Botones, votos y bragas

Botones, votos y bragas
Botones, votos y bragas

Visto el nivel de despiste (imagino con cariño) en el Congreso, deberíamos prescindir de la ganancia tecnológica y volver a la comprensibilidad de los culiparlamantos, ¿no creen? Ya saben, en las cortes de Cádiz se votaba permaneciendo sentado o levantándose en señal de aprobación o rechazo ante una proposición, es decir, se votaba con el culo, de ahí que a los diputados que no hablaban nunca y solo ejercitaban sus excelentísimas posaderas se los denominara: los culiparlantes.

Y hablando estrictamente y sin dobles intenciones de las partes bajas, sepan amigues que el sistema de votación en el congreso, tanto presencial como telemático es más sencillo que comprar unas bragas en Amazon donde, además de apretar varias veces al botón, les interesades debemos realizar el esfuerzo, no demasiado insignificante, de elegirlas. ¿Se puede saber a qué obedece el hecho de que todas las bragas del mundo lleven un pequeño lazo o floripondio en la parte superior delantera? Bajo su apariencia banal me inquieta este fenómeno que es símbolo de nuestra rendición como género, como si regaláramos algo crucial, y al mismo tiempo proclamáramos nuestra intrascendencia. ¿Quién va a tomar en serio nada que salga de nuestros labios, bajo semejante capitulación?

Lo bueno de Amazon es que si te arrepientes puedes anularlo. En el congreso no. Miren al bueno de Casero hecho una virgen de los dolores tras su equivocación al modificar el resultado de la ley de la reforma laboral (él le echa la culpa a los electroduendes, algo que todos comprendemos y hemos hecho alguna vez).

Era muy fácil: sí, no y abstención, con sus respectivos colores. En verde, un ‘sí’; en rojo el ‘no; y en amarillo la abstención, a modo de semáforo, tres opciones elementales, y ninguna de ellas de encaje. ¿Y qué me dicen, querides, del sempiterno encaje en la ropa interior femenina? ¿Qué significa esa falsa promesa de lujo, placer, juventud y hedonismo versallesco, rococó imperecedero? Para mí un verdadero rompecabezas estético y sociológico, muy por encima de las cotidianas disyuntivas del Congreso, en las que, además, antes de enviar la votación, aparece una segunda pantalla de confirmación para continuar adelante o retroceder y corregir la votación.

Sepan que Alberto Casero (pobre Casero), ya se había equivocado en otras dos votaciones anteriores, según recogen las actas del Congreso. Pero lo más increíble, es que minutos después, 79 de los 88 diputados del PP en el Congreso votan por error a favor del dictamen de la proposición de ley orgánica para penalizar el acoso en las clínicas abortivas. En este caso, los populares pudieron rectificar su posición en una segunda votación que se realizó en el Pleno dado el carácter orgánico del texto.

Repasando la historia de los yerros más simpáticos comprobaremos que la situación no es inédita, Mariano Rajoy votó contra sí mismo en una de las enmiendas a la Ley de Presupuestos Generales del Estado que su Gobierno propuso en mayo de 2017. Pablo Iglesias también erró posicionándose a favor de dos propuestas del PP, primero en la votación relativa a la partida de Educación de los Presupuestos y minutos después en el caso de Exteriores, provocando un estallido de risas y aplausos entre los populares e incluso entre sus propios acólitos.

Les pasó igual a Errejón, al exministro socialista José Luis Ábalos y a Macarena Olona, a los que tampoco se les permitió corregir sus votos, que siempre se dan por válidos. Ahora entre nosotros, y sin poner en duda las infinitas capacidades cognitivas de nuestros políticos, ¿qué habilidades mecánicas e intelectuales requiere apretar un botón?

Esto me lleva a Gerald Rudolph Ford, Jr., trigésimo octavo presidente de los Estados Unidos, tras la dimisión de Richard Nixon por el escándalo Watergate. Descrito a menudo como poco inteligente, su predecesor Lyndon B. Johnson, todo un poeta, decía que Ford era «incapaz de mascar chicle y caminar al mismo tiempo». Aceptémoslo, con dulzura y paciencia, la mina de políticos romos es inagotable. Y en cuanto al entendimiento, los votos telemáticos y las compras en línea, podría establecerse, créanme, una relación científica entre el tamaño de la ropa interior y el cociente intelectual de una persona.

He visto sufrir, rascarse hasta sangrar, perder clientes y negocios, cojear e incluso caerse al suelo, a muchas personas por llevar una ropa interior inadecuada e insuficiente. No lo olviden, diputados y demás ciudadanos: una buena democracia, y una vida digna de ser vivida, comienza por unas buenas bragas.

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