Abascal ha vuelto

Santiago Abascal

Hubo un tiempo, hace nada o casi nada, en el que hasta el último mono daba por muerto a Vox. Caían a plomo en las encuestas, se les iba todo pichipata y la sensación de que acabarían como Ciudadanos, que pasó de 57 a 10 diputados en seis meses en 2019, estaba a la orden del día. Nadie, absolutamente nadie, daba siquiera un euro de madera por ellos. Todo el mundo pronosticaba que el viaje al centro que consumó Aznar, tras una larguísima travesía del desierto que duró siete años y tras engullir un sinfín de partiditos y nombres de relumbrón, sería cuestión de meses para Alberto Núñez Feijóo gracias a esa desaparición de los de Santiago Abascal que los agoreros de turno y los simplones de guardia pronosticaban. Vamos, que el PP estaba en un tris de volver a convertirse en la casa común de la derecha.

Nadie puede imputarme haberla pifiado en mis augurios con Vox. Siempre advertí que los que anticipaban la desaparición de los verdes acabarían viendo cómo su gozo acababa en un pozo. No soy Rappel ni la Bruja Lola, tampoco un visionario, menos aún ese locoide a la par que genialoide Steve Bannon y tampoco una versión 3.0 de Pedro Arriola, simplemente me basaba en lo que estaba y está aconteciendo a este y oeste y a norte y sur. Lo que algunos denominan extrema derecha, como si fueran poco menos que unos cabezas rapadas neonazis, y yo llamo simplemente derecha conservadora con excepciones como las del Vlaams Belang y Alternativa para Alemania —esto sí es ultraderecha—, no podía periclitar en España cuando está de moda en medio mundo y parte del otro.

Aún recuerdo la lección de política que me dio la personalidad más brillante del Gobierno de España en una comida celebrada con la sangre caliente de Pedro Sánchez tras ese calvario que para él supusieron las municipales y autonómicas de 2023. Aquel 29 de mayo de hace un año me hizo dos reflexiones, las dos muy claritas, una de las cuales desgraciadamente ya se ha cumplido:

1.—Si la participación supera el 70%, seguiremos en el Gobierno—.

2.—Vox no va a desaparecer, la ultraderecha está de moda en todo el mundo, con el tiempo irá a más—.

Sobra decir que dio en el clavo con la primera después de que el 70,4% del censo concurriera a las urnas ese domingo en el que la derecha española dejó pasar la oportunidad de su vida, un match-ball al autócrata que hasta un tenista de seis años hubiera aprovechado. Pero ya sabemos que nuestra derecha es esencialmente tontita, pardilla y acomplejada y aquí no hago distingos entre un partido y otro. Son fatalistas y gafes, es decir, que detentan el colmo del mal rollo. Y así nos va. Nadie reparó en el elemental hecho que yo apunté en Tele 5 el 29 de mayo: «No veo a la izquierda desmovilizada en dos elecciones tan próximas en el tiempo». Esos cuatro puntos extra de participación garantizaron a Romeo Sánchez el derecho a seguir viajando en esa obsesión patológica que para él es el Falcon.

La demostración de fuerza de Vox en Vistalegre fue un éxito, no es cosa menor traer a tales figuras internacionales

La segunda no se ha cumplido, parecía incluso que no se cumpliría jamás, pero tiene toda la pinta de que puede acabar haciéndose realidad. La demostración de fuerza de Vox el domingo pasado con el Viva 24 en Vistalegre hizo temblar al misterio en Génova 13 y en Ferraz 70. El continente de las formas resultó inmejorable con una escenografía medida hasta el último milímetro. Y el contenido fue, más allá de filias y fobias, objetivamente un éxito. No es cosa menor traerte a la que puede ser próxima presidenta ni más ni menos que de Francia, Marine Le Pen, al presidente de la Argentina, Javier Milei, al jefe de la oposición chilena, José Antonio Kast, al líder de la Chega! portuguesa, André Ventura, al polaco Mateusz Morawiecki de Ley y Justicia y a dos primeros ministros en ejercicio como Giorgia Meloni y Viktor Orbán por videoconferencia.

Y, por si fuera poco, ni País Vasco ni Cataluña han degenerado en el apocalipsis que todos pronosticaban para Santiago Abascal. El presidente de Vox superó ambos set-ball con nota. Quedarte como estás puede constituir un fracaso si todo el mundo, incluido tú, vaticina que irás a más, o un éxito si todo el planeta entero ha anticipado un bajonazo de consideración. El escañito vasco y los 11 del Parlament suponen repetir guarismos contra todo pronóstico. Conclusión: ha sido un dulce empate para Vox. Para el PP, todo hay que decirlo, han representado un éxito tanto mayor teniendo en cuenta que contaban con tres diputados y Alejandro Fernández ha obtenido 15.

Y no parece que a los de la calle Bambú les vaya a ir precisamente mal en esos comicios europeos de dentro de dos domingos que verán cómo, por desgracia, mengua el tamaño del Partido Popular Europeo mientras se disparan las formaciones integradas a nivel comunitario en Identidad y Democracia —Reagrupamiento Nacional, la Liga y Chega!— y en Conservadores y Reformistas —Vox, Fidesz, Ley y Justicia, Hermanos de Italia y Demócratas de Suecia, entre otros—.

Es un perogrullo de marca mayor colegir que Vox no puede ir a menos cuando partidos homólogos gobiernan en Argentina, cuando tiene toda la pinta de que volverán a hacerlo en los Estados Unidos de la mano de Trump, cuando Bukele reina en El Salvador, cuando Noboa lo hace en el Ecuador, cuando su hermana Meloni perdura contra todo pronóstico en el romano Palacio Chigi, cuando en Finlandia y en Suecia están en la gobernabilidad y cuando Le Pen tiene todas las trazas de ser la sucesora de Macron. Alternativa para Alemania figura segunda en todos los sondeos de la gran potencia continental pero dan miedo, mucho miedo, con vomitivas declaraciones en las que relativizan ese mal absoluto que fue el nazismo. De hecho, Le Pen y Salvini acaban de expulsarles de Identidad y Democracia por su manga ancha con un régimen, el de Adolf Hitler, que asesinó a 6 millones de judíos.

Ese impecable e incuestionable demócrata que es Santiago Abascal ha vuelto y eso es una mala noticia para Sánchez

Abascal ha tirado a la basura el desánimo que le invadió tras el sinfín de deserciones y traiciones padecidas y ha regresado a ese tajo que ratifica sistemáticamente la teoría de Napoleón: el único genio es el trabajo. Ahora tiene que suavizar aún más las formas como ha hecho con notable éxito una Marine Le Pen que mató sin miramientos a esa mala bestia que es su nonagenario padre. Lo de colgar a Sánchez era, naturalmente, una metáfora pero en términos prácticos degeneró en pifia superlativa. Sirvió para alimentar el victimismo falsario de un Romeo que no le dice la verdad ni al médico, para avivar los bulos de un tiranozuelo que nos intenta vender que nuestro protagonista es el demonio y que España es poco menos que la Alemania nazi. Y no estaría de más que retome los tintes ultraliberales de la primera etapa de Vox apartando un meapilismo incompatible con una formación auténticamente transversal y ganadora. En el mientras tanto tampoco estaría de más jubilar a tipos, tipas y tipes que se despachan con parrafadas lindantes con la homofobia.

Ese impecable e incuestionable demócrata que es Santiago Abascal ha vuelto. Una mala noticia para Sánchez y, aunque parezca mentira, una excelente buena nueva para el que más pronto que tarde acabará convirtiéndose en el próximo presidente, Alberto Núñez Feijóo. El 23-J certificó que el voto útil no servía para echar al autócrata, que un Vox débil es sinónimo de cuatro años más de pesadilla y que no unir fuerzas en esas ocho provincias en las que el bipartidismo continúa incólume por mor de la Ley Electoral constituye un regalo al marido de Begoña. Aquí sólo cuenta una cosa: echar al enemigo de España. Que no es otro que su presidente.

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