El consultorio del Doctor Sánchez

consultorio Pedro Sánchez

El lector recordará seguramente aquellas emisiones cuyos
efluvios emocionales asolaban nuestras vespertinas
existencias, a la vuelta del cole, filtradas al patio de
vecindad desde una cocina o un cuarto de planchar. Con
su sintonía como salida de una antediluviana escuela de
sirenas, las ondas de El consultorio de Elena Francis se
entrecruzaban con nuestros deberes de matemáticas o
lengua.

Dentro del cúmulo de incertidumbres en que vivimos
desde hace años los españoles, lo único seguro hoy es
que Pedro Sánchez está trajinando la enésima ocasión
para engañarnos a todos, incluidos a sus socios, siendo
esto último lo que más le gusta hacer, y que no se engañe
nadie, valga la redundancia.

En su nuevo paso por ese ya tan anchuroso puente entre
las orillas del mentir y del faltar a la verdad, nos advierte
Sánchez por persona interpuesta de que está sopesando
«una consulta para valorar un marco de consulta».
Ignoramos aún a quién se consultaría, como tampoco
conocemos cuál sería ese marco o a qué se refiere la
posible consulta.

Pero al menos ya sabemos que Sánchez va a abrir un
consultorio -no sentimental, sino más bien visceral, que
es lo que últimamente se estila en su partido- sobre todo
lo que Conde-Pumpido quiso saber sobre el referéndum
que nos van a endilgar, pero nunca se atrevió a
preguntar.

El mensajero de esta propuesta, tal Cupido todoterreno,
es el mismo detrás del cual se escondió en el fallido
debate de investidura del triunfante Feijóo. Ya sabemos
que las acrobacias retóricas de dicha persona interpuesta,
como las que perpetró la semana pasada en la tribuna del
Congreso, hacen palidecer los gráciles movimientos de los
hipopótamos del ballet de Fantasía.

Pero no esperábamos que se superara en sutileza a la
hora de colocarnos la vieja mercancía de aquel «de
entrada, no» después de arremeter como un cosaco del
Don contra la «vieja guardia» del partido que fue la que la
inventó con lo de la OTAN.

Una «consulta para valorar el marco para una posible
consulta» es mucho más que un trabalenguas. Es la
formulación exacta de la contraseña para que el Tribunal
Constitucional se abra de puerta a puerta ante la
acometida de los bárbaros de Urquinaona, cuyas siluetas
recortadas sobre las colinas de Ferraz, como los indios en
las películas de John Ford, vienen escoltando a distancia
la caravana del sanchismo hacia esa tierra prometida, la
del poder hegemónico del «bloque plurinacional», de
donde el supremo líder espera no tener que retornar
nunca más.

Para evitarlo habrá que dejarse de películas
precisamente y desenmascarar la realidad de un partido
cuyo gran timonel asume la ruptura de sus lazos con el
constitucionalismo, al contrario que Ulises amarrado al
mástil, para entregarse complacido al canto de esas sirenas extremistas que atraen vertiginosamente a los barcos para que se estrellen contra los escollos.

Al final, ese tampoco sería el mayor error de Sánchez. El
mayor de todos es haberse olvidado obstinadamente de
que el barco no es suyo y que su destino, o el de
cualquiera de sus partes, lo decidimos por igual entre
todos los españoles libre y soberanamente.

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