El mundo está loco: ¡Trump, presidente!

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La noche comenzaba como el último año y medio, todas las proyecciones, los experimentos de proyección de voto de los más expertos manejadores de ‘big data’ y las piezas preparadas por los periódicos glosaban la victoria de la candidata demócrata, la del establishment, la única que podía ganar. Pero según iban apareciendo los datos, éstos contradecían las conclusiones sacadas antes del análisis real de lo que estaba pasando por las mentes de los estadounidenses. ¿El mundo está loco? Eso parece, pero no tanto porque los ciudadanos hayan votado a Donald Trump como presidente, sino porque nadie lo previera.

Las predicciones sobre los seis o siete ‘swinging states’ le daban ventaja a Hillary Clinton, es cierto. La candidata demócrata tenía más combinaciones  a su favor que el magnate de la construcción que, a sus casi 71 años, se convertirá el próximo 20 de enero en el presidente de mayor edad en jurar su cargo ante el Capitolio.

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Mapa de asignación de estados en las elecciones de EEUU. (NYT)

Una mirada al mapa de Estados Unidos salido de estas elecciones del 8 de noviembre de 2016 muestra un país en rojo, el color del Partido Republicano, conocido en EEUU como el Great Old Party (GOL).

Curiosamente, esa formación política le dio la espalda a Trump desde el principio, presentando hasta 15 aspirantes contra él, desde Jeb Bush –en teoría, el favorito, que se desinfló antes que ninguno– hasta Ted Cruz, el medio-latino que se mantuvo el último en la pelea hasta que ya no le quedó más remedio que claudicar. Después, la poca coherencia del discurso populista del magnate con los postulados liberales del GOP, además del ambiente creado por las encuestas que, indefectiblemente –salvo en una semana de julio, la de la convención republicana– le daban la victoria a la ex secretaria de Estado, llevaron a los líderes de la formación a abandonarlo.

Paul Ryan, líder republicano en la Cámara de Representantes y esperanza blanca del partido, llegó a anunciar que no apoyaba la campaña del hoy presidente electo y que concentraría los esfuerzos en no perder la mayoría en el Congreso. Esta noche, Ryan ha salido a celebrar la renovación de su sillón con la cara de menor felicidad imaginable. Su futuro –el inmediato y el más a largo plazo– se torna negro. Parece evidente que Trump, un empresario individualista y acostumbrado a que sus asesores no le lleven la contraria, no querrá cerca de él una voz tan crítica en lo político y en lo personal.

La batalla de Florida

La primera batalla de la noche se jugaba en Florida, uno de los estados clave y con más representantes que designar, 29, para el colegio electoral que elige al presidente. El objetivo en estas horas era llegar a sumar 270 de esos delegados, la mitad más uno de los 538 que conforman la asamblea. Y Florida otorga 29 de ellos. Desde el principio del conteo, uno de los más tempranos en empezar en la costa este estadounidense, la ventaja de Trump  fue constante. Nunca con comodidad, al menos hasta el final, pero siempre por delante, el republicano se mantuvo por delante de la demócrata. Hubo un parón de más de una hora en el volcado de datos, pero entretanto no dejaban de caer otros estados del lado del color rojo.

Las combinaciones de Clinton eran más, pero Trump se hizo con esos ‘swinging states’ casi en su totalidad. Iowa, Carolina del Norte y, sobre todo, Ohio, el estado que nunca se equivoca y siempre vota por el presidente en las elecciones. Que Clinton arrasara en Miami, capital de Florida y ciudad en la que prácticamente duplicó al republicano, sólo sirvió para maquillar una derrota que anticipaba la caída definitiva.

De los sondeos a la realidad

Pero hay otra clave que estas elecciones terminan de señalar. Y es que hasta este mismo martes, la ventaja que otorgaban los sondeos a Clinton era de al menos cuatro puntos. Sin embargo, allá donde ha terminado resultando triunfadora la demócrata ha sido, en una gran mayoría de los casos, por un estrecho margen. Sin embargo, en sus estados fijos, el republicano ha sacado hasta 48 puntos de ventaja, como en Wyoming. ¿Quién explica eso?

Puede que la distancia final entre ambos contendientes no haya sido finalmente muy grande pues no llega al millón y medio de votos en un electorado de 100 millones de personas, pero sólo una semana estuvo por delante Trump de su rival, la del mes de julio en que se celebró la convención republicana en la que fue proclamado candidato.

Donald Trump se ha aupado hasta el despacho oval porque estaba en cualquier botón del mando de la tele, en todos los tuits, como payaso, como muñeco, como racista, como populista… le ha dado igual. Todo eso era publicidad, presencia en los medios para poder colocar su mensaje: los americanos primero, el resto del mundo no nos hace falta, y el Partido Republicano no me es necesario para «hacer Estados Unidos grande de nuevo».

El legado de Obama queda en manos de un hombre que lo desprecia, que abomina de sus políticas, que lo ha atacado en lo personal y en lo profesional. Trump es contrario, o eso ha dicho, a la apertura con Cuba, al acuerdo nuclear con Irán. El nuevo presidente ha prometido «demoler» la reforma sanitaria y «deportar» a todos los inmigrantes ilegales. El repliegue hacia dentro de sí del país ha sido un despliegue de eslóganes fáciles de vender a los dejados atrás por el hundimiento financiero de 2007 y actual la revolución digital.

Estados Unidos ha votado por su interés, quizá no el del país, pero sí el de cada uno de los electores. Y eso es lo que ha sabido ver Donald Trump, llamando loco al resto del mundo, que no se ha enterado de que el país más poderoso del planeta está habitado por personas que se sentían abandonadas en el hundimiento industrial y el abaratamiento del empleo. Esos millones de blancos tradicionales se han mostrado todavía mayoría y se han visto reflejados en una estrella de la tele que vive entre oropeles pero habla como ellos, que les dijo lo que querían oír.

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