Columpiando con Rajoy
Sólo he estado con Rajoy, cara a cara, una vez en mi vida. Debió ser hacia el 2002 o el 2003. Los dos estábamos columpiando a nuestros hijos –en su caso a su primogénito, yo a mi benjamín-. Creo que por aquel entonces era ministro de la Presidencia. Lo que es seguro es que era ministro de algo y que estábamos en el Club de Campo de Madrid, una tarde de domingo cualquiera. Columpios contiguos. No nos hablamos –¡ya era Rajoy!-. Nos miramos con complicidad resignada mientras empujábamos nuestros respectivos columpios, que iban… y regresaban. Y ahí nos volvían a encontrar a los dos. Nuevo impulso a los columpios, que se elevaban… para venir de nuevo a nuestro encuentro, mientras nosotros seguíamos parados en el mismo sitio. Ese día, aún sin mediar palabra, creo que conocí a Rajoy.
Porque sigo viendo a Rajoy ahí, quieto, en su sitio, donde todo vuelve: columpios y situaciones. Un leve gesto de impulso hacia adelante para que lo impulsado regrese, dócil e inexorablemente, a la situación previa. Uno no necesita moverse de donde está mientras que el del columpio primero cree volar libre y después se termina bajando –¡en el mismo sitio donde se montó!- con la sensación de haber experimentado una reconfortante vivencia, un gran viaje… al mismo sitio. La leyenda atribuye a Rajoy la afirmación de que “si algo funciona, para qué cambiarlo”. Yo no se lo he escuchado, pero con el gesto se lo he visto. Si sin moverme de donde estoy y con un leve gesto de impulso, el columpio vuelve… ¿Para qué cambiar de posición?
A mí, esto del nuevo Gobierno me suena a lo mismo. A mi “yoguicompi” ocasional del Club de Campo columpiando a su hijo. Mientras yo lo hacía, el mío me pedía que le empujara más fuerte para llegar más arriba. No recuerdo si el suyo le decía lo mismo. Pero sí creo escuchar las voces de los cuarenta y siete millones de españoles, montados en el columpio que ahora empuja, pidiéndole que les impulse más arriba e, incluso, invitándole a subirse también y volar, más alto y más fuerte, para dar un salto de gigante colectivo. Espero que, aunque siga imperturbable en el ademán, escuche el clamor. Porque ya, ni nuestros hijos ni la sociedad española en su conjunto, están para columpios o actitudes estáticas.
Ojalá que el haber empezado con una anécdota infantil no me ha haya conducido al terreno de la fantasía y el que se esté columpiando… sea yo. La próxima vez que le vea, se lo tendré que recordar.
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