Los apóstoles del clima, esa nueva inquisición
Resulta entre cómico y grotesco que una de las principales conclusiones de la cumbre de Glasgow sobre el cambio climático haya sido la entronización de la energía nuclear como limpia, barata y ecológica. Estoy completamente de acuerdo, pero comprenderán rápido que para un joven que hizo la carrera a principios de los años ochenta en Navarra rodeado de aberchales que llevaban la chapa esa ridícula con el lema ‘Nucleares, No gracias’, las vueltas que da la vida resulten apoteósicas. Para detener las nucleares ETA mató al ingeniero José Maria Ryan, y ante los terroristas cedió el entonces presidente González, porque esta clase de energía también le parecía poco progresista, cancelando lentamente la producción de naturaleza atómica.
El caso es que el presidente de Francia Macron ha anunciado, con motivo de la farsa de Glasgow, que va a construir nuevos reactores. Él, que ya tiene el parque más importante del continente. Y lo ha hecho con dos argumentos que al inefable Sánchez que dirige los destinos de la nación le parecerán retrógrados. El primero es el de preservar la independencia energética de Francia en un momento de aumento de los precios y de la incertidumbre geopolítica -España está absolutamente cautiva del gas de Argelia, del petróleo árabe y demás-. El segundo argumento, para escándalo de los ecologistas alemanes y de los españoles, que son igual de necios, es que va a construir más centrales para luchar contra el cambio climático con una fuente de energía que, aunque muy lejos de ser inmaculada, no emite gases de efecto invernadero.
Como cabía esperar, Sánchez no se ha dado por aludido. Está empeñado en liderar la transición energética en Europa, aunque sea castigando vilmente a los consumidores españoles, y proseguirá con su cierre escalonado de centrales nucleares porque “así lo respalda mayoritariamente la sociedad”, a la que ni se informa sobre las consecuencias de esta determinación maníaca por ser el más tonto de la clase, ni por supuesto se le pregunta.
Por lo demás, la comedia bufa de Glasgow ha seguido el guion establecido, que es el de propagar el apocalipsis y el terror a gran escala sobre los sucesos devastadores que están ocurriendo en nuestro planeta pero que carecen de cualquier contraste científico serio. Hay que decir en todo caso que la ONU, la organizadora del evento -con escasas credenciales democráticas- así como el panel IPCC encargado del asunto y de la propaganda a nivel mundial -adscrito a ella-, que es un organismo básicamente político que trabaja con la sola encomienda de atribuir explícitamente la evolución del clima a la mano aviesa del hombre, están cumpliendo con creces su objetivo.
Según una reciente encuesta realizada para el diario El País por la consultora 40db, los españoles no han sido capaces de resistirse al influjo de la insistente persuasión mediática. Un 93% reconoce la existencia del cambio climático y un 76% piensa que es debido a la acción humana. La generalización de la estulticia es tan colosal que un nada despreciable 37% piensa deseable y aceptable reducir el consumo de carne -supongo que para disminuir los gases y deposiciones malolientes de las vacas y animales de otro tipo que tanto placer nos dan-; que más de un 60% quiere masacrar a impuestos a las compañías supuestamente más contaminantes pero que sólo un 28% se muestra partidario de que se los suban a ellos por usar coches alimentados con diésel o gasolina. En esto consiste el pensamiento socialista: que suban los impuestos sí, pero a los demás.
Gracias al activismo, la determinación y la ingente cantidad de dinero que mueve la causa en la que participan con devoción las grandes empresas progresistas del mundo, resulta muy difícil encontrar a alguien que se oponga públicamente a esta dictadura de lo políticamente correcto -que es lo más parecido a una religión- porque se arriesga a una condena a perpetuidad. Esto ya lo denunció ni más menos que en 2012 The Wall Street Journal en un artículo en el que no sólo defendía que no hay argumentos científicos sólidos para una acción drástica de descarbonización planetaria, sino que denunciaba la caza de brujas contra los desalineados con las posiciones mayoritarias y los que sostienen que el calentamiento no es algo aislado en el contexto de los cambios climáticos de los últimos mil años. ¡Mil años! Naturalmente, este ambiente censor e inquisitorial disuade a muchos científicos, y más aún si son jóvenes con ganas de prosperar, de publicar cualquier papel contra la corriente.
Aquí en España sólo conozco a una persona que, tras más de quince años de estudio sobre estos asuntos relacionados con la atmósfera, la geología y el clima, se atreva con frecuencia a denunciar los atropellos de la multinacional del apocalipsis. Se llama Fernando del Pino Calvo Sotelo y escribe con cierta periodicidad en el diario Expansión, que yo dirigí entre 1999 y 2002, antes de tener el placer de seguirlo. El señor Del Pino es el único que sostiene reiteradamente en nuestro país que el clima lleva evolucionando desde los albores de la historia, pero que no hay ninguna prueba científica de que, en la última época, esto sea como consecuencia de la acción humana.
El señor Del Pino, que escribe con igual brillantez que eficacia, tiene una web (fpcs.es) en la que cualquiera con inquietud por leer algo diferente y alternativo al pensamiento dominante y oficial encontrará muchos artículos desmontando las falacias generalizadas sobre el cambio climático y denunciando el complot de las élites políticas, académicas y económicas para seguir sosteniendo, sin respaldo técnico, la defensa de la descarbonización a gran escala y el empeño en la generalización de unas presuntas energías limpias que son caras, intermitentes y poco resolutivas.
También aprenderá que los fenómenos meteorológicos que nos venden como extremos -las inundaciones en Alemania, Filomena en Madrid o los grandes incendios en Australia o California- distan mucho de ser inusuales a lo largo de la historia, así como que tampoco es verdad que el hielo se esté derritiendo sin consuelo en los polos o que los bosques estén desapareciendo. Y esto lo dice no a humo de pajas, sino citando a científicos y premios nobel que se han atrevido a apartarse de la dictadura pseudocientífica que monopoliza los debates sobre el mantra del momento.
En su último artículo, del 5 de noviembre, en Expansión, Del Pino escribe: “Hoy es más fácil comprender que el cambio climático…es una fuente de rápido e injustificado empobrecimiento de las clases medias de los países ricos y una condena a la dependencia crónica de los países en desarrollo. La supuesta amenaza existencial del cambio climático antrópico es un gigantesco fraude…que amenaza la libertad. Steven Koonin, físico teórico autor de más de 200 estudios y exsubsecretario de Ciencia del Departamento de Energía de la Administración Obama, dato que naturalmente desconcierta a sus críticos, confiesa en su último libro, aplaudido por expertos como Vaclav Smil o el Premio Nobel de Física Robert Laughlin su consternación al ver cómo se está engañando a la gente y cómo la constante repetición de falacias climáticas las convierte en verdades aceptadas”, aunque sean el producto de la tergiversación más descarada.
Y el señor Del Pino concluye: “El aumento del coste de la energía que estamos sufriendo, de causas complejas y que a corto plazo puede continuar o remitir, es un aviso. Sustituir fuentes de energía eficientes, estables y baratas por fuentes ineficientes, intermitentes y caras que exigen una duplicación de la capacidad de generación, establecer grotescos derechos de emisión de CO2 y torpedear nuevas inversiones en combustibles fósiles es un atentado contra la razón, la verdad y la justicia que nada tiene que ver con la ciencia o con la supervivencia del planeta y todo con la destrucción de un sistema y la imposición subrepticia de un nuevo orden. Occidente (sobre todo Europa) se suicida mientras Asia sonríe. Debemos parar esta insensatez antes de que sea tarde”. Chapeau.