Super Bowl 2017: ¡¡Los Patriots remontan 25 puntos y son campeones!!
Se abrió el telón artificial pintado de túnel de vestuario, y como lo carrerita psicológica de Nadal tras la consigna arbitral, el preludio de Raúl levantando al Bernabéu, la haka neozelandesa o Usain Bolt apuntando al cielo; Tom Brady escapaba de la jaula lanzando puñetazos y gritos al aire en un rito motivacional, a caballo entre el postureo, que reventaba el carismómetro. Matt Ryan honraba su apodo rozando el césped con el hielo corriendo por sus venas: le iban a tener que deshelar en el campo.
Más de una pluma se torció ante una primera avalancha defensiva que destrozó apuestas, textos y tweets en el primer cuarto. La Super Bowl, como una conquista amorosa, no es una cuestión matemática. Dos púgiles acostumbrados a soltar el brazo, se tanteaban, sack arriba, sack abajo, sin dar ni un sólo golpe a su rival.
El parpadeo querido en la Fórmula 1, y del que Izal cantaba en Copacabana, se personificó en Blount: fumble recuperado por los Falcons… y la tormenta se desataba en Houston. Belichick pedía el número del teléfono de la esperanza ante la avalancha del trípode aéreo-terrestre: Ryan, Jones y Freeman. Cinco jugadas después, Devonta cruzaba la zona de anotación como el que entra en un pub gratuito: touchdown Falcons. Brady, tenemos un problema.
Y parecía irresoluble. Ni una llamada a la estación espacial parecía la solución para frenar a un escuadrón suicida que devoraba yardas como cereales en el desayuno. Julio Jones era el Bicho: el Cristiano Ronaldo del óvalo. Ryan, con el cubata y sus hielos intactos, lanzaba balones como petardos en Valencia: cinco pases, Hooper en la endzone y 0-14. Las lágrimas intangibles hacían charco en la banda de los Pats, y eso que en el descanso no iba a estar Coldplay con su Fix You.
Los árbitros les dieron un par de pañuelos para secarse, pero no era suficiente para el río que ya sangraban. Tom Brady era una caricatura barata, de las de la Plaza Mayor. Lanzaba incómodo, presionado, sin una lectura adecuada de la telaraña tejida por Dan Quinn. Alford le interceptó, corrió 84 yardas, gustándose, en ese momento de eternidad que será recordado durante décadas. La reacción de leyenda buscando un placaje fantasma sobre su verdugo era la imagen de desolación. Un field goal final de Gostkowski levantó un hilo de esperanza para Belichick.
Muy fino, como los que sujetaron a Lady Gaga, que se lanzó al vacío desde el techo del NRG Stadium para un show arquitectónicamente perfecto. El descanso evidenció la superioridad yankee en cuanto al entretenimiento: no hay nada más espléndido que las travesuras de realización, producción y demás especialistas en el receso de la Super Bowl. La artista finalizó con una recepción buena, como las que iban a necesitar Edelman, Bennett y demás bostonitas.
Milagrosa resurrección de Patriots
Pero en la partida de póker, Ryan tenía la cara que cantaba Lady Gaga. Cortaron rápido los hilos de la esperanza a Belichick y Brady. Cualquier atisbo de remontada, si es que algún iluso se puso la Cabra Mecánica al descanso, se esfumó en apenas unos minutos. Ryan pasando con un piti en la mano, Freeman percutiendo como una tuneladora de la M-30, y Coleman, para finiquitar, entrando en la endzone como cuchillo en mantequilla. Pintaban bastos.
La raza de una franquicia ganadora apareció por Houston con casi tres cuartos recorridos. Los Patriots firmaron un drive agresivo, tirando de garra y galones, para acabar con el touchdown de White. Gostkowski, contagiado de la inercia, falló el adicional que golpeó el poste y el corazón de más de uno. Murphy y su dichosa ley saludaban desde alguna parte del coliseo.
Pero este, el de la NFL, también es país para patriotas. El animal herido se negaba a morir acongojado en cualquier esquina. Seguía embistiendo, lánguido, a base de coraje. Un field goal de Gostkowski abría una nueva oleada de rezos para un milagro que parecía, coherentemente, irresponsable. Pero las matemáticas, ya saben (veáse 1er párrafo), no son para la Super Bowl.
Era ese grito inicial de Brady, esa patada al aire, el gemido de una fiera herida que sabe morder con una estaca en el corazón. Sack, fumble recuperado, y la magia de Brady hicieron el resto. Retrocedían un par de estaciones en el vía crucis: la cruz era más ligera que nunca. Josh McDaniels se redimía en su amarga velada con un magnífico playcall: trick play que remataba White en la end zone para la conversión de dos. El marcador era 20-28. Como la nueva de Imagine Dragons: más de uno se hacía creyente.
Julio Jones, Ryan y Freeman resucitaban el mágico trípode en el que sostienen toda una franquicia: tres jugadas mágicas respondían a la resurrección de Patriots. Estaban en la 20, pero Belichick tenía todavía una más en el bolsillo. Sack y un par de holdings para sacarles de field goal range. La lógica se había escondido, y ahora Murphy miraba a los ojos de Dan Quinn. ¿Existen los milagros?
Dios aprieta pero no ahoga, y ahora vestía la camiseta de Edelman. Tras remar a contracorriente desde su yarda 10, respiraban entrecortado buscando ese imposible que ahora rozaban. Y Brady volvió a tocar esa sinfonía suave de trompeta bélica. Y Edelman atrapó un balón circense, que olía a intercepción. Tocó en una camiseta roja, cuyo nombre ni recuerdo, el receptor puso la mano con fe ciega, el óvalo tocó en pie y mano de la defensa de Atlanta, y acabó manso en las manos del 11. La sangre ahora corría en otra banda; los cielos se abrieron para llevarse al Olimpo a Tom Brady.
Si Atlanta hubiera imaginado el apocalipsis, tendría que ser algo parecido a lo vivido en el último cuarto. Los pases de Tom caían como bolas de fuego sobre la esquizofrénica defensa de Quinn. Porque sí, el drive acababa en touchdown de White. Los nervios y escalofríos recorrían el rostro resquebrajado de Ryan que se deshielaba hasta fusionarse. Amendola penetraba un centímetro en la end zone: conversión de dos lograda. Empate a 28. Remontada de 25 puntos. Prodigioso.
La inercia no se podía frenar. Era la noche más mágica de la historia del football. La moneda ahora sólo caía de un lado, sólo tenía un color, todo sabía a Boston. La exclusiva prórroga era una prolongación de la agonía para Atlanta. Recibían balón, armaron ataque, y acabó como todos sabían: touchdown Patriots. Eran los campeones tras remontar 25 puntos. Habían hecho grande América, otra vez.
New England Patriots fue un Harvey Dent de dos caras que lanzó dos veces la moneda al aire: la primera para suicidarse; la segunda para aniquilar. Un trastorno psicótico que no tiene más medicina que el propio ansia de ser leyenda. El equipo más bipolar, capaz de despeñarse por el precipicio, agarrarse a una roca y ascender cortándose los brazos. Porque el caos volvió a ser una escalera. Se cayeron, pero no les rompió la caída. En el Juego de Tronos, Brady y Belichick nunca mueren, solo ganan.