Desde California a Irlanda del Norte se está librando la batalla por las naciones

Están en distintas orillas del Atlántico y, sobre todo, una se libra con el gobierno en un bando y la otra, con las autoridades en el bando contrario, pero lo que se libra en Ballymena es lo mismo que lo que se juega en Los Ángeles: responder a la pregunta qué es una nación y a quién pertenece.
La chispa en el caso irlandés fue el enésimo asalto sexual por parte de extranjeros contra una menor. Lo que empezó de forma pacífica, como una vigilia en apoyo a la víctima, se volvió violento muy deprisa. Residentes indignados se dirigieron a una zona de la ciudad de 31.000 habitantes con una gran población inmigrante y allí incendiaron casas, construyeron barricadas y lanzaron bloques y otros objetos a la policía. La policía se las ha visto y deseado para mantener el orden, tras ser atacada con cócteles molotov, fuegos artificiales y ladrillos. Policías con equipo antidisturbios completo han desplegado cañones de agua y perros contra la multitud, y han utilizado grupos de Land Rover blindados en formación de falange.
Deplorable, sin duda, inexcusable. Pero comprensible y, sobre todo, sintomático de una tensión difícil de mantener. La virtual desaparición de la identidad irlandesa -que ha sido el nervio de una lucha de siglos por la independencia-, anegada por una población inmigrante que ni siquiera puede justificarse por una inexistente colonización anterior ha conseguido incluso el milagro de unir a las dos facciones que han pasado décadas matándose entre sí, literalmente: los católicos y los protestantes de Irlanda del Norte.
Al otro lado del Atlántico, en Los Ángeles, la situación es la inversa: son los insurrectos los que queman la ciudad para que se siga permitiendo la inmigración ilegal, y es el gobierno el que pretende llevar adelante su política de deportación de indocumentados.
Lo último ha sido la decisión de Trump de llevar los marines a Los Ángeles a enfrentarse a los insurrectos. Comentaristas demócratas han hecho notar que en la ciudad californiana se están empleando más tropas de las que se llevaron a Irak o Afganistán durante sendas aventuras bélicas, pero la respuesta de los conservadores ha sido inmediata: ¿Qué tiene de raro poner más medios en la defensa de nuestro país que en atacar estados lejanos que no tienen nada que ver con Estados Unidos?
Los 700 marines y 4.000 soldados de la Guardia Nacional enviados a Los Ángeles, por lo demás, carecen de autoridad para arrestar a los manifestantes, pero pueden detenerlos temporalmente si es necesario, para la protección del personal federal y los edificios federales.
Por su parte, los demócratas parecen decididos a convertir las revueltas, a las que incitan abiertamente, en ocasión de desgastar a Trump y, si es posible, iniciar un caso de ‘impeachment’ contra él, y ya serían tres.
De hecho, están buscando ocasiones de enfrentamiento directo. Así, el jueves el senador demócrata Alex Padilla fue expulsado a la fuerza de una conferencia de prensa del Departamento de Seguridad Nacional y esposado, tras haber arremetido contra la secretaria de Seguridad Nacional, Kristi Noem, durante una conferencia de prensa en Los Ángeles. Los demócratas están empeñados en presentar el caso como un atropello contra la voluntad popular representada en el Congreso de California, olvidando que se han pasado un año repitiendo el mantra de que «nadie está por encima de la ley» cuando se trataba de encarcelar al presidente Trump.