Empate inservible

Empate inservible
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A Luis Aragonés no le gustaban los empates, afirmaba que no servían para nada. Javier Aguirre se abona a ellos, cinco en nueve jornadas, fiel a la máxima de que si no puedes ganar, al menos no pierdas. Puede que tenga razón porque no es que sus jugadores no quieran o no puedan vencer, es que no saben cómo hacerlo.

Nos las prometíamos muy felices cuando la balanza se inclinó de lado rojillo nada más empezar la contienda. El Valencia había ofrecido pruebas evidentes de las facilidades previstas en una zaga improvisada y mermada, con un central de lateral y otro inexperto, pero pronto nos dimos cuenta de que no había movimientos, control y mentalidad suficientes para someterla a un tratamiento más insistente. Con Abdón al trote, Sergi Darder muy vigilado y Muriqi voluntarioso pero impreciso, el balón apenas salía de las botas forasteras.

Samu se agotó en su destructiva labor, de un lado para otro, mientras la pelota era controlada por los jugadores del Valencia. Sin profundidad, cierto, pero con excesiva comodidad. Por el contrario a los locales les costaba Dios y ayuda salir con criterio y, presionados en defensa, sus intentonas partían irremediablemente de un patadón procedente del portero, Valjent o Nastasic que, lógicamente, terminaba fuera o en poder del adversario una vez más.

Si, Rajkovic jugó al estilo de un cancerbero de fútbol sala, más que como indica su demarcación. Lo mismo da usar una línea de cinco que de cuatro, si finalmente no dispones del principal elemento del juego: el esférico. Después se podrá usar bien, regular o mal, pero si careces de él no tienes ninguna posibilidad. Solo a las carencias ofensivas de los hombres de Rubén Baraja cabe imputar el castigo de un resultado peor.

Sin orden y mucho menos concierto, los anfitriones tiraron de algo más de intensidad y cierta garra, para disfrazar sus defectos. Muriqi, quién sino, obligó a Mamardashvili a su intervención más difícil. Un remate escorado de Gio al poste se compensa con el lanzamiento a la escuadra de Pepelu en la primera parte. La impotencia dio paso a la precipitación y al empeño individual en vez de la idea colectiva. No hace falta añadir que los relevos empeoraron la situación, que si Larin está al cien por cien, como apuntaba el Vasco en la víspera, yo soy obispo o tendrá que ponerse al doscientos y Pablo Ortells pedir el reintegro de siete millones en la ventanilla de reclamación. Merced a que Hugo Duro fue incapaz de resolver sendos «uno contra uno», la igualada permaneció hasta el pitido final.

Ahora parón físico, el segundo, para corregir errores. El primero no sirvió para nada. Si acaso podrán recuperarse físicamente algunos futbolistas que acabaron el lance pidiendo la bomba de oxígeno. Solo eso, porque el verdadero parón es mental y, esta vez si, colectivo.

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