Descubrimientos

Descubren las pruebas más antiguas del uso de flechas venenosas para cazar: tienen más de 7.000 años

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Corte delgado de tomografía computarizada a través del centro del fémur de un bóvido. Son visibles los tres fragmentos de puntas de flecha de hueso y la sustancia venenosa. Imagen: Aliénor Duhamel, CC BY-NC-ND.
  • Sofía Narváez
  • Periodista multimedia graduada en la Universidad Francisco de Vitoria, con un Máster en Multiplataforma por la Universidad Loyola. Editora en Lisa News con experiencia en CNN y ABC.

El uso de flechas venenosas en la caza ha sido clave para muchas culturas a lo largo de la historia. La combinación de toxinas naturales con armas de proyectil permitió a los cazadores aumentar sus posibilidades de éxito y reducir el riesgo de enfrentarse directamente a sus presas. Sin embargo, a pesar de su importancia, la evidencia sobre cuándo comenzó esta técnica ha sido difícil de confirmar.

Un hallazgo en Sudáfrica ha cambiado esa situación. En 1983, investigadores descubrieron un fémur de antílope en la Cueva Kruger y, tras analizarlo, encontraron restos de tres puntas de flecha de hueso recubiertas con toxinas de origen vegetal.

Este fósil, almacenado por décadas sin ser examinado en profundidad, ha resultado ser la prueba más antigua de una mezcla de venenos usada con fines de caza. Con 7.000 años de antigüedad, este descubrimiento confirma que los cazadores de la época ya dominaban la combinación de toxinas para mejorar la caza.

Flechas venenosas en la prehistoria

Los primeros indicios de toxicidad en las puntas de flecha fueron detectados en la década de 1980 mediante radiografías, pero la baja calidad de las imágenes impedía un análisis detallado.

En 2022, el equipo de arqueólogos decidió reanalizar el fémur con microtomografía computarizada (micro-CT), lo que permitió identificar que el material que rodeaba las puntas de flecha no era simple sedimento, sino una sustancia extraña.

Los estudios químicos posteriores confirmaron la presencia de dos glucósidos cardíacos altamente tóxicos: digitoxina y estrofantidina. Estas sustancias afectan la función cardíaca y han sido utilizadas históricamente en venenos de caza. También se detectó ácido ricinoleico, un derivado del ricino, una de las toxinas más potentes conocidas.

Lo más sorprendente es que estos compuestos provienen de plantas distintas, lo que indica que los cazadores no sólo conocían los efectos individuales de cada toxina, sino que sabían combinarlas estratégicamente para hacerlas más efectivas.

¿Cómo obtenían los cazadores las plantas venenosas para las flechas?

Un aspecto clave del hallazgo es que ninguna de las plantas que contienen digitoxina y estrofantidina crece en la región de la Cueva Kruger. Además, los estudios arqueobotánicos no han detectado restos de estas especies en el sitio. Esto sugiere que los cazadores obtenían estas sustancias viajando largas distancias o a través de redes de intercambio con otras comunidades.

El comercio de materiales exóticos en la prehistoria es un fenómeno bien documentado. Se sabe que hace más de 7.000 años ya existían sistemas de intercambio de conchas marinas a lo largo del continente africano.

Sin embargo, este descubrimiento indica que los cazadores-recolectores no sólo transportaban objetos decorativos, sino también plantas con aplicaciones específicas, lo que revela un conocimiento detallado de la botánica y la farmacología tradicional.

Los estudios previos en África han demostrado que el uso de adhesivos elaborados con resina de conífera, mezclas de ocre y grasa datan de hace al menos 60.000 años.

Sin embargo, el medicamento más antiguo confirmado con múltiples ingredientes tiene sólo 500 años de antigüedad. Esto refuerza la idea de que los cazadores de hace 7.000 años ya utilizaban métodos sofisticados para mejorar sus herramientas.

Este descubrimiento no sólo aporta nuevas pruebas sobre la evolución de la caza, sino que también resalta la importancia de la arqueobotánica y la química en el estudio del pasado.

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