¡Cómo lo debe estar pasando nuestro Rey!

Como me lo han contado, lo cuento. Es de fuente fidedigna, de las que no compran, ni venden bulos. Me dicen: «Al principio de la tarde de noviembre cuando el Rey, Felipe VI, el presidente del Gobierno y el de la Geneneralidad, Carlos Mazón, se radicaron en Paiporta, 28.000 habitantes y foco de lo peor de la Dana, se produjo un episodio que todos recordamos: el gentío, preso de rabia y de dolor, se expresó brutalmente contra los presentes, los presentes que sólo fueron dos: el propio Monarca y el presidente valenciano. Sánchez huyó, en modo forajido de Waterloo, cobijado bajo los paraguas de sus escoltas». Tras la peripecia, que no terminó con una agresión física al Rey (y a la Reina) porque al parecer Dios no quiso, se celebró un acto con autoridades de los pueblos circunvecinos antes del cual el jefe del Ejecutivo nacional se dirigió a Felipe VI en tono bravío, insolente desde luego y le reprochó: «¡Me has dejado solo, a los pies de los caballos!». Fue esta frase y algunas otras lindezas más con unas formas indecentes de mala educación, expresadas, además, con un tuteo, incompatible con el trato que un político debe deparar al jefe del Estado.
Aquel «tú», formulado en aquel tono aún resuena entre los propios componentes de la Casa del Rey, alguno de los cuales hace verdaderas piruetas, ejercicios de prestidigitación, para soportar los recurrentes ninguneos que Sánchez perpetra contra el Rey. En la Casa de la Zarzuela todavía deben recordar el comportamiento miserable que desarrolló Sánchez con ocasión de la estancia en Madrid del presidente ucranaino Zelenski. Pasó que tuvieron que «darle vueltas» por Madrid al visitante porque Sánchez decidió llegar en último lugar al Palacio Real, sede del almuerzo oficial. Después de Zelenski y del propio Rey. A un protagonista de aquella pirueta le escuché lamentarse así no hace tanto tiempo: «Nunca se había vivido una cosa así, no lo hace por mal educación; no, lo hace porque se cree el primero». Y en esta estimación debe razón porque López, ese ministro del no se sabe qué (él tampoco lo sabe de qué cobra) afirma sin reparos que «en España manda la Moncloa».
Recojo estas dos memorias porque vienen a cuento de lo que debe estar tragando un Rey que en este momento rige un Estado en absoluta demolición democrática, con una corrupción sanchista clamorosa. Alguna vez he escuchado a algún funcionario distinguido de la Zarzuela, que Felipe VI se sabe al dedillo el Título II de la Constitución que transita desde Artículo 56 al 61. «La clave -he oído- radica en no cruzar ni un milímetro las líneas rojas que marca nuestra legislación». No es el Rey un individuo merluzo que no recae en todo lo que está ocurriendo a su alrededor, lo último, que habrá más, las golfadas de Santos Cerdán. Algunas de las personas que parecen tener alguna cercanía con el Monarca, coinciden en que no se permite la menor confidencia -frivolidad, más bien- sobre su papel al frente de España. Sabe el Rey, según se supone que, dado que Sánchez no está dejando ni una sola institución del Estado sin enmerdar, la Corona también está en peligro de que su negra zarpa se tire a su carótida. Hace años, 2004, el que fue secretario de Don Felipe durante mucho tiempo, José Antonio Alcina, dejó escrita una larga obra para presentar la figura de su protegido, del chaval primero, hombre después, destinado a reinar en este país. Me quedó con una de sus frases finales: «Felipe se niega en silencio a negar o corroborar con su conducta cualquier cosa que se diga sobre él. Tiene el don mágico del silencio, porque a los tontos se les nota pronto por el ruido. Cuando calla tanto es porque algo calla».
Se trata de una afirmación premonitoria: si algo es evidente en el actual comportamiento del Rey es su silencio, una cualidad que, por lo demás, va acompañada de, una cada vez una mayor prudencia, en sus discursos públicos. Ahora calla porque tiene mucho que callar, sobre todo la descomunal deslealtad que ejerce con el Sánchez y toda la cohorte de jenízaros que componen su ejército de desgobierno y desinformación. Ahora mismo -esto también se va sabiendo- el Rey dirime, con la puntillosidad de un entomólogo, la oportunidad de las ocasiones en que tiene que compartir protagonismo con el jefe del Gobierno. «Cuando menos, mejor», me dice un conversador perfectamente enterado. Y es verdad. Los españoles no hemos comprendido que esta misma semana nuestros Reyes no hayan acompañado a nuestros deportistas (la selección de fútbol, o el Roland Garros) que pusieron a España en las primeras páginas de todos los medios de Europa. Una comunión semifamiliar fue la excusa; dudo personalmente que en otro momento este acto prevaleciera por otros públicos. ¿Puede haber pasado que Felipe VI, que hubiera sido recibido en Múnich y en París entusiásticamente, no hubiera querido comparar su prestancia con el rechazo que hubieran suscitado Sánchez o a alguno/a de sus acólitos/as? A lo peor los dedos se nos hacen huéspedes, pero la historia nos conforta.
Hay que ver con qué miserable desdén ha recibido el Oso Puente el triunfo en la capital de Francia de Alcaraz, el chaval murciano. Le ha recordado que una parte sustancial de su premio en metálico se va para las arcas confiscatarias de la inefable ministra de Hacienda. ¡Qué asco! Ya no respetan ni a los ganadores deportistas que nos dan gloria, solo les quedan los delincuentes, los golfos de solemnidad, los perseguidos por la Justicia o las colipoterras de almanaque. Con estos bueyes reina Felipe IV. Tengo para mí que este hombre, el Rey mejor preparado de toda nuestra Historia, nunca previno esta hecatombe, una vergüenza nacional, que le ha tocado vivir en una época tan malhadada. ¿Es imposible que Sánchez pase del odio y la revancha contra Felipe VI a la rebelión contra él? Díganme en qué círculo de nuestra tierra no se especula con una situación así. ¡Cómo lo debe estar pasando nuestro Rey! Sólo por eso se está ganando diariamente la Corona y el sueldo. ¡Qué bochorno! Para él y para media España, que la otra es cómplice de estos canallas.
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