BlackRock también se pasa a Trump
Amazon, Google y Meta ya dispusieron sus talonarios para financiar, con entusiasmo adolescente, la fiesta de investidura de Trump
Hace un mes Silicon Valley dio el primer paso: rendirse a Trump. Sin matices ni disimulos. Amazon, Google y Meta ya dispusieron sus talonarios hace semanas para financiar, con entusiasmo adolescente, la fiesta de investidura del presidente que hasta hace dos años era el villano oficial de sus peroratas inclusivas. Si esto fuera una serie, sería la temporada donde el villano se convierte en el héroe porque al final siempre fue un incomprendido. Ahora, los grandes bancos y BlackRock se suben al mismo tren, abandonando sus objetivos ecologistas como quien se deshace de un póster de Greta Thunberg amarillento, arrugado y olvidado en un despacho. La dictadura de lo políticamente sostenible parece haber pasado de moda en los despachos donde la moda lo es todo.
Pedro Sánchez, ese eterno actor secundario que siempre encuentra la manera de colarse en el guion, seguramente ya está tomando notas. Porque si algo caracteriza al déspota de La Moncloa es su habilidad para creer que siempre tiene el papel principal, aunque la película no sea suya. Con su pose de Moto Moto —el hipopótamo de Madagascar— que cree que todo el mundo lo admira, ya estará soñando con su imaginaria entrada triunfal en la Casa Blanca. Quizá intente soltar alguna frase grandilocuente en plan: “Trump, yo lidero la Europa progre”. Y Trump, con su peculiar estilo, lo despache con un billete solo de ida a la Luna, cortesía de Elon Musk y más rápido que cualquier Falcon.
La ironía es deliciosa: los globalistas, esos cantamañanas de salón que llevan años predicando sobre un mundo sin fronteras ni desigualdades (siempre y cuando no afecte a sus bolsillos), ahora empiezan a cortejar al hombre que prometió construir muros, literal y metafóricamente. BlackRock, el todopoderoso titán de las inversiones, ha decidido que ya no tiene sentido seguir luchando contra la realidad. Su retirada de los objetivos ecologistas de la ONU es una confesión de que las palabras grandilocuentes no compensan las pérdidas en el balance. Las palabras pesan, pero menos que las cifras. Y el mercado nunca ha sido compasivo con los dogmas.
¿Y George Soros? Parece que ya buscó reservar un fin de semana en Mar-a-Lago. No para un café rápido. No. Lo veremos arrodillado, pidiendo perdón por financiar tanto woke y quizás hasta ofreciéndose a patrocinar la próxima temporada de golf de Trump. Porque hasta los especuladores disfrazados de filántropos saben cuándo agachar la cabeza. Trump es un imán. Ni las gafas de progresismo polarizado pueden ignorarlo. Si no, que se lo pregunten a Obama, que después de compararlo con Hitler compartía confidencias y risitas con él en el funeral de Carter.
En este nuevo tablero de juego, la hipocresía es reina y la ironía, su fiel consorte. Los grandes bancos y las tecnológicas, tras años de sermonearnos con discursos intervencionistas y donaciones a causas ‘woke’, ahora hacen cola para subirse al carro de Trump. Porque al final, los ideales siempre pierden ante las cifras. Si algo sabe Wall Street es que no hay moral que valga cuando el Dow Jones marca tendencia.
Los próximos en claudicar probablemente sean los de Davos, que ya estarán diseñando cómo cambiar las pancartas del “Build Back Better” por algo más amigable con MAGA. Tampoco sería raro ver a Macron buscando la foto y a Trudeau practicando su cara más humilde mientras hace las maletas antes de irse a su casa. Al ritmo que van, para la investidura no sería sorprendente que los progres europeos se junten en un coro para cantar My Way en su honor.
A Sánchez siempre le quedará Greta. Siguiendo con los personajes de Madagascar, sería su Melman: la jirafa angustiada, exagerada y siempre quejica. Probablemente ya esté preparando otro discurso con tono apocalíptico para decirle a su amigo español que “esto no lo salva ni Laporta con la ficha de Dani Olmo en el último minuto”.
Los tecnócratas de Bruselas seguro que ya están en pleno movimiento. Quizá hasta convenzan a António Guterres de convocar una cumbre urgente de la ONU con un lema digno de tragedia shakespeariana: “Salvar el multilateralismo del pérfido Trump”. Guterres, con su rostro de penúltimo socialista —porque a la izquierda globalista siempre le quedará Sánchez como el último, autoproclamado y eterno—, se encargaría del discurso solemne. Eso sí, no se engañen: el esmoquin para la investidura de la próxima semana ya lo tiene bien planchado.
Lo más divertido es que Trump ni siquiera necesita esforzarse. Su estrategia ha sido siempre la misma: esperar a que sus enemigos se autodestruyan. Y vaya si lo están haciendo. Silicon Valley, Wall Street y los defensores del apocalipsis climático están demostrando que, al final, todo el mundo tiene un precio. Y Trump, maestro de las negociaciones, parece ser el único capaz de ponerle cifra a los principios de los demás.
Preparamos mientras las palomitas. Una bolsa diaria. Esto promete ser mejor que cualquier maratón de series. Trump no necesita guionistas; le basta con sus enemigos para montar un espectáculo.