Los de Ciudadanos que no tuvieron que morir

partido Ciudadanos

Todo el mundo tiene en su currículum un periodo laboral que, con distancia, recuerda con un cariño estrambótico. El mío fue una etapa de un par de años trabajando en la delegación de Ciudadanos en el Parlamento Europeo. Con la lejanía de algo que fue y ya no será, vaya por delante mi reconocimiento a un trabajo excelso en beneficio de una España que necesitaba que alguien dijera que merece la pena defenderla también en Bruselas.

Ciudadanos es, o era, un partido político muy distinto a los tradicionales. No voy a entrar en el ejercicio melancólico de sus propuestas, pero sí en su desconocida distribución orgánica: con la ambición de que nada escapara al designio divino del amado líder de turno, en las Comunidades Autónomas no había presidentes locales, sólo una figura mal llamada «portavoz» en la que el cabeza visible más importante del lugar podía dar ruedas de prensa pero no tomar decisiones sobre las agrupaciones de su territorio. Vamos, un partido pensado expresamente para que no funcionara y todo se tuviera que decidir en Alcalá, donde estaba la sede nacional en las épocas de bonanza. Como ventaja, se podía someter a un control un poco más directo el filtro de los frikis advenedizos. Como desventaja, todo lo demás. Especialmente que ninguna figura se consolidara demasiado.

Pero volvamos al principio. Mi etapa en Ciudadanos coincidió con el final de Albert Rivera y el primer año y medio de Arrimadas. Podríamos utilizar muchos eufemismos, pero se lo dejo en uno: de desastre electoral en desastre electoral hasta la desaparición final. Una curiosa combinación entre mociones de censura ridículas que nadie entendió nunca, un acercamiento al sanchismo en pleno Covid para buscar un centro centrado muy moderado que nadie pedía (y menos con la banda enfrente), mucho paper de la London School of Economics y poco hablar con señoras en el pueblo y, en fin, un tanto de superioridad moral autoconferida en un mundo en el que a nadie le importaba ya nada ese partido que un día fue naranja.

Aun así, lo mejor de Ciudadanos era su capital humano. Obviando los desastres que emanaban de gran parte de la dirección, en las provincias había personas que dignificaban el oficio de la política. También sinvergüenzas, pero esos eran los menos. En los parlamentos autonómicos había grandes oradores que actuaron como la verdadera oposición a los barones socialistas, en los ayuntamientos había concejales transformando ciudades más que los propios alcaldes de otro signo político, en las bases había afiliados entregados sabiendo que a cambio no había nada y, finalmente, pero no por ello menos importante, en las juventudes había una conciencia real de que sin meritocracia personal era imposible prosperar.

Por eso este final agónico de Ciudadanos ha sido una decepción inmensa. Porque en el camino hacia un precipicio inevitable ha habido un inmenso capital humano que no tendría por qué haberse sacrificado a cambio de nada.

En las elecciones del 28 de mayo pudo haber habido un pacto global con el Partido Popular para que concurrieran de forma conjunta en las elecciones. En ese momento, Génova estaba dispuesta a hacer una oferta generosa, al menos tanto como la que ha hecho en las elecciones europeas. Sin embargo, muchos candidatos que ahora serán votantes del Partido Popular fueron mandados al matadero sin solución de continuidad. Respetando, por supuesto, a todos aquellos que ni aun teniendo la opción habrían querido entrar en el PP; otros tantos lucharon por unas siglas que ya no existían y cerraron para siempre sus puertas en política con declaraciones gruesas propiciadas por un aspiracional que no era tal: Ciudadanos lleva muerto desde 2019 y creer lo contrario es una ensoñación legítima, pero no por ello cierta.

Hoy Juan Marín podría seguir siendo vicepresidente de Andalucía, o Begoña Villacís vicealcaldesa de Madrid. Pero también podría haber una consejera naranja en Murcia, o quizás parlamentarios de Ciudadanos en Asturias, que tal vez hoy estaría gobernada por el PP en caso de haber aunado esfuerzos. Hoy podría haber alcaldes liberales en capitales de provincia, y podría haber habido vicealcaldes que seguro que habrían aportado más desde las instituciones que ahora arrepintiéndose en Twitter por batallar por algo que ni siquiera le ha merecido la pena a los que tenían que cerrar con llave.

Ha sido una pena, pero Ciudadanos ha muerto y el sacrificio de muchos no ha servido para nada. Que pese en la conciencia de quien toque.

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