Ciudadanos ‘unplugged’

Ciudadanos

Ya no voté a Ciudadanos en las últimas elecciones. Para recordar la última vez me remonto a enero del 21, cuando Xavier Pericay y yo, dos personas que fueron maltratadas y despreciadas por el partido, aún firmamos con otros fundadores una carta apoyando a Carlos Carrizosa en las elecciones catalanas. Aparcamos lo personal y manifestamos que seguíamos pensando que un partido como Ciudadanos era importante en España y en Cataluña. A partir de entonces, voté al PP. ¿Qué otra alternativa tenía? Todo lo que existe a la izquierda de CS es absolutamente invotable. Con Sánchez y sin Sánchez. Dejé de tener la menor esperanza en el PSOE desde el indescriptible Zapatero. ¡Y lo que vino fue aún peor!

Estas elecciones de mayo del 23 no ha habido más remedio que apoyar a un PP aparentemente «plurinacional». No ha sido fácil. Pero, como dice aquel chiste: «De las humedades hablamos otro día». El objetivo era empujar para que Sánchez se haga humo en estas generales. Pero duele no poner la papeleta con las siglas del partido que ayudaste a crear.

Y me han ahorrado la pena: Ciudadanos no se presentará a las elecciones generales del 23 de julio. Su comité nacional lo ha decidido «por máximo consenso», según leo en diversos medios. La opinión de Inés Arrimadas fue decisiva. Su rostro más conocido no era partidario de concurrir, y el resto carece de suficiente tirón para planteárselo. Lo mismo que Begoña Villacís, aún vicealcaldesa de Madrid y casi la única esperanza del partido en permanecer en un lugar visible.

Aunque los nuevos líderes de CS insisten en que la renuncia sólo afecta a estas generales, huele a desiderátum, a wishful thinking en toda regla. Hace años que la muerte de Ciudadanos está anunciada en todas las crónicas. Y no es algo que yo disfrute: el partido que un grupo de 15 personas imaginamos en el 2006 sigue siendo necesario. Pero se lo cargaron. Han sido incapaces de crear pensamiento original desde entonces, y no se puede vivir siempre de las rentas. Ya en estas municipales y autonómicas votarles era una temeridad. El ciudadano había dado señales sobradas de haber dejado de confiar en el proyecto. Era un voto, no sólo muy posiblemente inútil: era peligroso por la gravedad de lo que nos estábamos jugando.

Su secretario general, aún eurodiputado, dice que el partido «no se rendirá» y que inmediatamente empiezan «un proyecto reforzado e iniciamos un proceso de rearme orgánico e intelectual». «Orgánico» no sé yo, pero «intelectual» lo veo complicado. Intenté llevar contra viento y marea los principios fundacionales de Ciudadanos al Parlamento de Bruselas, pero al partido no le interesó en absoluto. Y son los mismos que entonces, eurodiputado incluido. Gente que cree que ser de «centro liberal» es llevar en las listas a señores de la derecha y de la izquierda. En plan, ni unos ni otros, sin criterio propio. Todos mis eventos, mis conferencias o mis votos no eran «oportunos» o no era «el momento». Yo, por no apoyar la ideología de género o los extremismos climáticos era considerada una «clásica» y ellos «progresistas». Fueron frases literales.

Quizá se han hundido porque nadie necesitaba tanto «progresismo» y tanto tacticismo. Por conservar sus escaños o sus concejalías han hecho todo tipo de maniobras dudosas, como las de Murcia. Pero hace tiempo que la osadía y la lucha contra lo políticamente correcto se la dejaron a partidos que lo mezclan con el conservadurismo en el mejor de los casos o con la afiliación religiosa en su extremo. No discutir el mainstream, no molestar demasiado en aras, supuestamente, de no perder cuota de votantes demostró que Ciudadanos como proyecto les venía grande.

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