Críticas de polvo a García Ferreras
Nadie lee en España. Vivimos, desde tiempo inmemorial, de la imagen y la apariencia. «Grandes secretos son, Señor, los que Vos hacéis y las gentes ignoran. ¿A quién no engañara aquella buena disposición y razonable capa y sayo? ¿Y quién pensara que aquel gentil hombre se pasó ayer todo el día sin comer», declamaba el pícaro Lázaro de Tormes. Y algunos siguen creyendo que su valía se mide por lo que dice de ellos hasta que sus triunfos apagan esas voces. En nuestro país no se perdonan los éxitos ajenos que enfrentan a los envidiosos a un espejo que los empequeñece.
Peor es la estulticia. En nuestro país se habla por boca ajena y, algo peor, se piensa por mente escogida. «Apenas reflexionamos un poco, nos sorprendemos de nuestra sorpresa», señalaba Ortega y Gasset. Hacemos, pensamos y discutimos lo que el comunicador que hemos elegido dice o piensa para nosotros. Nuestro maniqueísmo evidente se traslada a las redes sociales y no aceptamos nada, que no tamice nuestro ideólogo de cabecera. Somos masa pendientes del pastor y, sobre todo, de la oveja que nos persigue, a la que coceamos cuando asumimos que nos puede adelantar.
El nuestro es un país de cainitas y envidiosos que fomenta la traición. En la Gürtel todos miran de soslayo a Correa igual que a Peña, el delator. En la Audiencia Nacional los acusados de las Black tienen que soportar gritos desde la puerta. Cuando los Tribunales imparten justicia los ciudadanos deberían abstenerse de insultar. La libertad de expresión existe. También el derecho a la crítica. ¿Pero quién ha dicho que exista el derecho al insulto? No creo en la lapidación y en los gritos de racismo social. La imputación, incluso el procesamiento no da derecho a fustigar a nadie con adjetivos que no solo descalifican al inculpado. Ahora más que nunca hay que dejar que la justicia hable y confirme (o desmienta) lo que tanto se ha dicho en los medios de comunicación. Si los periodistas se han equivocado los juzgará un tribunal y si no lo han hecho las audiencias. Y con Ferreras eso no ocurre.
Por eso, cuando leo las críticas (muchas hechas por sus compañeros de pulpito y profesión) a García Ferreras (al que aclaro que solo he visto en una ocasión y no tengo relación con él) entiendo a Unanumo. Se trata de hambrientos intelectuales. Y me pregunto si no será que a algunos, poco seguidos y leídos, les molesta sus éxitos de audiencia y a otros su carácter arrollador. García Ferreras es un visionario y no un conspirador. Alguien que ha conseguido que los españoles se interesen por la información política, después de casi un año de desgobierno, se le debería ensalzar y no masacrar. Sus críticos dicen que hace de lo político un espectáculo. ¡Y qué! ¿Quién ha dicho que se deba hablar de forma reposada para informar? ¿Quién ha establecido que se deba tener un pensamiento único? Ahí está la gracia del intelecto: escuchar a todos y luego pensar como a uno le da la gana. Sin seguidismos. Sin apartheid. Por eso, sin juzgarlo, admiro la forma en que ha conquistado a un público al que no adoctrina, si no divierte e informa con púlpito pero sin cátedra.
¿Se puede hacer espectáculo de la política? Huxley y Orwell lo hicieron. Estados Unidos lo tiene claro y ficciona a sus presidentes con éxito de audiencia, incluso presidencial. España no debería ser diferente, aunque lo es. Yo, a diferencia de otros me pliego a los datos objetivos: un 19.6 de cuota de pantalla. Donde otros no supieron mover el cedazo, García Ferreras ha localizado una pepita. Por eso no entiendo criticas de polvo tan fáciles de limpiar, a un hombre grande, de verbo sencillo que conecta con letrados e iletrados sin inocular el veneno del proselitismo.
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