El alarmismo ‘progre’ y el coronavirus

El alarmismo ‘progre’ y el coronavirus

A muchos políticos, sobre todo de la izquierda política, no le duelen prendas recurrir al fácil uso del “alarmismo de baratija” para decretar estados de “emergencia climática” o llenarse la boca con el cambio climático y todos sus derivados porque es lo que les hace sentirse ‘miembros y miembras’ de la cuchipanda ‘progre’ que busca el compadraje fácil y la salva de aplausos de su concurrencia. Total, es fácil. Decretar estados de emergencia cuando no hay más cabeza de turco que la propia Naturaleza es bastante sencillo y es que no tiene mérito alguno.

Cuando a finales de enero el temporal Gloria arrasó parte de la costa del Mediterráneo, provocó inundaciones y casi 20 personas perdieron la vida, de inmediato surgió la cuchipanda con su coro de activistas y escribanos para trazar una relación directa entre Gloria y el cambio climático. La culpa de todo la tenía el deshielo en el Ártico, Trump, los negacionistas y cualquiera que se cruzara por delante, eso sí, a excepción de alcaldes o gobiernos autonómicos social-comunistas que no movieron un dedo para evitar los daños humanos y materiales del temporal. La culpa siempre fue, es y será del cambio climático.

El caso del coronavirus sigue un camino muy dispar. Los mismos políticos de izquierdas que ayer decretaban estados de “emergencia climática” ahora piden a la ciudadanía que se tranquilice “para no generar alarmismo”. Que fácil resulta hacer uso del alarmismo con la “emergencia climática” y de paso ganar un minuto de gloria en los medios de comunicación, mientras se pide al tiempo tranquilidad ante la epidemia que ha agotado las existencias de mascarillas en media Europa. El alcalde socialista de Sevilla, Juan Espadas, solicitaba esta semana “prudencia y responsabilidad, sin alarmar”, seis meses después de decretar la “emergencia climática y ecológica” en su ciudad. Y como él, también la portavoz socialista en el Congreso, Adriana Lastra, y demás integrantes de su partido con mando en plaza opinaban en el mismo sentido.

La razón de todo hay que buscarla en la responsabilidad humana que subyace en una mala gestión, agravada cuando el conjunto de la sociedad sigue al minuto su devenir. Si no se deseaba que la gente cayera en la espiral de alarmismo, lo primero que tenían que haber hecho ciertos políticos era despojar esa terminología de su discurso y no hacerlo solamente al compás del oportunismo electoralista.

A la ciudadanía adulta no se la puede tratar como a niños. El coronavirus tiene toda la pinta de convertirse en una pandemia, es decir, una epidemia extendida en varios países y con un índice de mortalidad relevante. Tratar de comparar el número de víctimas del coronavirus con otras enfermedades del pasado es absurdo y falaz. Cada período de la historia tiene sus propias características y, afortunadamente, el mundo occidental dispone de los medios y recursos que tiempo atrás no poseía para frenar la extensión de la enfermedad. La peor parte como suele ocurrir en circunstancias similares se la llevarán las zonas más pobres del planeta, en el África subsahariana por ejemplo, y aunque el número de víctimas en la UE no llegue a las cifras de China, el coronavirus es una amenaza a la seguridad nacional de España y de otros tantos países debido a las cifras de fallecidos, a los riesgos para la actividad económica y a la desestabilización de países por su impacto en el orden social.

No se puede caer en la irresponsabilidad de ciertos políticos de la cuchipanda que tratan de hacernos creer que aquí no pasa nada. Principalmente porque no es verdad y porque la autocomplacencia es el peor antídoto que existe.

Lo último en Opinión

Últimas noticias