¿Bolita? ¿bolita? La bolita de Bolaños

Bolaños, CGPJ, bolita, Carlos Dávila

Me decía este miércoles un fiscal del Supremo, abofeteado en su profesionalidad por el bochornoso García Ortiz: «El acuerdo para el Consejo del Poder Judicial es bueno. Era inaplazable, pero guarda en sí un problema: que de Sánchez no hay quien se fíe». Y de su fiel servidor Bolaños tampoco: bolita, bolita, bolita, ¿dónde está la bolita? Pues ya sabemos donde está: en la afirmación de que lo que salga del nuevo Poder Judicial «no es vinculante».

El PP, cogido a trasmano por esta declaración insistiño, por boca del propio Feijóo, en lo obvio: lo pactado tiene el aval europeo, si Sánchez engaña, engaña a todos, también a la Unión Europea. Lo cierto es que, tras conocerse los términos del Pacto, casi unánimemente, partidos democráticos desde luego, jueces, abogados y el público en general, refrendaron su positividad, claro está que con algunas excepciones. La primera, la de la inefable Yolanda Díaz, nuestra inconmensurable y cómica vicepresidenta del Gobierno, que reivindicó para sí un papel preponderante en la redacción del texto final. Me recordaba un compañero de pupitre al que siempre tengo en la chepa que «lo de Yoli» es como esos aficionados cocinillas que se atribuyen el éxito de un plato con el grito de: «Yo he frito las patatas».

Aparte de Yolanda se veía venir la respuesta de Vox, empeñado en renegar de cualquier acuerdo entre el Gobierno y el Partido Popular. Gente que han abandonado recientemente el partido de Vox, ha confesado a este cronista que Abascal «no termina de encontrar su puesto en la vida y en la política, de aquí llega todo». Aparte, no se sabe nada de las andanzas protestarias de una pírrica parte del PP muy cercana a las posiciones de Vox: «Con Sánchez -han venido afirmando- no puede haber acuerdo posible». No les falta un ápice de razón.

El acuerdo, desde luego, es más imperfecto que, como dicen en Navarra, «un juego de pelota». Ya están analizados sus pormenores, pero uno de ellos resulta especialmente relevante. Dice así: «El sistema de participación directa garantiza que los jueces tendrán capacidad de elegir a sus representantes en el Consejo en base al texto que ellos mismos acuerden».

A pesar de que Bolaños es textual e imbatible en su ambición, lo ha recordado nítidamente el presidente del PP, pero claro, de la misma forma que todos los santos tienen su octava, todos los pactos tienen, primero, sus trucos negros y, segundo, sus pérfidos intérpretes, uno de ellos, el desdichado portavoz Patxi López (cada vez que habla recrudecen las danas) se precipitó, con su ignorancia habitual, a desdibujar este epígrafe citado del acuerdo asegurando que «de la elección de los jueces no se habla aquí». Bolaños, de gancho del trilero de su jefe, lo refrendó, lo que produjo honda conmoción, no proclamada oficialmente, incluso en la dirección de Génova. Porque todos, prácticamente, estaban concordes en la bondad instrumental del Pacto, pero también todos sin excepción cautos ante la certeza de que uno de los firmantes intelectuales, Pedro Sánchez, es promotor de acuerdo.

«No me fío de este», manifiesta uno; «vete a saber qué perpetra Sánchez», recaba otro; «no puede ser cierta tanta belleza», se coloca poéticamente el de más allá, y aún el último advierte que «ni una sola palabra, ni un solo compromiso de Sánchez tiene vocación de respeto y cumplimiento».

Está bien el aviso porque, efectivamente, el aún presidente es el preboste de los troleros mundiales, los prestidigitadores del «bolita, bolita ¿dónde está la bolita?». La bolita la puso a correr Bolaños, se supone que con autorización expresa del patrón. Todavía, sin embargo, hay gente, también en el centroderecha, que espera que la última fechoría de Sánchez no sea tal y no degrade a la larga el Pacto. Para esos angélicos sujetos recuerdo la frase terminal de un físico enciclopedista, D´Alembert, que avisaba de esta guisa a los políticos que juegan con la ingenuidad y la benignidad de la gente, también, claro, de la suya: «Puede ser -escribía- que yo sea tonto, pero no quiero que me lo digas». Así que ¡ojo, atención al dato!

¿Dónde está la trampa?, nos preguntamos los más avisados. Feijóo se convirtió el miércoles en portavoz de todos los advertidos, porque él mismo debe estar recelando, como en el verso de Lupercio Leonardo de Argensola: «¡Lástima que no sea verdad tanta belleza!».

¿Cómo se entiende que el trilero mayor del Reino haya renunciado a lo que pretendía hace diez días? ¿Cómo es posible que este individuo, cada vez más enervado, desista de someter las instituciones que precisa para convertirse directamente -no es otra cosa su intención- en primer presidente de la III República Española? Bien: ya lo sabemos: el gancho de Sánchez manejó la bolita. Por tanto, cabe preguntarse esto: ¿Esta bolita que guarda este tipo en su faldiquera de tahúr consolidado es una trampa, un embuste o una realidad? Pronto lo sabremos. ¿Cómo se comportarán los consejeros coptados por Sánchez cuando se trate de elegir al presidente del Poder Judicial? ¿Habrá algún francotirador emboscado en la lista del Partido Popular? Lo veremos, pero lo que se conoce ahora es que el perfil de todos, sin excepción alguna, de los nombrados para Sánchez son de una obediencia frailuna a su promotor, incluso los dos que parecen promovidos por Sumar o por Podemos o por lo que sea eso.

Un anuncio preocupado: en seis meses los veinte consejeros que serán nombrados la semana que viene, deberían tener elaborada la nueva ley que recoja el acuerdo sobre la elección de sus sucesores. Bolaños ha menoscabado su autoridad. «No es vinculante», ha dicho. Si se cumple lo pactado ante Europa, se trataría de un harakiri similar al de los procuradores del franquismo. Pues bien, llegado ese momento ¿los diez progres del psicópata (lo dicen los especialistas) serán tan generosos como para asesinarse a sí mismos y propiciar unos sucesores escogidos por el propio Consejo? Lo dudo con conocimiento de causa: no hay un solo miembro de la comunista asociación Jueces para la Democracia que haya defendido este sistema, antes bien lo han criticado hasta la extenuación.

¿Por qué ahora tenemos que confiar en la rectificación de todos ellos? No hay ninguna seguridad de que, en este trance, no vuelva a sobrevolar sobre la referida institución el fantasma del boicot. Advertidos estamos todos. Bolaños ha enseñado de nuevo la navaja del irado. El trilero -jefe no ha descansado un minuto desde que, mintiendo, se alzó con la okupación de La Moncloa. Trilero: «Bolita, bolita, dónde está la bolita?». Ya sabemos dónde está la bolita. Por ahora no ha caído en el gua, pero con este individuo al mando nunca termina el sainete, siempre acaba de empezar.

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