Contra el Estado de Bienestar y con Pericles

Contra el Estado de Bienestar y con Pericles

Gracias a la labor encomiable del periodista cortesano y portavoz mediático de Sánchez C.E.C, ya sabemos en qué consistirá la próxima y larga campaña electoral: en la defensa feroz del socialista del Estado del Bienestar que quiere destrozar la derecha. En el argumento nuclear de que el dinero no está mejor en el bolsillo de los ciudadanos sino en el del Estado, en la suya, que él ya sabrá administrarlo y dedicarlo a los mejores fines posibles.

Si el insigne premio Nobel de Economía Friedrich Hayek no hubiera hablado hace más de un siglo de la fatal arrogancia de los socialistas de todos los partidos nos encontraríamos inermes ante este ataque sin cuartel a la naturaleza humana, por el que se nos intenta persuadir de que unos funcionarios probos, omniscientes y bienintencionados están más capacitados para decidir el destino de nuestras vidas que lo que resultaría de la libre y espontánea acción de los individuos buscando su propio interés. Como la evidencia empírica se ha encargado de demostrar repetidamente que esta subversión del orden natural siempre ha fracasado allí donde se ha aplicado, resulta muy fatigoso explicar por qué sólo volverá a producir frustración una vez más, pero allá voy.

La semana pasada, el señor Sánchez utilizó un argumento atroz en defensa de sus posiciones y fue el de recordarnos que gracias al Estado de Bienestar se pueden hacer trasplantes de corazón y demás órganos a precios módicos en España; o que no hace falta hipotecarse para seguir un tratamiento contra el cáncer, y remató la faena diciendo que los ciudadanos recibimos mucho más de lo que pagamos con nuestros impuestos, y que así está justificado subirlos a aquellos que tienen más capacidad económica. Pero estas ideas entrañan una falsedad absoluta. Sideral. Los trasplantes, los tratamientos contra el cáncer, la educación pública -ya sea en la escuela, el instituto o en la universidad-, el transporte urbano a precios irrisorios…, es decir, todo el tinglado montado al hilo del Estado de Bienestar se financia sólo por dos vías: o con los impuestos que ya drenan nuestros recursos con saña o con cargo a la deuda que estamos obligados a devolver tarde o temprano -ya se refinancie las veces que sea posible-, y que acabaremos teniendo que honrar también con impuestos, los de ahora o los del futuro.

El argumento de Sánchez equivale a sugerir que el dinero, que es la base de todo, lo crea él, el Estado, como por ensalmo, por designio divino, pero, claro, esta tesis encierra la profunda estupidez e indigencia intelectual de quien no es más que un petimetre soberbio, ayuno de conocimiento económico alguno y privado de cualquier pulsión moral, frío como un témpano de hielo. El dinero no se crea por generación espontánea, ni se reproduce milagrosamente para financiar los caprichos del presidente. Ya dijo Thatcher que el socialismo se acaba cuando ya no hay dinero de los demás para sostenerlo. Así ha sido siempre, y así será. Incluso el dinero con el que ha comprado hasta hace poco la deuda española el Banco Central Europeo, incluso el dinero con el que nos va a ayudar la UE y sus fondos de nueva generación, todo, absolutamente todo sale de nuestros impuestos, o de los que sufragarán las generaciones futuras. Cuando los bancos centrales nacionales no eran independientes y ponían a funcionar la máquina de imprimir billetes, o ahora, cuando hacen lo propio los bancos centrales ya independientes, todo ese papel moneda, que circulando en exceso causa la inflación que estamos viviendo, todo se paga con impuestos extraídos de las unidades productoras de riqueza.

Recuperando el ominoso papel que desempeñó durante la pandemia, el lema del presidente en la nueva contienda electoral será que necesitamos más Estado, más sector público para hacer frente a la crisis, más madera, aunque esta inclinación delirante suponga devastar al sector privado, apagar la iniciativa empresarial, desincentivar la potencia creadora que anida en las personas -dejadas sin freno ni corsé a su albur, imaginación y libertad-, y acabe por condenar al desempleo rampante a generaciones enteras.

Por eso cuando Sánchez hace esta defensa cerrada del Estado de Bienestar, que se ha convertido en el tótem de nuestro tiempo que la derecha no se atreve como poco a racionalizar y humanizar, contaminada por el espíritu de la corrección política y el criminal movimiento woke, al menos yo, que no utilizo el transporte público, que tengo un seguro sanitario privado y que he pagado la educación privada de mis hijos a riñón, sufragando la falsa gratuidad de la que se benefician los demás sin quejarme demasiado, me declaro paladinamente en contra del Estado de Bienestar, que es el mayor engaño de todos los tiempos.

Cuando el canciller Bismark lo inventó en los años ochenta del siglo XIX, creando las primeras disposiciones sociales de carácter paternalista, lo hizo pensando que así los obreros dejarían de oír los cantos de sirena del incipiente socialismo. Pero entonces nadie ponía en cuestión -tampoco ahora- que el Estado tiene la obligación de subvenir la indigencia y resolver las necesidades básicas de los estratos menos favorecidos de la sociedad. El problema es que esta iniciativa se salió de madre a partir de la Primera Guerra Mundial y se fue convirtiendo en la práctica en un instrumento para universalizar la protección social, con carácter de servicio público burocratizado para todos; para pobres, clases medias y para ricos. En los actuales tiempos, el engendro ha adquirido unas proporciones gigantescas, exigiendo exprimir hasta la extenuación a las empresas y a los particulares más productivos y colaborativos de cara a lograr la felicidad común.

En tal sentido, el Estado de Bienestar del que todos parecen tan orgullosos, y particularmente Sánchez, ha traicionado incluso el pensamiento de Lord Beveridge, tenido por el padre de la idea, que dejó por escrito las líneas rojas que jamás deberían ser traspasadas: «No se debe sofocar los estímulos, ni la iniciativa privada, ni la responsabilidad personal. El nivel mínimo garantizado debe dejar margen a la acción voluntaria de cada persona para que pueda conseguir más para sí mismo y su familia».

Todas estas precauciones han saltado por los aires, de manera que, según decía el gran Rafael Termes, el Estado de Bienestar, dirigido por unos políticos que buscan sus propios objetivos de perpetuación en el poder, produce efectos contrarios a los perseguidos. Así el seguro de desempleo generoso y duradero provoca más paro; la ayuda a los marginados produce más marginación; los programas contra la pobreza multiplican los pobres; la protección a las madres solteras y a las mujeres abandonadas aumenta el número de madres solteras y el de hogares monoparentales. Y así todo.

El Estado de Bienestar, y sobre todo en manos de un político desquiciado y gravemente herido como Sánchez, que no puede salir tranquilo por la calle, está causando un daño enorme a la mentalidad de la gente y sobre todo a la de los jóvenes. Acostumbrándolos a la dependencia y la esclavitud del gasto público financiado con el dinero de los demás, ha adormecido su pulso creativo y está castrando su genio, su rabia, su rebeldía, su ambición, sus ganas de prosperar y luchar por un futuro mejor, de conseguir más para sí y su familia, convertiéndolos progresivamente en seres pasto de la indolencia y la molicie.

En su legendaria oración fúnebre por los atenienses muertos en la guerra contra Esparta, Pericles (siglo V antes de Cristo) dejó escrito: «La riqueza representa para nosotros la oportunidad de hacer algo, y no un motivo para hablar con soberbia; y en cuanto a la pobreza, para nadie constituye una vergüenza reconocerla sino el no esforzarse por evitarla». «Los individuos pueden ellos mismo ocuparse simultáneamente de sus asuntos privados y de los públicos. Somos los únicos que tenemos más por inútil que por tranquila a la persona que no participa en las tareas de la comunidad».

La defensa enardecida del Estado de Bienestar que veremos en los próximos meses a cargo de Sánchez nos trata como lisiados a la espera de un trasplante a precio módico a su cargo, es decir a cargo de nuestro dinero; nos deja a merced de sus propósitos espurios y de su voluntad granítica de perpetuarse en el poder exprimiendo nuestras fuerzas cada vez más exangües.

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