Cositas sin importancia
Hoy, para aligerar un poco la enorme carga emocional que nos ha supuesto a todos la tragedia valenciana, voy a retirar la cortina de lágrimas y otear otros horizontes, más banales y personales. Hace unos pocos meses cambié mi despacho de ubicación. Antes estaba vigilada, desde un decadente balcón sin una triste planta, por una marquesa jipi. Ahora, el humano que tengo más cerca es un peculiar fotógrafo que sigue trabajando en formato analógico. Su estudio colinda con mi escena habitual del crimen, es decir, donde despellejo a diestro y siniestro con mis deditos sobre el teclado. Comprenderán que mis condiciones de trabajo han mejorado considerablemente.
Tranquilos que no voy a castigarles más con fustas personales. Les cuento ahora que, en la Plaza de Cuba sevillana, exactamente en la esquina de Juan Sebastián Elcano con el puente de San Telmo, hay un anuncio en una pantalla digital que dice algo así como que, si uno soñara la ciudad ideal, ésa sería Madrid. Mi cara de asombro al verlo era un poema. En una ciudad como Sevilla, en uno de los espacios más transitados y considerados socialmente, nos dicen que Madrid es mejor que lo nuestro. ¡Gracias, alcalde! Esta manera de fomentar la sevillanía es muy original, no la conocíamos, pero seguro que a los turistas les encantará saber que, aunque hayan venido a visitar Sevilla, la ciudad que no se pueden perder es Madrid.
Seguí caminando presta y segura, porque a estas alturas una ya se sorprende por poco. Con esta afirmación es lógico que alguno piense que camino cerca de la vejez, pero no es así. Acabo de estrenar la cincuentena y me siento estupendísima y jovencísima. Así me hizo sentir también el pasado sábado el cantante Rafa Sánchez, de La Unión. Dijo que nunca sería tan joven como hoy, ¡qué gran verdad! Le miré largamente mientras bailaba, como si fuéramos los protagonistas de una película. Este carismático cantante, a sus sesenta y tres años, está como un jabato. Describe sus etapas gloriosas con la misma naturalidad que las infernales, consciente de su poder de seducción y de su necesidad de vivir al límite. «Tengo en mis venas el gen de la adicción», sin más.
Rafa también afirmó que su generación era una privilegiada, algo que hemos oído tantas veces recientemente, porque conocieron de verdad la libertad. Definió la situación actual como «una guerra solapada», esta polarización que vivimos está afectando demasiado a todos los ámbitos de nuestras vidas. En el mundo de la cultura ha pasado siempre, tampoco nos engañemos. En las últimas décadas, la tomaron como propia los inconformistas sociales, pero es una simpleza entenderla únicamente como esa arma arrojadiza, es como embotar la sensibilidad humana en un solo cajón. No me sumo a esa tendencia. Me encantan los libros bien editados (¡algo tan poco frecuente a día de hoy!), las porcelanas azules y los dibujos de los arquitectos, ¿qué tiene que ver eso con la ideología política?
Iba ahora a contarles algunas anotaciones que hizo Wolfgang en su diario íntimo (me refiero a Mozart, por si alguien se distrae), pero se me está acabando el papel, que es una manera elegante de decir que ya estoy cansada de trabajar por hoy. Mi editor dice que es mejor ser intensa que extensa. A veces creo que me lo dice para consolarme por la intensidad de mi naturaleza, pero otras pienso que de verdad aprecia mi capacidad de síntesis. En cualquier caso, finalizo por hoy mi partitura. La semana que viene seré más crítica, que aquí he estado blandengue. Menos mal que soy mujer y puedo ampararme en nuestra fama histórica de ser sensiblonas y caprichosas. Además, tanta confesión me tiene exhausta, necesito una copita de manzanilla al solecito. A ver si se suma el alcalde y comentamos lo del anuncio.