No habrá Vía Crucis para los corruptos

No hace tanto tiempo, creo recordar que fue un miércoles, Ábalos se levantó de su escaño y recibió una de las ovaciones más estruendosas de cuantas se recuerdan en el hemiciclo, con medio Parlamento alzado en almas y rendido, no sabemos si a su oratoria de taberna o porque estaban ante el puto amo, hacia un tipo que se declara feminista mientras te organiza orgías turolenses con meretrices valencianas. El hombre que controlaba al partido de los prostíbulos con mano férrea -y Ferraz- y moral holgada, parecía emocionarse entonces ante los aplausos de sus compañeros y compañeras, que sonreían al proxeneta mayor del reino mientras presumían de ser el partido que quería abolir la prostitución. Fue uno de los espectáculos más bochornosos de cuantos han contemplado las paredes de unas Cortes secuestradas por la indecencia de un Ejecutivo autoritario y unos representantes mediocres.
Ábalos sigue en un escaño sentado -y aforado- sufragado con dinero público, mientras el PSOE continua en plenitud sociológica gracias a quienes priorizan la tradición al sentido común y la paga y subsidio a la decencia. Un partido que es un lupanar pagado con el parné de los mismos ciudadanos que sólo comen impuestos mientras ven a los que presumen de rectitud consumir sus recursos sin que nadie les exija cuentas. Es el resultado de aceptar que la educación la hagan quienes más necesitan controlar lo que se enseña, políticos de suciedad bajo la alfombra que colocan a sus activistas para que durante años adoctrinen y no formen a ciudadanos críticos e inconformes.
La izquierda de causita y dictamen, de presunción y presumida, gobierna y se corrompe como siempre porque todavía hay quienes consideran que la corrupción es un concepto discutido y discutible, es decir, denunciable y condenable, según quien la practique. Y la verdad es que no lo es. Los políticos son corruptos porque la sociedad es corrupta, porque justifica el robo en función de las siglas. Sectario viene de secta y en eso se ha convertido España, en un club de sectarios. La misma España que saldrá en penitencia estos días a pedir perdón por sus acciones y pecados, corresponsable con su voto, silencio o defensa de la cochambre decadente que vivimos y nos gobierna. La España que no tiene remedio se va ahora de procesiones mientras tolera otro escándalo más sin que las callen crucifiquen a sus causantes. Pero no habrá ni penitencia ni vía crucis para los corruptos.
Ninguna nación tiene solución cuando deja sus destinos en manos del socialismo y de políticos que usan el poder para todo aquello que el poder les permite hacer sin contrapesos. La España edificada como democracia liberal no existe desde que el sanchismo decidió infectar todo de fraude y compra venta de intereses. Hemos tolerado que los corruptos roben porque asumimos que también lo somos o aspiramos a serlo, en esa rueda apesebrada en la que convivimos para soportarnos. La España que salió a la calle gritando «¡Excalibur somos todos!», cuando el ébola infectó a una persona y un perro, es la misma que aceptó que le mintieran y secuestraran en sus casas para aplaudir en los balcones a los carceleros, como buenas focas amaestradas. Y es la misma que se niega a entender que el dinero que gastan los políticos no es suyo, sino del ciudadano que produce. El político no arriesga su dinero y eso es como decir que arriesga nada. Mientras más gasta el político, menos gasta el ciudadano, una máxima que sostenía Mises y que en el PSOE se convierte en mandamiento inmoral, hasta el punto de convertir las orgías privadas en un programa electoral avalado por millones de consumidores. No hay remedio en la desidia apática, la abulia permanente y el conformismo subvencionado. Como dictó Monterroso, cuando España despierte, el putero aún seguirá ahí.
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