Cómo ser liberal y no morir en el intento

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  • Carla de la Lá
  • Escritora, periodista y profesora de la Universidad San Pablo CEU. Directora de la agencia Globe Comunicación en Madrid. Escribo sobre política y estilo de vida.

Primero, un repaso del concepto, «liberalismo para torpes», que la mayor parte de la gente desconoce, ¿qué significa realmente ser liberal? 

Los liberales defendemos la libertad individual, la responsabilidad personal, la igualdad ante la ley y los derechos humanos, luego deseamos, por encima de todo, un Gobierno lo menos entrometido posible. Los liberales creemos en el libre mercado, donde la sana competencia, la oferta y la demanda dictan las reglas del juego y se regulan a sí mismas de manera inteligente y justa. La intervención del Estado debe ser mínima, sólo para garantizar que los derechos de todos sean respetados y que el mercado funcione. 

Es importante diferenciar entre liberalismo y neoliberalismo. Aunque ambos promueven el libre mercado, el neoliberalismo, surgido en el siglo XX, aboga por una desregulación extrema y la privatización de todos los servicios públicos. El liberalismo clásico, sin embargo, John Locke y Adam Smith, entre otros, acepta un grado de intervención estatal para corregir defectos del mercado y garantizar derechos básicos a la sociedad. Esta diferencia es crucial para entender por qué muchos ven el neoliberalismo (y el liberalismo, porque los identifican)  con recelo, asociándolo con políticas que aumentan la desigualdad y reducen la protección social. ¡Comeniños!

¿Por qué el liberalismo no se abre paso en España? Una razón clave es que los liberales no somos fieles ni sectarios pero sí, muy críticos, difíciles de convencer y de fidelizar (para continuar votando a Sánchez, por poner un ejemplo obvio, hay que asumir un grado de sumisión y credulidad ilimitados, rayanos en el pensamiento mágico, diría). En España no hay un partido liberal fuerte (Ciudadanos lo intentó) porque los liberales activamos la independencia de pensamiento frente a seguir ciegamente un partido o una ideología, ¡Amado líder! El liberal, persona culta y trabajadora, no se deja atrapar por unas siglas, ni se adhiere a una marca, a derecha o izquierda, ni es grupal.

Por otra parte, en un país con una historia política tan compleja como España, donde las polarizaciones tienen un papel tan significativo, es complicadísimo para un partido liberal ganar tracción.

El término opuesto a «liberal» varía según el contexto, de ahí la confusión general. Resumiendo, en lo económico, un intervencionista o estatista aboga por la intervención del gobierno y el control sobre ciertos sectores, mientras que en lo social y político, un conservador favorece las tradiciones y el orden, oponiéndose a las reformas rápidas y extensivas en derechos civiles que los liberales justifican. Además, el autoritarismo, ya sea de derechas o de izquierdas, se caracteriza por apoyar un gobierno fuerte y centralizado que limita las libertades de los ciudadanos.

Digamos que para el autoritario estándar, lo bueno y lo malo son irrelevantes, siempre y cuando sigan el manual de virtudes de turno, “el club de la bondad” a la manera del momento. El liberal promedio, se guía por principios claros y consistentes (ya citados) por lo que resulta difícil capturarlo como votante y mucho más fidelizarlo. Para el liberal, el lenguaje es una herramienta con la que explorar ideas, incluso lúdica, el rígido (del partido que sea) tiende a la seriedad y envaramiento (normativa obliga) y a usar el lenguaje como un artefacto de control.

Los liberales defenderemos el derecho a opinar de todos, incluso radicalmente en desacuerdo, donde priorizamos la independencia física e intelectual, el derecho a la disidencia. Creemos que las ideas deben ser debatidas y discutidas deportivamente.

Esta actitud se basa en la creencia fundamental de que la diversidad de opiniones y expresiones es esencial para una sociedad sabia, inteligente, limpia y habitable. Frente a él, encontraremos la censura y la regulación y el apoyo a la imposición de una ortodoxia inviolable.

En resumen, ser liberal es querer montar en bicicleta sin ruedines y menos con un Gobierno que nos sujete el manillar. Mientras otros se pelean por quién tiene el sillín más grande, nosotros simplemente disfrutamos del viaje, con una sonrisa sexy,  listos para esquivar los conos del pensamiento único. ¡Pedaleemos!

 

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