REPORTAJE

Las 13 rosas y las Mártires Concepcionistas: dos tragedias que destapan lo peor de nuestro pasado

Las 13 rosas y las Mártires Concepcionistas: dos tragedias que destapan lo peor de nuestro pasado
Las Trece rosas y las monjas concepcionistas.

Las redes sociales suelen ser escenario de trifulcas históricas muchas veces alimentadas desde el desconocimiento de la realidad del pasado. Así sucede en los últimos años con el aniversario del fusilamiento de las Trece Rosas el 5 de agosto de 1939, en las tapias del madrileño cementerio de la Almudena, por su pertenencia a las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU). Carlos Fonseca escribió sobre ellas un libro ya clásico. Emilio Martínez Lázaro contó su historia en una película con guion de Ignacio Martínez de Pisón.

Si quieren conocer de primera mano su proceso les invito a leer el sumario 2226/1 que las condenó a muerte en el apartado de Colecciones y dentro de «Expedientes de justicia militar». Para acceder a las 645 páginas del sumario basta con poner en el buscador el nombre de una de estas jóvenes, a las que quitaron la vida siendo siete de ellas menores de edad. El sumario fue completado vertiginosamente, con declaraciones indagatorias de las inculpadas de apenas medio folio, lo que resulta estremecedor incluso para quienes ya hemos visto de todo en este tipo de expedientes.

El consejo de guerra, sentencia y ejecución de estas jóvenes, así como de otros militantes de las JSU -un total de 57- se produjo entre los días 3 y 5 de agosto, como represalia por el atentado cometido por la organización el 29 de julio contra el comandante Isaac Gabaldón en Talavera de la Reina, en el que resultaron también muertos su hija menor y el chófer. Otra «rosa», la catorce, Antonia Torre Yela, sería fusilada el 19 de febrero de 1940, por un error de transcripción de su nombre, que figuraba como Antonio Torres Yera en la lista de los enviados al paredón.

No hay nada en el sumario que las inculpe en este atentado, que se produce cuando llevan dos meses en la cárcel: la acusación era su participación genérica en el «trabajo clandestino» para la reorganización de las JSU después de la guerra, aunque a una de ellas se le acusó de «ayudar a los jóvenes a la recogida de armas». Tampoco aparecen cargos por chequistas, torturadoras o asesinas durante la contienda. Muchas de ellas se afiliaron a las JSU en 1937, cuando ya las checas en Madrid habían sido disueltas. En la guerra, Julia Conesa fue secretaria de deportes de un radio o sector comunista madrileño y Pilar Bueno encargada de una «casa-cuna» o guardería, por poner dos ejemplos. De haber aparecido denuncias por aquellos cargos, los vencedores no habrían dudado en imputárselos.

Tan cierto es esto como que las JSU formaron parte de un PCE de claro alineamiento soviético y estalinista, que fue creciendo como partido durante la guerra por la influencia y la ayuda de la URSS en la lucha contra los sublevados, y la persecución cruenta contra sus enemigos en el propio bando republicano. Stalin tardaría apenas cinco meses desde el final de nuestra contienda en firmar su pacto con Hitler para invadir juntos Polonia.

Como la propia Pilar Bueno declara en una autobiografía incluida en el sumario, la admiración hacia la URSS por su ayuda a la República fue una de las razones que la llevó a afiliarse, aunque reconocía que, de los libros marxistas que les entregaban en la escuela del comité provincial, había estudiado “unas solas cuantas páginas de cada uno en la mayoría de los casos”.

Las Trece Rosas representan el idealismo, a veces sin gran fondo doctrinal, que prendió en una parte de la juventud española en uno y otro bando. Su caso recuerda al de la falangista María Paz Unciti, fusilada en Madrid a los 18 años por crear y mantener el «Auxilio Azul», organización clandestina de ayuda a los perseguidos de su formación, al igual que harían las jóvenes comunistas en la posguerra. Un buen concejal de Podemos, Paco Pérez Ramos, me reconoció que había terciado para que, en los cambios del callejero, se respetara la que tenía su nombre en Vallecas desde 1968.

Conocer la historia de las Trece Rosas lleva a descubrir que las JSU habían sido disueltas antes de terminar la guerra bajo el Consejo Nacional de Defensa presidido por el general José Miaja, como muchas de estas jóvenes corroboran en sus declaraciones. Este Consejo, que se hizo con el poder con un golpe militar contra el presidente Negrín en marzo de 1939, estaba apoyado por buena parte del PSOE, que tenía en él a dos representantes, Julián Besteiro y Wenceslao Carrillo. Éste último era el padre de Santiago Carrillo, secretario general precisamente de las JSU, creadas en 1936 a partir de la unificación de las Juventudes Socialistas de España y la Unión de Jóvenes Comunistas de España.

La organización juvenil, acusada de hacer causa común con el PCE en la resistencia frente al golpe contra Negrín, fue sustituida el 14 de marzo de 1939 por la reconstituida Federación Nacional de Juventudes Socialistas de España, bajo control del PSOE. Silenciar u olvidar la complejidad del pasado posibilita que el PSOE capitalice cada año el homenaje a las jóvenes de las JSU cuando fue el partido que intervino decisivamente en la disolución de la formación a la que pertenecían, antes incluso de que acabara la guerra.

El suegro de Ángel Pérez, gran portavoz de IU en el Ayuntamiento de Madrid y mejor persona, fue uno de los comunistas a los que los socialistas metieron en la cárcel en marzo de 1939, antes de que lo hiciera Franco. Fue su grupo político precisamente quien propuso dar el nombre de las Trece Rosas a una avenida madrileña en 2006 con el apoyo del alcalde Alberto Ruiz-Gallardón, cuyo tío paterno, también llamado Alberto, fue asesinado en Madrid por las milicias frentepopulistas el 13 de agosto de 1936, a los 21 años. Lecciones como la de Ruiz-Gallardón dan al sentido de la reconciliación toda su hondura, aunque me temo que hoy no sea tan fácil entenderlo.

Mártires Concepcionistas

En este fuego cruzado de aniversarios se suelen contraponer las Trece Rosas a las Catorce Mártires Concepcionistas, y viceversa. Las religiosas, diez de las cuales habitaban el convento de San José en la antigua calle de Sagasti 19 de Madrid, fueron torturadas y después asesinadas el 8 de noviembre de 1936. La más joven tenía 28 años y la mayor 76. El nombre de la calle Sagasti se rebautizó en 1946 para homenajearlas y se ha respetado en todos los cambios del nomenclátor. Las monjas fueron beatificadas en 2019. Aún está por hacerse la película con su historia.

Es en el cuadrilátero virtual donde se enfrentan estas memorias del pasado en apariencia hostiles a cuento de 27 mujeres asesinadas. Y digo hostiles en apariencia porque a todas estas mujeres sus verdugos las consideraron víctimas propiciatorias de un nuevo estado de cosas: el nacido de la triunfante revolución que aplastó el golpe militar en Madrid, en el caso de las religiosas, y el surgido de la postrera victoria de los sublevados en la contienda, en el de las jóvenes comunistas.

Con todas las circunstancias y los muchos pormenores que las distinguen, ¿por qué esa necesidad de confrontar a unas con otras en vez de sumarlas para que la tragedia de esa treintena de mujeres nos mueva a todos a conocer mejor y más a fondo nuestro pasado? Todo sea menos despachar sus historias con trazos gruesos, desde la ignorancia o la manipulación, y blandir garrotes servidos mendazmente con los que atizarnos unos a otros en el lodazal goyesco, mientras se nos va olvidando la suprema lección de nuestros abuelos y nuestros padres sobre lo que significa perdonar, respetar y convivir.

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