Belarra, la víscera, la máquina española y tal

Belarra, la víscera, la máquina española y tal
Belarra, la víscera, la máquina española y tal

Ayer me visitó mi amiga Olivia con sus ojitos maliciosos súper negros. Olivia es una gran hedonista. Pasarlo bien es lo único que pide a la vida, aunque su manera de entender la diversión es bien contraria a la de la mayoría. Adoro sus impertinencias y sus salidas, su altivez de clase privilegiada, su cultura y su ironía. Es una deliciosa snob intelectual. Nos sentamos en el patio. Me puso al día de la actualidad con sus extravagantes movimientos, tan sofisticados como escandalosos. Su compañía me divierte muchísimo, no sólo por su agudo espíritu crítico, sino porque observarla es como asistir a un entremés parisino sin salir de casa.

Comenzó hablando de Belarra, esa mujer de turbia inspiración. La secretaria general de Podemos -o Podemas o no sé cómo se llaman ahora-  es un “hado” calamitoso, una mujer de mirada diabólica, cuyo angelical reverso es una trampa mortal.  En suma, me concluyó, es un cliché reiterativo, de corta vida, que se consume en su propia incongruencia. No hay que tener muy en cuenta sus mil desenfrenos. Esa hechicera quedará pronto en una ruina. Me pareció un balance acertado, ciertamente. Me pidió un cocktail Bellini y cambiamos de tema.

Con su mirada profunda y su sonrisa sarcástica, me contó que se inauguraba en unos días una exposición en Sevilla, cuyo título es La Máquina Española. (Donación de Pepe Cobo). Me recordó Olivia que el momento de la gestación de aquel proyecto sobre el que gira la exposición tuvo lugar en el año 1984, en casa de Diego Romero de Solís. Estaban allí Ricardo Cadenas, Gonzalo Puch, Pepe Cobo y Pedro Simón. El nombre –La Máquina Española- fue escogido al leer un poema de las Sátiras Políticas y Literarias de Quevedo. Pues bien, el último de ellos, un pintor de los que vive y pinta con la víscera, que compartió cartel en aquellos frenéticos ochenta con Warhol, Richter, Twombly o Beuys, no se ha incluido extrañamente en la peculiar muestra. Ya de por sí el proyecto cojea antes de nacer.

Nos reímos a gusto de las amistades peligrosas y seguimos nuestra divertida charla por otros senderos menos provincianos. Apareció por casa en ese momento un amigo de uno de mis hijos, que aspira a ser un gran torero, y nos deleitó con unos pases. Cambió al animal español por antonomasia por un labrador americano, manso como un bebé, pero el arte se le vio igualmente. Le echó ganas, es otro de los que vive con la víscera; y eso, señores, no se puede esconder. Vivir a través de la víscera es una cualidad innata. La mayoría lo hace con las neuronas del cerebro que hay en la cabeza. Ahora hay científicos que dicen que tenemos otro cerebro en el estómago. A éste es al que yo me refiero. Las personas en las que predomina este otro motor por descubrir viven, sienten y se expresan de otra manera. Normalmente, conectan entre ellas; aunque no siempre para relaciones fructíferas y saludables. “Pequeños poemas en prosa”, ya me entienden, demasiada pasión, demasiado ahínco, demasiada autenticidad, francamente agotador. Vivir con intensidad, mientas otros vivaquean con parálisis progresiva.

Les he seleccionado aquí algunos de los fragmentos más reveladores de toda la tarde que pasé con Olivia. Las partes más sabrosas y picantes me las reservo, o quizás se las cuente la semana que viene. Ya veré. En la literatura, como en la moral, existe tanto peligro como gloria en ser delicado. Cansados de artículos que se calcan unos a otros, reconozcan que una pluma sin arquetipos, como es la mía, tiene cuanto menos que avivar una escala de motivaciones, me da igual de qué tipo. Olivia dice que prefiere el insulto airado al páramo de la indiferencia, y que hay que dejar a la gente que sea quien es y preocuparse en seguir nuestra línea propia. Sus ojos maliciosos súper negros se despidieron hasta la próxima visita, su porte noble y su mirada se desvanecieron, llenos de felina ensoñación.

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