Cincuenta y cinco días en Madrid
En 1900, se desató en China una revuelta, protagonizada por los Bóxers, en la que se atacó las legaciones extranjeras presentes en Pekín, con el beneplácito de la emperatriz viuda. Durante cincuenta y cinco días, las potencias extranjeras y sus súbditos resistieron el ataque de los Bóxers cercados en el recinto diplomático, a la espera de la llegada de refuerzos que los liberasen.
Samuel Bronston, con alguna que otra licencia literaria, como, por ejemplo, obviar que el decano del cuerpo diplomático era el embajador español, retrató ese episodio histórico en su magnífica película “Cincuenta y cinco días en Pekín”. En ella, vemos cómo el príncipe Tuan asegura, una y otra vez, que nada han de temer los extranjeros, que las revueltas de los Bóxers están controladas e incluso llega a ejecutar a un grupo que mata a un misionero como estratagema con la que hacer ver que sucedía una cosa muy distinta de la que realmente pasaba. Del mismo modo, la emperatriz viuda niega que exista animadversión por los extranjeros hasta que el príncipe Tuan, tras tanto envenenarla, consigue que involucre en la revuelta a los ejércitos imperiales.
Salvando las distancias, las circunstancias y los hechos, algo parecido ha acontecido en Madrid. Ciudadanos, que en Madrid venía de apoyar externamente al Gobierno del Partido Popular en la legislatura iniciada en 2015, pero aliándose en múltiples ocasiones con la izquierda, quiso entrar en el Gobierno en 2019, lo cual era lógico, pero nunca llegó a comportarse como un socio leal, sino que lo único que hacía era exigir cuotas de poder y tratar de diferenciarse de Ayuso, en lugar de colaborar lealmente. Mientras que en el ayuntamiento de Madrid sí funcionaba -y funciona- la colaboración, en la Comunidad de Madrid Ciudadanos nunca puso de su parte para que eso sucediese. Desde el inicio, Aguado penaba en su interior por no haber sido el presidente -por ejemplo, el quince de junio de 2019, al elegirse a Almeida como alcalde, corrió Ciudadanos a recordar que esa generosidad debía ser recompensada con la presidencia para Aguado, tal y como se plasmó en un teletipo-, y ese deseo lo ha mantenido a lo largo de la legislatura. En ella, el torpedeo constante de iniciativas, como unas deducciones fiscales, por ejemplo, tras cambiar de posición después de haberse comprometido a otra cosa con anterioridad; el juego sucio desde Asuntos Sociales contra el consejero de Sanidad; la presentación de proposiciones sin conocimiento del PP -hace escasamente una semana que sucedió eso-; su empeño en negociar los presupuestos con todos los grupos, cuando la política económica de la izquierda -especialmente, de una izquierda tan radical- es incompatible con la liberal-conservadora; su obsesión por despreciar a Vox (que es un partido plenamente democrático, que defiende la Constitución y la monarquía parlamentaria que establece nuestra norma suprema), mientras no le daba tantos reparos la presencia de Podemos, por ejemplo, cuyo líder ha llegado a llamar exiliados a los prófugos de la justicia, que ha atacado al Rey, al que ha prometido lealtad al tomar posesión del cargo, o que pacta con independentistas, algunos de los cuales han sido condenados tras el intento de golpe de Estado en Cataluña, cuando son elementos que deberían hacer que no se pudiese confiar en ellos.
Durante todos esos meses, sobrevoló siempre la idea de que Ciudadanos podía llegar a acordar con el PSOE la presentación de una moción de censura. Aguado lo negó siempre, como el príncipe Tuan en la película, pero el rumor era ya tan intenso que parecía algo real. También lo negó Arrimadas, y, sin embargo, ha terminado presentando dos mociones de censura en Murcia, en ayuntamiento y comunidad.
Y probablemente, aunque lo nieguen esos dirigentes de Ciudadanos, si Ayuso no hubiese visto rápidamente la jugada de traición naranja en Murcia, la habrían presentado también en Madrid, máxime cuando hemos conocido que el PSOE llevaba un mes negociando con el partido de Arrimadas. Esto, sin duda, lo más probable es que le cueste caro a Ciudadanos y que acelere su desaparición, empezando por la posibilidad de quedar extraparlamentarios en Madrid en las elecciones del cuatro de mayo, o, cuando menos, muy castigados. Si es esto último, deberían tomar buena nota para apoyar aquello que quieren sus electores, que son políticas de mayor libertad, no políticas socialistas y comunistas, que siempre la restringen al intervenir más en la vida de las personas. Seguramente, por ocupar una presidencia de comunidad -y veremos si lo consigue, porque parece que algunos diputados de Ciudadanos en Murcia votarán en contra de la moción de censura- Arrimadas habrá terminado de desintegrar el partido naranja.
Ahora, hemos entrado en un período de cincuenta y cinco días en Madrid, como el tiempo de la película ambientada en Pekín -y rodada, curiosamente en Madrid; por ejemplo, el vestíbulo del hotel en el que se alojan Ava Gardner y Charlton Heston en la película es el restaurante Lhardy, que ojalá consiga remontar y seguir con sus puertas abiertas-, desde la adopción del acuerdo de disolución hasta la celebración de las elecciones, en el que, como en la película, el asedio a Ayuso y a su Gobierno será brutal, pues a la izquierda -con el concurso de Ciudadanos, o, al menos, de su parte oficialista, la de Arrimadas; el resto de dicho partido terminará huyendo hacia otras formaciones, mientras se derrumba su estructura- le molesta que se le haya escapado la presa, especialmente cuando Madrid es su obsesión desde hace lustros, primero, porque no consiguen gobernar y, segundo, porque no soportan que Madrid sea el espejo de otra política posible, una política que apuesta por la libertad. Esperemos que el desenlace sea como en dicha película y la política económica liberal-conservadora salga victoriosa del asedio.
Por eso, el cuatro de mayo los electores tendrán que elegir con más cuidado que nunca: si quieren la política de Sánchez e Iglesias, que ahora apoya Arrimadas, ya saben que pueden elegir entre PSOE, Podemos y Más Madrid. Si quieren mantener la política de centro-derecha, deberán tener buen cuidado en pensarse muy bien el voto a opciones políticas que con sus votos nunca se sabe qué pasará, como ha sucedido con Ciudadanos, además de que cobra un alto grado de probabilidad el hecho de que no lleguen al mínimo del 5% y queden extraparlamentarios, por castigo de los votantes a sus vaivenes. Ayuso, al grito de “socialismo o libertad”, ha marcado el camino en Madrid de la determinación para no doblegarse ante la izquierda ni aceptar como válidos y superiores sus dogmas, ni dejarse enredar en jugarretas traidoras que derivarían en una moción de censura para desalojarla. Ayuso ha actuado con firmeza, que será recompensada electoralmente, a buen seguro, por los madrileños, a los que les ha dado la palabra, porque se juegan el continuar con la prosperidad de la política económica que se aplica hasta ahora.