Cuando juega a nacionalista hace el ridículo
España: 500 años de historia, 20 reyes de cuatro dinastías diferentes y un secretario general del Partido Socialista que ahora revisa el proyecto común que, mejor o peor según la época, nos ha articulado desde hace cinco siglos y se pone a repartir «naciones» dentro de la nación como quien reparte carnés de afiliados en la puerta de Ferraz 70. Se equivoca Pedro Sánchez cuando juega a nacionalista y abandona su papel de hombre de Estado y líder de la oposición. Se equivoca porque la copia de la copia siempre es una mala copia del original. Para nacionalistas ya están los propios nacionalistas, y a él no le hace ningún favor —tampoco a su partido, tampoco al país— tratar de conseguir con argumentos peregrinos lo que jamás le van a conceder: el voto de aquéllos que quieren romper España. Menos ahora, con los golpistas catalanes sobrepasando el límite de la legalidad contra las instituciones del Estado.
Se equivoca Sánchez en la práctica y se equivoca también en la teoría, donde roza el ridículo intelectual. Decir a estas alturas que Galicia ha manifestado su deseo «de ser nación» es de una ignorancia supina. Desde que se aprobara el Estatuto de Autonomía gallego en 1981, la región ha estado gobernada de manera casi ininterrumpida por el Partido Popular. Primero Gerardo Fernández Albor de 1981 a 1987, después Manuel Fraga de 1990 a 2005 y por último Alberto Núñez Feijóo desde 2009 hasta ahora. Sólo los socialistas González Laxe (1987-1990) y Emilio Pérez Touriño (2005-2009) interrumpieron la presencia de los populares en la Xunta. Por lo tanto, esa «voluntad de ser nación» de la que habla Sánchez parece una adivinación más que un hecho constatable según los principios científicos que rigen la Historia: antecedentes y consecuencias en la actualidad.
En pleno siglo XXI, el nacionalismo es en sí mismo una anacronía. Trampa conceptual en la que Sánchez, «plurinacionalidad» mediante, cae una y otra vez. Integrados como estamos en la Unión Europea desde hace más de 30 años, con una moneda comunitaria como el euro y en una sociedad profundamente globalizada, hablar de más fronteras y territorios independientes suena a antiguo e inverosímil. Retrotraerse a finales del siglo XVIII y principios del XIX —cuando surge esta ideología— es impropio de sociedades modernas y con aspiraciones de un futuro próspero, por mucho que digan los golpistas catalanes para tratar de justificar su suicidio político. Pedro Sánchez debe centrar su rumbo: defensa de la unidad de España, moderación y un discurso socialdemócrata. Todo lo demás es sinónimo de fracaso tanto para él como para el PSOE.