La ‘beautiful people’ y el ‘sanchismo’

La 'beautiful people' y el 'sanchismo'
La 'beautiful people' y el 'sanchismo'

Durante un periodo de los gobiernos de Felipe González a algunos brillantes analistas, y desde luego a los sindicatos, les dio por afirmar que el Partido Socialista se había convertido al liberalismo abandonando a los trabajadores. Desde luego Miguel Boyer, el primer ministro de Economía desde 1982 a 1984, procuró cuidar de la coyuntura y también adoptó algunas medidas de corte liberal como la desregulación de los alquileres; luego Carlos Solchaga, que lo sucedió, también usaba una retórica liberal que sacaba de quicio a Alfonso Guerra, guardián del socialismo de pana y enemigo acérrimo de los dos, a los que acusó de formar parte de la beautiful people, digamos de la gente bien, ilustrada, culta, adinerada y con aficiones por encima de la media.

Pero en realidad, todas estas acusaciones eran una gran ficción. González impulsó siempre una política socialista de carácter genuino, es decir, entregada a un aumento intenso del gasto público con el fin armar el sistema de protección que hoy conocemos y el mal llamado Estado del Bienestar.

Lo que sí es cierto que sucedía en aquella época es que como la acción del Gobierno provocaba enormes tensiones en términos de inflación y de desempleo, el Banco de España, que entonces dirigía el probo funcionario Mariano Rubio, amigo personal de Boyer y de Solchaga, se encargaba de vigilar los equilibrios financieros del sistema, y así subía brutalmente los tipos de interés. Es verdad que esto ayudaba a contener los precios, pero también que asfixiaba a las empresas con unos costes financieros prohibitivos.

En aquellos momentos el Banco de España no era independiente, pero se comportaba como tal, y sus advertencias eran muy tenidas en cuenta. Yo empecé entonces a ejercer el periodismo y recuerdo la enorme repercusión pública que tenían sus críticas aceradas sobre la política económica del Gobierno, responsabilidad de amigos suyos. Estas ocupaban los titulares más destacados de los medios y aquellas reuniones en las que a veces participaban el ministro Solchaga junto con el señor Rubio y frecuentemente el presidente de la asociación de la banca de esos años, Rafael Termes, una persona de una categoría intelectual fuera de lo común y consumado liberal, acababan como el rosario de la aurora, aunque con mayores dosis de contención.

El Gobierno acusaba el castigo. No es que esto sirviera para mucho, pero era una señal del respeto institucional que entonces imperaba y desde luego daba vida a los periódicos y televisiones que todavía no habían sido comprados o alumbradas por el favor público.

Hoy el Banco de España es una entidad independiente dirigida por una persona cabal y solvente como Pablo Hernández de Cos, digno sucesor de sus predecesores en el cargo, salvo en el caso del siniestro Miguel Ángel Fernández Ordóñez. Y acaba de hacer una declaración demoledora que debería remover en su silla al presidente Sánchez, a la ministra Calviño y al resto de cuatreros que forman parte de este Gobierno singularmente pernicioso para el futuro de la nación.

Según el informe anual del Banco de España que firma Hernández de Cos, la economía se está comportando peor que ninguna otra de sus comparables europeas desde que se inició la crisis derivada de la pandemia. «De las grandes economías del euro somos la que peor lo ha hecho». A mi esto me parecen palabras mayores. Deberían disuadir a Sánchez de insistir, como dijo en presencia del emir de Catar, en que aquí se invierte porque tenemos una economía robusta con una pujante creación de empleo, que es lo que suele afirmar día tras otro en las sesiones de control del Congreso. Aunque sea una mentira más en su cuenta de resultados. Porque lo único realmente cierto es que aquí no invierte ni Dios, que el PIB lleva un ritmo declínante, que solo con suerte recuperará los niveles previos en 2023, que la UE ha rebajado nuestra tasa de crecimiento al 4%, que muchos de los analistas españoles ya están reordenando sus previsiones porque piensan que no se alcanzará esa cota, y que es absolutamente falso que se esté creando empleo.

Si uno mira con atención el informe anual del Banco de España verá que el número de horas de trabajo creadas está un 22% por debajo de la evolución del PIB y esto sólo puede deberse a los efectos nefastos de la reforma laboral prohibiendo los contratos indefinidos y al aumento del salario mínimo. Si tuviéramos un crecimiento de la productividad o pleno empleo, que no hemos alcanzado en la vida, una caída de las horas trabajadas no sería preocupante. Pero dada nuestra tasa de paro, es un signo inequívoco de que el desempleo puede anclarse en las actuales cifras ante la indiferencia, cuando no el desprecio, de los ministros Calviño, Escrivá, Diaz y la soberbia creciente de Sánchez.

Esta sintomatología patológica que consiste en negar la realidad y sustituirla por una imagen alternativa y falsa, solo puede ser producto de la ignorancia o, mucho peor, del sectarismo y de la mala fe.

En aquellos años de Felipe González que no dejo de contemplar con un punto de melancolía, había beautiful people y socialismo de pana, pero todos los que integraban estas corrientes eran auténticos. Alfonso Guerra era un prodigio del sarcasmo, de la ironía, de la inteligencia al servicio del mal -fue el que se cargó la independencia de los jueces asignándolos a insalvables corrientes de opinión y sometiéndolos a la elección parlamentaria-. Solo Rubalcaba ha podido igualarlo en sectarismo y nocivos  propósitos, pero ambos tenían un bagaje fuera de lo común. Miguel Boyer y Carlos Solchaga, más el segundo, han sido dos portentos políticos. Y de González solo puedo decir que fue un gran embaucador, con tal poder de seducción que engañó a Europa para que nos diera los fondos de cohesión, gracias a los que ha vivido el país durante décadas.

Compararlos con la clase política que nutre ahora el legendario Partido Socialista -siempre equivocado en casi todo-, que está en manos de unos iletrados, de unos embusteros sin escrúpulos, de unos arrastrados abonados al deshonor y la impunidad me produce una estupefacción insalvable.

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