¿A alguien le importa el nivel académico?

¿A alguien le importa el nivel académico?

El pasado mes de mayo se celebraron las primeras pruebas de diagnóstico para los alumnos de 4º de educación primaria y 2º de la educación secundaria obligatoria de los últimos siete años. Las pruebas de diagnóstico son exámenes objetivos y externos que realiza el IAQSE que tienen por objeto evaluar el nivel académico de los alumnos a mitad de ciclo de primaria (4º) y secundaria (2º). El consejero actual Antonio Vera decidió retomarlas de nuevo después de siete años en los que, escudándose en las más variopintas excusas, el anterior inquilino, Martí March, dejó de hacerlas.

Durante dos legislaturas la comunidad educativa balear ha estado totalmente a oscuras en todo lo que afecta al nivel académico de nuestros estudiantes, si exceptuamos las pruebas PISA, a las que sólo se someten una muestra de alumnos de 15 años. Sin diagnósticos fiables, sin una rendición de cuentas periódica, sin exámenes objetivos y externos, difícilmente se puede mejorar un sistema educativo.

Conocemos casi todas las preocupaciones de Antoni Vera y de la que estaba llamada a ser la sucesora de Martí March, la socialista Amanda Fernández, por todo lo que acontece en la consejería de Educación, la mayor empresa de Baleares en términos de volumen de personal laboral. Conocemos sus desvelos por las becas comedor, el tope del precio de los menús escolares, la implementación gratuita de 0 a 3 años, la gratuidad del transporte escolar que este año va a alcanzar también el Bachillerato (que es no obligatorio), las obras de apuntalamiento de algunos colegios que se estaban cayendo a trozos, la adjudicación de las plazas de las islas menores a interinos que garanticen una cierta permanencia en los centros, los pluses por desplazarse a centros de Ibiza y Formentera, la financiación de los libros de texto, la climatización de colegios e institutos o la salud psicológica y mental del alumnado como da fe el aumento de la plantilla de psicólogos médicos, psicopedagogos y auxiliares técnicos de educación.

Nunca antes se habían invertido tantos medios ni recursos en la enseñanza balear. Ahora mismo el coste por cada plaza pública debe superar los 8.000 euros anuales con una ratio de alumnos/profesor inferior a 9, una educación digna de un príncipe del siglo XVII.

Conjuradas por un astuto Antoni Vera las terribles amenazas de la libre elección de lengua y del pin parental, conseguida por fin la nueva paz educativa, desconocemos todavía si todas estas inversiones educativas se están poniendo al servicio del bien supremo que no debería ser otro que aumentar el nivel académico del alumnado. A menos que consideremos, junto con los sindicatos docentes, la FAPA de Cristina Conti y demás fauna posmoderna, que en realidad todo este tinglado no es más que un servicio asistencial cuya principal función es la de hacer de guardería (y hospital de guardia) donde aparcar los niños unas horas al día en vistas a la conciliación laboral de sus familias. Una inmensa guardería que, a juicio de la tontuna posmoderna que domina un búnker educativo poco inclinado a dar explicaciones, debería dar respuesta al abanico de objetivos ideológicos que han ido parasitando la enseñanza en detrimento de los contenidos académicos: la integración lingüística de los estudiantes, la educación inclusiva, la educación en la diversidad, la educación sexual, la educación en el capacitismo, la formación de una ciudadanía «crítica» (o sea, progre) apta para la lucha política que se oculta bajo el eufemismo de la transformación social o la formación en la ideología de género y la lucha contra el cambio climático. ¡Hay tantas cosas que aprender a día de hoy! ¡No bastarían ni el doble de las horas lectivas si quisiéramos que nuestros estudiantes salieran bien equipados para afrontar la dura posmodernidad!

La pregunta que algunos impertinentes nos hacemos es dónde queda el nivel académico de nuestros estudiantes. De momento, lo ignoramos. De la cámara balear no nos llega ninguna noticia. De la consejería tampoco nos llegan señales de humo. Y de los sindicatos educativos, tan aficionados en pisar terreno ajeno, sería una ingenuidad esperar alguna cosa de ellos después de haber justificado los mediocres resultados obtenidos en las pruebas PISA del año pasado, alegando que estas pruebas en realidad tenían un «enfoque neoliberal» que «no evaluaba aspectos educativos más allá de los puramente académicos» y que sólo contribuía a que las «expectativas» de los alumnos se pusieran al servicio del pérfido capitalismo. La autodeterminación absoluta exige no presionar ni exigir nada a nadie, no vayamos a traumatizarles de por vida suspendiéndoles o exigiendo un pequeño esfuerzo.

Esperemos tener más suerte en este inicio de curso y que alguien se digne a responder la gran cuestión.

Lo último en Opinión

Últimas noticias