Y encima Irene se pone chula

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Y encima Irene se pone chula

Cuando mis hijos tenían seis, siete y no recuerdo bien si también con ocho años echaban la culpa a todo el mundo de todos su males. Ellos nunca eran responsables de nada. Sus cabreos se resolvían con su dedo índice apuntando al primero que pasaba por allí. Ahora, con 13, 16 y 18 años asumen la responsabilidad de todas las equivocaciones que cometen con humildad y naturalidad, entre otras cosas, porque desde muy chicos les insuflé una teoría tan vieja como la humanidad: que errar es de humanos pero empecinarse en el error es del género tonto.

La júnior ministra Irene Montero, más conocida por voluntad propia como Irena Montera, reapareció el jueves tras un enclaustramiento por el coronavirus que casi con toda seguridad contrajo en la manifestación capitalina del 8-M. Lo hizo en el programa Al Rojo Vivo de Antonio García Ferreras. La titular de Igualdad optó por el camino que todos preveíamos. Optó por entrar cual elefante en cacharrería en lugar de pedir perdón y asumir el error de haber forzado la celebración de los actos por el Día de la Mujer como haría un estadista, aunque sólo fuera por el egoísmo propio de quien quiere perdurar en la política.

La enchufada ministra de Igualdad resolvió su reaparición de manera moralmente vomitiva, endosándole el marrón al Ministerio de Sanidad de su teórico compañero Salvador Illa. Un Illa que, a pesar de los numerosos errores cometidos, es el más serio de todos los participantes en esa Pasarela Cibeles que ha montado Iván Redondo para aprovechar mediáticamente la crisis sanitaria en una aplicación diabólica de ese aserto patrio que invita a hacer de la necesidad, virtud. “Hicimos en todo momento”, enfatizó más chula que un ocho, “lo que dijeron los expertos y las autoridades sanitarias”. Y se quedó más ancha que pancha. Olvida que fue exactamente al revés: que las autoridades sanitarias obedecieron como corderitos lo que les ordenaron nuestros desahogados políticos.

Desde finales de febrero se conocía perfectamente la descomunal magnitud de la que se nos venía encima, tal y como reconoció Illa

La imagen, que pesará sobre él mientras viva, de Fernando Simón animando a los españoles a acudir al 8-M y deseando “que sea un éxito” demuestra que los expertos se avinieron a anteponer sus carreras a la seguridad epidemiológica de sus conciudadanos. Desde finales de febrero se conocía perfectamente la descomunal magnitud de la que se nos venía encima, tal y como reconoció el propio Illa. Y, además de todos los ademases, no aprovechamos el macabro ejemplo de China e Italia para haber puesto nuestras barbas a remojar.

“Las mujeres tenemos que ir al 8-M porque en ello nos va la vida”, explicó tan demagógica como fatalmente su compañera de Gabinete y también supuesta jefa suya, Carmen Calvo. Por no hablar de las campañas que se hicieron en los medios de comunicación públicos y en una buena parte de los privados afectos al Gobierno socialcomunista instando a la ciudadanía a salir masivamente a las calles para promover el por otra parte sanísimo y legitimísimo feminismo —otra cosa es el feminazismo—. Tan cierto es que nadie discute el derecho de manifestación recogido en el artículo 21 de la Constitución, sólo faltaba, como que fue un capricho doloso haber mantenido los actos cuando las evidencias científicas eran incontrovertibles. Aquella misma mañana, las pocas voces sensatas que quedan en el Ministerio de Sanidad hicieron un intento a la desesperada para parar el aluvión de cientos de miles de personas en el centro de las grandes capitales españolas. Sus advertencias cayeron en saco roto.

Quien más forzó la máquina, incluso con amenazas de ruptura, fue el Ministerio de Igualdad. Irene Montero no tiene culpa de la pandemia. Obvio. Se originó en China y espero que más pronto que tarde se sepa si fue cosa de la madre naturaleza o de esa dictadura sin escrúpulos que manda a los 1.400 millones de súbditos —que no ciudadanos— del país asiático. Pero igual de perogrullesco resulta que el 8-M, que provocó a su vez que se permitieran los partidos de fútbol a puerta abierta o citas multitudinarias como la de Vox, multiplicó exponencialmente el número de contagios y consecuentemente de fallecidos. Qué casualidad que de las siete u ocho personas que iban en la cabecera de la delegación socialista, cuatro hayan contraído el virus: Carmen Calvo, Carolina Darias, Begoña Gómez y su suegra y madre del presidente, Magdalena Pérez-Castejón.

La propia Irene Montero es ejemplo elocuente de la irresponsabilidad de no haber impedido por sus narices la celebración del 8-M. Se contagió allí. Y, si no fue así, si llegó ya enferma, su negligencia se multiplica por dos porque habría contagiado a sus compañeras de marcha. No es imprescindible ser Premio Nobel de Biología para colegir que el 8-M fue una bomba de relojería en términos de salud pública. Y en lugar del obligado acto de contrición, nuestra infantil protagonista volvió a arremeter contra “la derecha” a la que acusó de “culpabilizar con saña y con odio al mundo feminista y a las mujeres”. Que es tanto como mezclar churras con merinas. Pero los españoles, que no somos gilipollas como piensan nuestros prepotentes políticos, han tomado buena nota de un Gobierno que agigantó las dimensiones de la pandemia convirtiendo un drama en un dramón que contabiliza ya casi 6.000 muertes y que terminará desgraciadamente con muchas miles más.

La enchufada ministra también aprovechó su cita en Al Rojo Vivo para invocar lo que ellos mismos y sus cuates del Partido Socialista obviaron el 11, 12, 13 y 14 de marzo de 2004 cuando escracharon las sedes del PP: “Unidad”. La indecente táctica de un Gobierno inmoral e incompetente que tendrá que vérselas con la Justicia cuando se reabran las puertas de nuestros tribunales. Desde OKDIARIO estamos echando y vamos a seguir echando el resto ayudando a nuestros médicos, enfermeros, personal auxiliar y autoridades sanitarias para que nos saquen de este infierno que está convirtiendo España en el erial económico y social que sucede a cualquier guerra. Pero ni por el forro nos vamos a callar, ni tampoco a silenciar, las omisiones, las negligencias y los caprichos que han disparado las consecuencias de una tragedia cuya dimensión la cantan y la cuentan las insobornables cifras: España acumula ya casi la quinta parte del número de víctimas por coronavirus a nivel mundial cuando tan sólo somos el 0,6% de la población. Más claro, agua.

Los tiempos de la mordaza y de la autocensura pasaron, afortunadamente, a mejor vida ese 20 de noviembre en el que el dictador expiró en un hospital público: La Paz. OKDIARIO va a seguir destapando los errores perpetrados a la par que respaldamos a nuestras autoridades sanitarias, las que nos han caído en suerte o en desgracia, para acortar los tiempos, aminorar las víctimas mortales y aplacar el contagio. Pero de ahí a mirar hacia otro lado media un abismo. El que quiere imponernos este Gobierno que está aprovechando la pandemia para recortar libertades y derechos que, esperemos, regresen cuando superemos este trance.

Y, mientras tanto, los españoles tendremos que seguir soportando el cinismo, la cara dura y los embustes de este Gobierno fake. Y la prepotencia macarra de una ministra de Igualdad que hasta el fin de sus días vivirá con una infinita tacha sobre su conciencia: la de haber echado un pulso a quienes desde dentro del Consejo de Ministros abogaban por cerrar todo la semana previa al 8-M. Nosotros, querida Irene o Irena o como diantres quieras que te llamen, no te vamos a perdonar ni una. Jugar con la salud y la vida de la gente no puede salir gratis. Se lo debemos a los 5.690 muertos y 72.248 contagiados. Y a los que, desgraciada e inevitablemente, vendrán. Ni hay ni habrá perdón.

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