La diplomacia económica de Sánchez

Sánchez

Pedro Sánchez reúne en su haber las titulaciones de Licenciado en Economía y Licenciado en Derecho, si no recuerdo mal; títulos a los que se une el de Doctor en Economía. Dicho doctorado lo consiguió con una tesis sobre la diplomacia económica.

Sin embargo, no parece que esté aplicando mucho la importancia que tiene la diplomacia económica, objeto de su controvertida tesis. No sé si es que habrá olvidado el contenido de la misma o si, simplemente, la habrá adaptado a sus necesidades, pero no al servicio del bien común como nación, sino a sus intereses personales para conseguir los apoyos internos que le mantengan en la presidencia del Gobierno.

No se explican los bandazos en la política exterior del presidente Sánchez. El episodio más asombroso es el cambio de política sobre el Sáhara, donde España, por cierto, todavía es la potencia administradora encargada de la descolonización a través de la celebración de un referéndum, según la ONU. Ese reconocimiento hacia Marruecos provocó un empeoramiento de nuestro suministro de gas, al cerrar Argelia uno de los gaseoductos.

Este cambio ni siquiera obedece a contentar a sus socios comunistas, que están en contra. Sólo Sánchez sabe a qué puede deberse dicho giro radical en este importante asunto de política exterior. El poner en riesgo el suministro energético encarece los costes de la energía y, con ello, tensa al alza los precios de todos los productos y servicios en España y nos hace ser menos competitivos internacionalmente.

Por otra parte, los ataques al presidente argentino no son de recibo. No lo fue el que no felicitase a Milei por su victoria -le guste o no, ganó, y lo educado es felicitar por ello al vencedor-; como tampoco lo fue el no enviar a ni un ministro a la toma de posesión de Milei, para acompañar al Rey, como es lo ortodoxo; y menos el permitir las groseras palabras de Óscar Puente, ministro de Transportes, acusando al presidente argentino de tomar «sustancias», sugiriendo que estaba drogado.

Eso ha abierto una crisis con Argentina, porque Milei ha contestado citando el tema judicial de la mujer del presidente del Gobierno, y a raíz de ello, Sánchez ha decidido retirar a nuestra embajadora, en una medida desproporcionada. No sólo la trifulca la inició el Gobierno de Sánchez, sino que este rifirrafe no puede suponer la retirada de la embajadora. Eso deja a las empresas españolas desprovistas de ayuda en dicho país, donde residen 400.000 españoles que se quedan sin embajador. Una economía con la que se tienen tantos lazos, tan importantes en materia de inversión como es Argentina, es esencial mantener unas buenas relaciones diplomáticas, no dar un portazo.

Y el último episodio, paralelo al de Argentina, ha sido la continua colección de ataques a Israel, con su vicepresidenta segunda y socio de gobierno, Yolanda Díaz, afirmando que «Palestina será libre desde el río hasta el mar», lo que implica la eliminación de Israel como país. Aunque después haya querido rectificar, lo dicho, dicho está.

De la misma manera, el reconocimiento ahora mismo de un Estado Palestino no puede darse, porque sería como justificar a los terroristas que ahora operan allí, atacando a Israel. El Estado hebreo retira a su embajadora y eso complica las relaciones económicas y comerciales, siendo de capital israelí muchas empresas punteras en tecnología o destacadas en el sector financiero, de manera que España puede perder esos apoyos estratégicos para su economía.

Sánchez defendió su tesis, pero su tesis parece que no caló lo suficiente en él más allá del momento de la lectura de la misma ante el tribunal, pues si en ella se recalcaba la importancia de la diplomacia para el crecimiento y prosperidad económicos, su actuación como presidente del Gobierno se sitúa en la antítesis, realizando lo contrario. Cuánto daño está haciendo a la imagen de España, a su economía, este tipo de decisiones arbitrarias y contraproducentes del presidente Sánchez.

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