, resulta que ha participado en los mítines del partido del Gobierno hasta hace dos días.

Toda esta sucesión de despropósitos se ilumina a la luz de las exigencias de quien les ha dado el disfrute del poder.

Por ello, son clarificadoras las afirmaciones de Oriol Junqueras en una entrevista efectuada esta pasada semana en la prisión donde cumple condena en Cataluña. Para el máximo dirigente de ERC, «el apoyo a los presupuestos depende de los avances en la mesa de diálogo». En román paladino: les recuerda que él les ha puesto en el Gobierno, pero les advierte que si quieren continuar —aprobar los presupuestos—  tiene que haber avances en la solución de lo que ahora ya no es un golpe de Estado, sino un «conflicto político». Por si no hubiera quedado suficientemente claro, no tiene recato en afirmar que «volverán a hacer lo que hicieron, porque se han ganado el derecho para ello», y que el TS no tiene razón en nada.

Desde luego, estoy de acuerdo con él cuando afirma que «España no es un país normal». En efecto, con Sánchez ha dejado de serlo. En un país normal, en una democracia normal, este señor estaría cumpliendo condena en condiciones «normales», y desde luego no dirigiría la política del Gobierno desde la cárcel, ni insultaría a los españoles, y se abstendría de calificar como «una mierda, una puta mierda», la afirmación de que engañaron a los catalanes prometiendo una independencia imposible.

Necesitamos con urgencia un Valle-Inclán capaz de describir con su genialidad literaria el esperpento al que Sánchez y su partido nos han llevado. Así será más llevadera la pesadilla de experimentar cómo una nación capaz de gestas realmente históricas y de alumbrar un imperio en el que no se ponía el sol, haya llegado a estos niveles de degradación y de infamia.

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