Jonas Brothers reavivan el furor adolescente de Madrid 10 años después

Jonas Brothers
Jonas Brothers

Una década ha volado entre la visita previa a España de Jonas Brothers, entonces un trío post-adolescente con posibilidades de madurar a un pop consistente, y la de esta noche, ya en la treintena aunque sin poder desprenderse de su bagaje como revolucionadores de hormonas.

Más de 15.000 personas, casi todas mujeres (el aforo completo según la organización), han acudido a comprobarlo esta noche al Wizink Center de Madrid un día antes de recalar en Barcelona y dentro de una gira alimentada por su vigente «sex-appeal», su retorno tras 6 años de parón como banda y las buenas críticas de «Happiness begins» (2019), su quinto disco, con el que suscribieron la vuelta.

De su mano, Nick, Joe y Kevin Jonas no solo parecían seguir brillando con sus armonías tejidas a nivel cromosómico a lo Bee Gees, sino que despuntaban como trío de pop enérgico y vacilón, entre el chulo de la pista de baile y cierto influjo «R&B» que hace imposible independizar cadera y hombros de la melodía que toquen en ese momento.

«La felicidad comienza», proclaman en ese título unos Jonas Brothers en principio entregados a proyectar sobre el escenario su reconciliación artística y con la vida en general, aunque ellos no se muestren especialmente risueños durante los 100 minutos de concierto y dos decenas de cortes, con mucho del presente, pero también de su pasado.

Hasta nueve cortes de «Happiness begins» suenan en directo, intentando sostener la idiosincrasia más adulta de los tres hermanos de Wyckoff (New Jersey, EE.UU.) reparando tanto en hitos de sus carreras fuera de Jonas Brothers, como «Cake By The Ocean» de DNCE (que comandó Joe, el mediano), como en trallazos recientes y contagiosos como el zapateado «country» de «What A Man Gotta Do», en ambos casos de lo mejor del «show».

No ocultan tampoco de dónde vienen estas pretéritas estrellas de The Disney Channel (ahí está ese «Gotta Find You» de la B.S.O. de la película infantil «Camp Rock» (2007)) y no dudan en poner en liza como concesión al público sencillos de su primera época, muchos en formato de popurrí, pero también otros como aquel cañonazo power-pop llamado «S.O.S.», disparado a los pocos minutos de arrancar.

Ha sido cerca de 25 minutos después de la hora indicada, con unas proyecciones en las que el grupo se teleportaba a un parque de atracciones de su infancia para interpretar «Rollercoaster» y aparecer acto seguido en carne y hueso suspendidos sobre una pasarela, entre un fragor femenino que se ha vuelto aún más loco con el citado «S.O.S.».

Con las voces casi ocultas por la mezcla de sonido y el griterío general, no han sido sin embargo los mejores minutos de una actuación que ha empezado a ir hacia arriba a partir de la sinuosa «Only Human», fluyendo el trío por todo el escenario junto a la mayor parte de su banda, que cuenta como curiosidad con dos músicos en la percusión.

Ellos son parte fundamental del brío con el que se desarrolla el «show», sustentando además sobre un bonito escenario elíptico de pasarelas entrecruzadas con bordes iluminados, pantallón semicircular y un equipo de luces y sonido apabullante coronándolo todo.

Desde el otro lado, también resulta vital el empuje de un público joven que aquí ha llegado enganchado al último disco, pero sobre todo al recuerdo de esa primera ebullición adolescente, lo que explica que a menudo los momentos más vívidos fueran los correspondientes a viejos temas de hace diez años como «Fly With Me».

No se ha hecho esperar mucho el pasaje acústico desde otra plataforma al fondo de la pista, desde donde han podido introducir novedades en Madrid en el repertorio de la gira como «Runaway», en el que ha sido el gentío el que se ha ocupado de cantar la parte en español correspondiente a Sebastián Yatra.

Con «Jealous» Nick ha vuelto a reivindicarse como probablemente el hermano con mayor carisma y talento sobre las tablas de la prole del pastor Jonas, aunque ha sido un éxito particular de Joe, «Cake By The Ocean», el que entre confeti y gigantes hinchables de colores ha convertido el Wizink Center en una fiesta.

Ha habido algunas curiosidades más en el devenir del concierto, como ese piano efímero que desciende desde los cielos para la balada «When You Look Me In The Eyes», el chupito de alcohol a la salud de sus seguidores al final de la bella «I Believe» o los cañones de fuego en «Burnin Up» justo antes de la eclosión final con la imprescindible «Sucker», convertida en su pasaporte al pop adulto.

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